—¿Has llegado a la conclusión de que no he solicitado tu compañía por motivos tan superficiales? —sonó complacido.
—Bastante segura, pero la verdad es… En esta ocasión ni siquiera pensé en ello —se dijo que existía eso llamado exceso de sinceridad.
Entonces, ¿por qué se sentía impulsada a soltar verdades potencialmente embarazosas con ese hombre? Todas sus reacciones habituales estaban desactivadas con Pedro. Sacaba demasiado de ella. Demasiada sinceridad. Demasiada respuesta física. Demasiado de todo.
—Tú también lo sientes —no sonó contentó, sino confuso.
Quizá la reacción hacia ella le resultaba tan extraordinaria como la suya hacia él.
Decidió aferrarse a ello.
—¿Qué es exactamente lo que piensas que siento? —probó.
—Esto entre nosotros —retiró una mano del volante y, con un gesto, los abarcó a ambos.
—La atracción —no sabía muy bien de qué otra manera etiquetarlo.
—Yo lo llamaría super atracción —movió la cabeza—. No he reaccionado de esta manera ante una mujer desde que era joven. No creas que tenga por costumbre emplear los recursos de la empresa para comprobar las historias de las mujeres. Por lo general no soy tan impaciente.
—Sé a qué te refieres —se sintió aliviada de que él sintiera como ella lo grande que era eso que había entre ambos—. Es más que atracción.
—Sí.
Otra buena respuesta.
—Y bien, ¿qué hacemos al respecto?
—¿Tienes que preguntarlo?
—No soy de las que se van a la cama en una primera cita —de hecho, en ninguna, pero no era algo que necesitara mencionar en ese instante.
La miró de soslayo con sus ojos grises.
—Disfrutemos de la compañía del otro y veamos adónde nos conduce.
—Nunca se me ha dado muy bien tomar las cosas según vienen.
—Siempre es bueno probar cosas nuevas.
—Mi agente dice lo mismo… por lo general cuando intenta convencerme de aceptar un reportaje que voy a odiar.
Una vez más esa risa que le derretía las entrañas.
—Te lo aseguro, no te estoy tentando a algo que vas a odiar. Todo lo contrario.
Tuvo la impresión de que no sabía la razón que tenía. Mucho se temía que Pedro Alfonso era un hombre al que podría amar.
Pedro apagó el motor del coche ante la entrada del hotel de Paula.
—No quiero dejarte.
La mujer hermosa que tenía al lado se sobresaltó como si acabara de conmocionarla.
De hecho, se había conmocionado a sí mismo. Sonaba como un adolescente necesitado, pero sólo disponía de unas semanas antes de ir a Praga. Esperaba convencer a Paula de que pasara tanto de ese tiempo con él como fuera posible. Ya había confirmado Con el agente de ella que después de que acabara la sesión de fotos para su empresa, Paula planeaba pasar una; semana en España de vacaciones.
Tenía toda la intención de aprovecharse de ese conocimiento, pero cada momento pasado al lado de ella le había reiterado lo importante que era para Paula su carrera. No veía factible que se tomara un descanso más prolongado para acompañarlo a Praga.
De hecho, ni siquiera sabía por qué consideraba semejante posibilidad. Las mujeres no eran elementos permanentes en su vida.
Disfrutaba de la compañía femenina, y el sexo era importante para él, pero nunca antes había querido mantener a una mujer a su lado. En ese momento nada había cambiado. Sencillamente, sentía una atracción más poderosa hacia Paula que hacia ninguna otra mujer. Pero una vez que saciaran su deseo mutuo, esos extraños pensamientos de unión sin duda se desvanecerían.
Ella se pasó la mano por el cabello de diversos tonos de rubio y se lo desarregló de forma tan sexy, que le disparó la libido.
—Necesito una ducha.
—Tienes una suite.
—¿Quieres subir? —los ojos verde mar dudaron de la viabilidad de esa sugerencia.
El no.
—Sí.
Paula se mordió el labio y apartó la vista, en un gesto contradictorio con la mujer sofisticada que él sabía que era.
—Supongo que está bien.
Sonaba insegura… inocente. Eso lo excitó de manera que probablemente no debería. Había salido con muchas mujeres del mundo de la moda, pero con ninguna contratada para trabajar con su empresa. No era un mundo en el que la inocencia o la incertidumbre duraran mucho. Ella había llegado demasiado lejos para mantener ambas, pero disfrutó de la ilusión. Y lo mejor de todo era que no creía que Paula la proyectara adrede.
Se sentía tan afectada por su encuentro como lo había estado él, y la hacía vulnerable. No sabía por qué eso le resultaba tan atractivo, pero así era.
Lo miró con nerviosismo. El le sonrió, aunque dudó de que su expresión fuera tranquilizadora. La deseaba demasiado. Al bajar del coche consideró la posibilidad de que estuviera jugando con él.
La vulnerabilidad era real, pero el resto podía ser la conducta de una táctica maestra. Era imposible que fuera tan renuente a salir con él como había actuado. Sí, la seductora Paula Chaves sabía cómo aumentar el interés en un hombre como él. Debajo de esa capa civilizada, en el fondo era un depredador.
Y no le importaba que tratara de asegurarse su atención. De hecho, la admiraba por ello.
Era evidente que también era una maestra de la discreción. Incluso cuando la había interrogado con sutileza, no le había costado soslayar las preguntas acerca de sus hábitos de salida con los hombres. Con su belleza e inteligencia, no albergaba dudas de que estaba acostumbrada a salir con hombres de posición eminente. Sin embargo, el investigador estaba casi seguro de que en ese momento no mantenía ninguna relación íntima.
Había dicho la verdad al afirmar que trabajaba diariamente. Había enlazado un trabajo con otro durante los últimos meses. Ningún hombre en su posición toleraría que una mujer se hallara tan indisponible.
Debía de estar libre en ese momento.
Tanto su cerebro como su libido insistían en ello.
La libido se impuso al tomarle la mano para ayudarla a bajar del coche.
—Gracias por no despedirme.
Sus perfectas facciones ovales exhibieron una expresión indescifrable.
—Si quieres la verdad, yo siento el mismo… —hizo una pausa como si buscara la palabra—. El deseo codicioso de tu compañía.
Le gustó oír eso mucho más de lo que habría imaginado. En esa mujer había una sinceridad visceral que años de trabajo en su despiadada industria no habían sido capaz de eliminar. Le gustaba eso. Le gustaba mucho.
Sonrió y pasó el brazo de ella por el suyo.
—¿En qué planta te alojas?
Ella abrió mucho los ojos en fingida sorpresa.
—¿Me estás diciendo que tus fuentes no te han proporcionado ese conocimiento?
—En realidad, no lo han hecho —no había pensado en preguntarlo. Jamás se le había ocurrido que ella no lo ofreciera.
—Tendrás que reprenderlos por obviar eso.
—Teniendo en cuenta el hecho de que mi empresa reservó tus habitaciones, tienes razón. Habría sido muy fácil obtener la información —si lo hubiera preguntado.
—Exacto.
El movió la cabeza.
El amplio vestíbulo del hotel empezaba a mostrarse ajetreado una vez pasadas las horas de la siesta. Vio a varias personas sorprendidas al observarlo con Paula. Suspiró. No había esperanza de mantener la relación en completo secreto. Pero ya le había dado instrucciones a su empresa y a todos los que habían trabajado con Paula desde la llegada de ella a España, que guardaran silencio acerca de la identidad de la modelo cuando comenzaran a surgir las preguntas inevitables.
Su familia imponía de forma estricta la política de que cualquier empleado que considerara que un soborno justificaba traicionar la intimidad de los Alfonso ante los medios, se tendría que buscar otro trabajo en cuanto se descubriera esa perfidia. Por ende, las filtraciones a la prensa desde el holding eran extremadamente raras, y su familia disfrutaba de un nivel de privacidad más profundo que la mayoría de la gente en su mismo plano social y económico.
Guió a Paula al ascensor y con su cuerpo la escudó de ojos curiosos.
—Es inevitable que fotos de ambos lleguen a la prensa sensacionalista, pero he tomado medidas para proteger tu intimidad.
—Gracias.
—¿No quieres la publicidad gratuita?
Ella movió la cabeza con determinación.
—No tengo más interés en ver a mi cita como un trofeo en mi brazo que de serlo yo misma.
—Apruebo tu postura.
Le sonrió.
—Gracias. ¿Se te considera a menudo un trofeo?
—Tiendo a evitar ciertas relaciones y, por lo tanto, dicha posibilidad, pero a veces el intercambio vale la pena.
—¿El sexo por un acceso temporal a tu riqueza y posición?
—Mientras entiendan que es temporal, funciona.
—Es algo muy frío.
—Yo no lo veo de esa manera.
—Hace que las mujeres con las que compartes tu cama sean poco más que acompañantes pagadas.
—Qué giro tan sutil, pero la elección de intercambiar la compatibilidad sexual es de ellas, no mía. Yo no las obligo a hacer nada.
Wowwwwwwww, ya me gustó Naty.
ResponderEliminarMuy buen comienzo! Es lógico que Paula desconfíe con su historial!
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