El lunes por la noche Paula lloró en la cama hasta que se quedó dormida. Echaba de menos a Pedro, su calor, las caricias y al hombre en sí. Pero sabía que era hora de continuar con su vida. Sólo le hubiera gustado que se lo hubiera dicho él en lugar de Fernanda.
El martes Paula deshizo las maletas y visitó a su vecina. Sacó a Sofía a pasear por el parque y la observó mirando las hojas de los eucaliptos que se mecían al viento. Entonces recordó el jardín de Pedro. En aquel parque no había flores para que jugara el bebé. Pero la hierba estaba verde, el cielo azul y la brisa cálida y agradable.
Le dolía el corazón. Sabía que olvidaría a Pedro, quizá para cuando cumpliera cien años, pero de momento su vida se le antojaba vacía y estéril sin él.
El miércoles Paula dejó a Sofía con la señora Heinemyer y tomó un autobús hasta la librería. Le preguntó al encargado si había algún puesto vacante y cuando él le ofreció su antiguo empleo, lo aceptó. No quería pasar tiempo lejos de Sofía, pero había llegado el momento de prepararse para el futuro. Lo que había ahorrado durante los últimos meses no iba a durarle toda la vida. Además, quería reservarlo por si se le presentaba alguna emergencia. Al menos pensó que podría arreglárselas con un empleo y esperó no tener que volver a trabajar en el café por las noches también.
Pedro no tenía la obligación de mantenerlas a partir de ese momento. Una vez llevado a cabo el divorcio, todos los vínculos se romperían.
Paula recogió a Sofía después de la siesta y sólo se quedó un momento a charlar con Alicia Heinemyer pues tenía ganas de llegar a casa.
La señora Heinemyer había accedido a cuidar de Sofía mientras Paula trabajara y a ella le parecía algo estupendo. La señora Heinemyer conocía a Sofía desde su nacimiento y Paula sabía que la mujer la cuidaría muy bien.
—A partir de ahora verás mucho a la señora Heinemyer —dijo Paula con un hilo de voz mientras bajaba las escaleras.
Al darse cuenta de que no iba a ver a Sofía tanto como antes se le hizo un nudo en la garganta.
Al llegar a su piso se paró en seco. Pedro estaba allí, apoyado contra la pared junto a su puerta.
—¿Dónde diablos has estado? —rugió.
—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó, sorprendida de verlo.
Su apariencia la asombró. Vestía un traje impecable, pero la expresión de cansancio de su rostro no pasaba desapercibida.
—Me doy cuenta de que Roberto no te caía demasiado bien y por eso te agradezco que fueras al funeral. Pero podrías haber esperado un par de días antes de desaparecer. Sé que nuestro trato consistía en fingir ser una pareja feliz hasta que él muriera, pero no creo que tuvieras que marcharte tan pronto.
Al oír la voz de Pedro, Sofía volvió la cabeza; sonrió y le echó los brazos.
Paula deseaba decirle que no le hubiera hecho falta marcharse si él le hubiera dado alguna señal de que quería que se quedara. Pero en vez de eso se había puesto a hablar de boda con Fernanda.
Pedro sacó a la niña del carro y la levantó en brazos. Sofía estaba encantada de verlo; estiró un bracito y le agarró de la corbata.
—No había motivo para alargar más las cosas —dijo Paula.
Paula abrió la puerta y él la siguió adentro.
—No fuimos a nuestra cita del sábado con la agencia de veleros —dijo Pedro después de cerrar la puerta.
—Dios mío, Pedro. Tu abuelo acababa de morir y desde luego no creo que fuera el momento de ir a comprar un barco.
Pedro colocó a Sofía en la silla y miró a su alrededor. Fue hacia el sofá, se quitó la americana y se sentó.
—Yo tampoco, por eso cancelé la cita y he concertado otra para el sábado que viene. ¿Estás libre este sábado?
Paula lo miró. ¿Quería Pedro que lo acompañara a mirar barcos de vela? Muy despacio, medio aturdida, fue hacia una silla, se sentó y colocó a Sofía entre ellos en el suelo. El bebé miró a Pedro y sonrió.
—¿Y qué pasa con Fernanda? —preguntó Paula.
—¿Qué pasa con ella?
Se recostó sobre el respaldo y cerró los ojos.
—No te duermas —lo avisó.
Pedro sonrió tristemente, pero no abrió los ojos.
—No lo haré; al menos intentaré no hacerlo. Pero esta es la primera vez que me relajo desde que la enfermera Spencer me despertó el sábado por la mañana.
—Sé que lo echarás de menos —dijo con suavidad.
—Por muchos fallos que tuviera era mi abuelo.
Pedro se quedó tanto rato callado que Paula se preguntó si se habría dormido.
—Él te quería mucho, pero le gustaba mandar. Se parecen mucho, por eso chocaban tanto de mayores.
Al oír eso Pedro abrió los ojos.
—Sí, me gusta mandar. ¿Te molesta?
Se encogió de hombros, levantó la cabeza y lo miró. ¿Para qué habría pasado por allí? ¿Sería para hablar del divorcio? ¿No lo podrían haber hecho sus abogados por él? Lo miró y se le derritió el corazón. Deseaba abrazarlo y que él la abrazara también.
—¿Por qué te marchaste tan aprisa? —le preguntó Pedro.
Paula se miró las manos, rezando para que no se le saltaran las lágrimas. Tragó saliva con dificultad y carraspeó.
—Había llegado el momento —dijo.
—Mi madre ha vuelto a su casa y Roberto ya no está entre nosotros. Además, pensé que teníamos un idilio.
Paula levantó la vista.
—¿Un idilio? ¿Por cuánto tiempo? Fernanda me dijo que ustedes habían hablado de matrimonio.
Pedro abrió los ojos como platos y la miró con perplejidad.
—¿Qué es lo que ha dicho?
—Dijo que habían hablado de matrimonio.
Le costó bastante decirlo.
—¿Cuándo?
—El lunes, después del funeral.
—Paula, enterramos a mi abuelo el lunes. ¿Crees que me habría puesto a hablar de matrimonio con quien fuera ese mismo día?
—No sé cuándo hablaron de ello. Fernanda me lo dijo el lunes, en el jardín, después del funeral.
—¿Y por eso hiciste la maleta y te largaste?
—No me largué exactamente; volví a casa.
—Pensaba que estabas en casa viviendo conmigo.
Paula no dijo nada; no había nada más que decir.
El bebé empezó a protestar y Pedro miró a Sofía, entonces su expresión se suavizó.
—¿Cómo ha estado la niña?
—Bien.
El dolor la había pillado de imprevisto. Pedro miraba a Sofía con amor, pero no era su padre y nunca lo sería.
Se volvió a recostar en el sofá y cerró los ojos otra vez.
—Dios mío, el despacho ha sido la locura hoy. Me han llamado cientos de personas para darme el pésame. Algunos de los veteranos me han estado preguntando cuánto iban a cambiar las cosas. Llevo un año dirigiendo la empresa y todavía piensan que la muerte de Roberto va a hacer que las cosas sean muy diferentes. Supongo que pensaban que él seguía al mando.
Sofía volvió a protestar y Pedro la levantó en brazos. La niña se acurrucó contra su pecho y Pedro le empezó a dar palmaditas en la espalda. En menos de un minuto cerró los ojos, se acurrucó un poco más y se durmió. Pedro se recostó de nuevo, abrazando a la niña con fuerza.
—¿Y tú qué has hecho hoy? —le preguntó Pedro.
—He ido a la librería a ver si podían darme mi antiguo empleo —contestó sin rodeos.
Pedro apretó los labios, pero de momento no dijo nada. Estuvieron en silencio los dos un buen rato, entonces Pedro suspiró.
—Vuelve a casa, Paula. Te echo de menos.
El corazón le dio un vuelco al oírlo. Por un instante la esperanza renació.
—¿Y qué pasa con Fernanda?
—La última vez que le hablé de matrimonio fue hace unos seis meses. Ella aceptó mi proposición, pero luego me enteré de lo que ella, mi abuelo y mi madre habían maquinado. Desde entonces no hemos vuelto a hablar de ello. Además, ya estoy casado. No habrás pensado que voy a hablarle de matrimonio a otra persona estando casado contigo, ¿no?
—Normalmente no, pero el nuestro no es un matrimonio real.
—Cariño, el nuestro es todo lo real que puede ser un matrimonio. Por las tardes estoy deseando volver a casa. Al verlas a tí y a Sofía esperándome a la puerta me doy cuenta de que todo lo que hago merece la pena. Sé que no me he portado bien cuando Roberto murió, pero es que no esperaba que me afectara tanto. Cuando llegué a casa ayer deseé que todo volviera a ser como era antes, sólo que tú y Sofia no estaban allí.
—La razón por la que nos casamos ya no existía —dijo, deseando poder verle los ojos, deseando poder estar segura de lo que estaba pasando.
¿Sería que Pedro quería que se quedaran juntos un poco más? ¿O qué?
—No existía ya la razón por la que nos casamos. ¿Pero acaso quiere decir eso que no puedan existir razones para seguir casados? Y además, necesitaba pasar unos días a solas. Yo no he dormido y no quería molestar tu sueño.
—¿Qué quieres decir?
De nuevo se sintió esperanzada.
Pedro se levantó.
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