jueves, 18 de junio de 2015

Un Juego De Gemelas Parte 2: Capítulo 28

—Necesitas descansar, pero no quiero dejarte.
—Tienes que irte.
No estaba tan seguro de eso, pero no dijo nada. Hablaría con su padre cuando la dejara para que descansara.
Se inclinó y le dio un beso casto en los labios.
—Hablaremos más mañana.
—No.
—Duerme —dijo en vez de contestar. Al bajar, todos lo esperaban en el salón.
Delfina se veía expectante. Su novio levemente amenazador, y su padre más de lo mismo. Alejandra Chaves parecía aterrada de oír lo que tuviera que decir.
—Me gustaría quedarme aquí, si puedo —anuncié, yendo directo al grano. Parecía como suplicar, pero debía permanecer cerca de ella.
—¿Te habló? —preguntó Delfina cuando su padre no respondió de inmediato a la petición.
—Sí, la culpabilidad que siente por lo del bebé es inmensa, pero estoy decidido a que lo supere y comprenda que no fue su culpa.
—¿Bebé? —preguntó su madre de forma casi inaudible.
Y fue entonces cuando él comprendió que ninguna de esas personas lo había sabido. Se maldijo para sus adentros.
Sin embargo, incluso sabiendo lo devastada que había quedado Paula, lo desconcertó que no hubiera compartido semejante noticia con su adorada madre.
La única elección que quedaba era seguir adelante.
—Creo que quizá haya muchas cosas que necesitemos contarnos.
El despertador la despertó a la mañana siguiente después de haber dormido catorce horas seguidas. No había descansado tan bien desde que había vuelto de España.
Se duchó en su cuarto de baño y se puso un traje pantalón de falso ante con un motivo de cocodrilo diseñado por Tesori. Sólo le quedaba un poco holgado, lo que la satisfizo. Empezaba a recuperar su peso. Eso era bueno para su familia.
Quizá incluso para ella.
No la sorprendió del todo ver a Pedro a la mesa del desayuno, aunque sí que su padre y él estuvieran charlando como viejos amigos.
Los dos hombres alzaron la vista cuando entró y sonrieron.
La cara de su padre reflejaba una falta de tensión que en ese momento comprendía que había tenido gracias a que había desaparecido.
—Buenos días, Paula. Parece que has dormido bien.
—Sí —le devolvió la sonrisa.
—Es bueno oír eso —comentó Pedro con una expresión más difícil de interpretar.
—¿Dónde está mamá? —preguntó al sentarse y esperar que el ama de llaves le llevara el desayuno.
—Aquí mismo —dijo una voz desde el umbral. Se acercó y abrazó a Paula antes de darle a Miguel un beso en la mejilla y luego sentarse. Le hizo un gesto con la cabeza a Pedro—. Buenos días, Pedro. Espero que hayas dormido bien.
El se encogió de hombros.
—Espero pasar la mañana con Paula. ¿Representa eso un problema?
—¿Por qué se lo preguntas a ella? —inquirió, sintiéndose confusa. Pedro podía ser arrogante, pero no era la clase de hombre que pudiera tratarla como si su opinión no importara.
—Anoche me enteré de que era tu supervisora directa. No quiero interrumpir tu programa de trabajo, pero sí quiero que hablemos.
No supo qué contestar.
En ese momento se daba cuenta de que le brindaba la oportunidad de cerrar una parte dolorosa de su vida y que debería aceptarla.
—No hay ningún problema en que Paula se tome la mañana libre —repuso su madre.
En su voz había un temblor que Paula no entendió.
La miró, y en sus ojos vio dolor.
—¿Qué sucede?
—No entiendo por qué no me lo contaste. O tal vez sí. Supongo qué decidiste que no podías confiar en mí después de enterarte de lo que había hecho. Yo… —sus ojos se llenaron de lágrimas y movió la cabeza—. Lo siento, me prometí que no haría esto.
Miró a Pedro.
—¿Se lo has contado?
—No me dí cuenta de que tú no lo habías hecho. Lo siento mucho, querida. No lo habría hecho de haberlo sabido, pero no estaba al corriente de los cambios drásticos ocurridos entre tu madre y tú.
—No ha habido ningún cambio —a pesar de que le daba miedo encarar las cosas que comenzaban a abrirse dentro de ella, la expresión de dolor de su madre le indicó que debía hacerlo. Se levantó y fue a abrazarla—. Es así, mamá. Créeme. Yo sólo… estaba avergonzada de lo que había hecho. No podía contárselo a nadie. Ni siquiera a tí.
—Pero tú no has hecho nada.
—Maté a mi bebé.
Pedro emitió un sonido ronco de protesta, pero fue el juramento de su padre lo que captó la atención de Paula. Se levantó y rodeó la mesa para pasar un brazo alrededor de su madre y de ella.
—No mataste a tu bebé, Paula. El accidente sucedió, y tienes que aprender a vivir con ello, pero se lo llama accidente porque no fue deliberado.
Ella movió la cabeza.
—Cariño, yo sé lo que es la culpabilidad, pero debes dejar que se vaya. Por la mía estuve a punto de perderos a tu hermana y a ti. Debería haber estado conduciendo yo la noche que tu madre murió. Pero trabajaba, y ella se fue a cenar con unos amigos sin mí. Yo debería haber estado protegiéndoos a Delfina y a ti en el pabellón infantil, pero estaba demasiado ocupado doliéndome cuando Alejandra te llevó con ella. Podría haberle ahorrado a ella, a ti… a todos nosotros mucho dolor. Pero he de dejar atrás ese conocimiento. Todos debemos seguir adelante.
—Pero, papá… dejé de comer. Me quedé dormida porque no dormía por las noches tratando de esconderme del dolor.
—Cariño, no hiciste nada malo. Intentabas asimilar la situación y te resultó demasiado. Todos echaremos de menos al bebé, pero también perderte a ti, como nos ha pasado en los últimos meses… eso incluso es peor. Todos te necesitamos. Y tú nos necesitas, y no lo hemos comprendido hasta que casi ha sido demasiado tarde. El único modo de sanar es desprenderse de la culpa. Deja que te ayudemos a tratar con el dolor.
Todavía seguía asustada.
—¿Mamá? —preguntó, temiendo lo que pensara su madre de ella una vez que conocía la verdad.
—Cariño, si alguien entiende lo que es la culpa y el dolor, soy yo. Hacemos lo mejor que podemos, y a veces no es suficiente. Si hubieras sabido que estabas embarazada, jamás habrías hecho algo que pusiera en peligro a tu bebé.
—Pero ha muerto…
—Lo sé, cariño, lo sé.
Y entonces los tres lloraron juntos, con Pedro en la periferia. Su presencia granítica le proporcionaba consuelo. Pero entonces se unió a ellos, abrazándola, haciendo que ella se fundiera contra él como si fuera la roca que la sostenía. Juntos lloraron la pérdida del bebé.
Cuando volvieron a sentarse, exhibían expresiones de esperanza en las caras.
Pedro le dió un beso en la frente, y a Paula le pareció como una bendición.
—Tenemos que hablar.
—Sí —había más cosas que decir, aunque no sabía muy bien qué. Pero daba la impresión de que las cosas entre ellos no estaban del todo acabadas.

2 comentarios:

  1. Muy buenos capítulos! tristes, pero seguro que van a poder levantarse de tanta angustia!!

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  2. Ayyyyyyy, cuánto dolor sienten todos. Pero seguro que Pedro la va a ayudar a superar este mal momento.

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