—Lo dudo. Me parece que su proposición se trata en realidad de una broma.
—Un hombre no le pide a una mujer que se case con él en broma —gruñó Juan.
—Un hombre rico como Pedro Alfonso no le pide a una camarera que se case con él.
—Como te he dicho antes, a lo mejor hace tiempo que está enamorado de ti. ¿Tú qué sientes por él?
Paula se quedó en silencio unos minutos, sintiendo cómo la embargaban las emociones y los recuerdos. ¿Qué sentía por él?
—Estuve enamorada de él cuando tenía catorce años. Pero de eso hace ya mucho tiempo. Cada uno siguió su camino. Luego conocí a Pablo.
—Escúchame, chica. Pablo y tú eran felices, como tú me has dicho muchas veces, pero no era una de esas pasiones que uno siempre ansia en la vida.
—Amaba a Pablo—protestó.
—Sé que lo amabas, pero nunca me pareció que estuvieras enamorada de él.
Paula miró hacia delante, a ver si llegaba el autobús. Las palabras de Juan eran muy duras, pero había algo de verdad en ellas. Había amado a su esposo y llorado su muerte, pero incluso en los momentos más felices de su matrimonio se había preguntado si no habría algo más. Algo fallaba en su relación. ¿Tendría razón Juan?
Había niebla y una humedad salada impregnaba el ambiente nocturno. Paula se estremeció ligeramente, contenta de ver las luces del autobús a lo lejos.
—Dentro de un momento llegará tu autobús. Piénsate lo que te han propuesto muy bien, Paula. Has pasado unos cuantos meses sola; quizá sea esta la solución a tu problema. Así podrías pasar tiempo con el bebé sin tener que preocuparte por el dinero. Te gusta el hombre, ¿no? —le preguntó Juan.
Ella asintió con la cabeza.
Y no era como si le hubiera propuesto algo para toda la vida; sólo era un matrimonio de conveniencia... sobre todo para él.
—Me lo pensaré, supongo —dijo lentamente.
Como si le quedara otra elección.
Pedro Alfonso paseaba por la calle ajeno al aire frío que le daba en la garganta. Estaba tan furioso que eso era suficiente para calentarlo. ¡Malditos abuelo y mamá y sus condenadas maquinaciones! El largo paseo desde la Opera no le había servido de nada; el whisky que se había tomado en aquel bar tampoco le había hecho nada.
Había pensado que Fernanda quería casarse con él porque lo amaba, no por su dinero; o mejor dicho, por el dinero de su abuelo. Desde que se había enterado de la verdad, esta lo consumía por dentro.
El viejo la había sobornado prometiéndole una parte de las Empresas Zolezzi Sabía que su abuelo lo quería ver casado, llevaba diez años presionándolo para que lo hiciera, pero esa vez había ido demasiado lejos.
Su madre estaba totalmente obsesionada con el asunto del casamiento, pero tenía que ser con la mujer adecuada. ¡Pedro elegiría él mismo a su esposa! Así los enseñaría en qué habían desembocado sus ardides.
Y así había elegido a Paula Chaves, la camarera de un café del puerto.
Se imaginó la cara que iba a poner su madre cuando le dijera que iba a casarse con una camarera. Sonrió forzadamente. Echaría por tierra sus planes de entrar a formar parte de las capas más altas de la sociedad. Si el dinero de su abuelo no había comprado el acceso a los niveles a los que ella aspiraba, su matrimonio desde luego tampoco lo haría.
Recordó a la Paula de esos lejanos días de verano. En aquel entonces había sido una molestia continua. Pero esa noche había visto algo en ella que invitaba a mirarla de nuevo, incluso embarazada como estaba.
¿Y el padre del bebé? Seguramente se habría esfumado al enterarse de que ella esperaba un hijo.
Pedro aminoró el paso cuando estuvo cerca del Teatro de la Ópera. Las nubes brillaban en el nebuloso cielo, iluminadas por los focos. No había un alma en la calle, sólo alguna pareja solitaria. La limusina se habría marchado hacía mucho tiempo, llevándose a su madre y a Fernanda a casa.
Resultaba extraño que no sintiera más que ira. ¿Acaso no debería haber sentido un tremendo dolor al descubrir que la mujer a la que había pedido en matrimonio había aceptado simplemente por dinero? Echaría por tierra los planes de su familia casándose con Paula Chaves.
¡Nadie podría mandar en él! No sabía bien por qué ni su abuelo ni su madre se habían enterado aún de eso. Su matrimonio les enseñaría el error que habían cometido.
Paula se despertó a la mañana siguiente cuando sonó el despertador. Se arrastró de la cama y se vistió a toda velocidad.
Mientras se cepillaba el pelo se preguntó si alguna vez recuperaría su brillo de siempre. Lo tenía lacio y mate y como mejor le quedaba era recogido en una coleta. Se maquilló un poco, intentando en vano ocultar las enormes ojeras. Tenía las mejillas regordetas y los ojos enrojecidos por el cansancio. Sonrió al recordar lo de la noche anterior. Le hacía gracia pensar que Pedro Alfonso, heredero de una inmensa fortuna, quisiera casarse con alguien como ella.
Paula se preparó unos cereales para desayunar y se los comió despacio y distraída, pensando en si debía o no aceptar la proposición. Él le daría dinero a montones y así podría vivir en un bonito apartamento, con un jardín para poder sacar al bebé en verano.
Ya no tendría que trabajar en la librería por las mañanas, ni ir a clase por las tardes ni estar detrás de la barra por las noches. Se podría dar la gran vida, aparte de cuidar de su bebé. Los ojos se le llenaron de lágrimas porque sabía que todo aquello no eran más que sueños.
Echaba de menos a Pablo.Él habría estado tan contento, esperando la llegada del bebé. No podía creer que se hubiera marchado para siempre y que no fuera a volver a verlo. ¡Era tan bueno! Pero la conversación que había tenido con Juan la noche anterior le rondaba los pensamientos. Se habían amado, ¿pero habían estado enamorados?
Eran dos huérfanos solitarios que se habían juntado por intereses comunes. Fue Pablo el que la convenció para que volviera a estudiar. Pablo ganaba lo suficiente para cubrir gastos y Paula trabajaba media jornada en la librería, y eso le daba bastante para pagarse los estudios. Todo había ido bien hasta que aquel camión sin frenos le había dado un golpe al coche de Pablo. Si la compañía hubiera revisado el camión el accidente no habría ocurrido.
Pero no podía dar marcha atrás ni tampoco saber lo que le deparaba el futuro. Levantó la cabeza, olvidándose de los sueños con resolución. Era hora de ponerse a trabajar. A partir del día siguiente las cosas iban a cambiar un poco. Podría echarse una siesta por las tardes en vez de ir a clase. Eso quizá la ayudara a disminuir la hinchazón de las piernas.
Al terminar la jornada de trabajo en el café, Paula se alegró de no haber dado crédito a las palabras de Pedro, aunque no podía negar que estaba algo decepcionada. Él no había aparecido como había prometido. Por un instante, sólo un instante, había esperado que la oferta fuera sincera. Pero sabía que nadie le regalaba a uno nada y su proposición le había sonado demasiado buena para ser verdad. De nada servía fantasear y soñar; la cruda realidad era que tenía que seguir con los dos trabajos e intentar ahorrar todo lo posible. Pasado un mes no podría ya trabajar. Necesitaba conseguir unos ahorros.
A la noche siguiente, cuando el café estaba lleno, Pedro Alfonso entró en el local tan campante. Al entrar se quedó un momento en la puerta, sorprendido por el bullicio. Lo cierto era que había sido tonto de pensar que el café estaría vacío a la hora de la cena. Echó un rápido vistazo por el local y cuando localizó a Paula se abrió paso entre la gente y las mesas hasta que se colocó a su lado. A Paula casi se le cayeron los platos al verlo. Él la miró y se dio cuenta de lo cansada que parecía y de la torpeza de sus movimientos.
—¿Podemos hablar? —preguntó, echando una mirada a su alrededor.
Había una sola mesa vacía junto a las puertas de vaivén que llevaban a la cocina. Frunció el ceño porque sabía que no había calculado bien la hora, pero estaba demasiado impaciente para esperar.
—Ahora estoy trabajando.
Pasó delante de él y se dirigió hacia una mesa. Colocó los platos cuidadosamente sobre la mesa y sonrió, preguntándoles a los clientes si deseaban algo más. Ellos le dijeron que no con un gesto de la cabeza, Paula se volvió y entonces se chocó con Pedro. Echó las manos hacia delante para agarrarla y que no se cayera. Ella estuvo a punto de rozarle el mentón. Llevaba el pelo recogido en una coleta baja. Un suave aroma a rosas perfumó el ambiente. ¿El perfume de Paula? Por un instante le asombró la fragilidad de su complexión; en realidad no era más que su embarazo lo que la hacía parecer tan grande.
—Lo siento, pero tienes un frente que es difícil de evitar —le dijo, mirándole la panza.
Jamás había estado tan cerca de una embarazada en su vida. ¿Le pesaría el bebé? ¿Se movería cuando estaba trabajando o sólo cuando se quedaba quieta?
—¿Qué quieres? —le preguntó, consciente de las miradas curiosas de algunos clientes—. Tengo trabajo.
—Quiero que hablemos de nuestra boda —miró a su alrededor—. ¿Puedes ausentarte unos minutos?
—¿Nuestra boda? —preguntó muy sorprendida.
Pedro la miró con los ojos entrecerrados.
—Sí, nuestra boda.
—Estoy trabajando y todavía no es hora de tomarme un descanso. Siéntate allí y te llevaré algo de beber. Estaré contigo en cuanto pueda.
Pedro se quedó allí plantado media hora más, mientras observaba a la mujer con la que tenía la intención de casarse corriendo de un lado al otro del café.
Su abuelo insistía en que se casara antes de pasarle el mando de sus empresas a su único nieto. Había sido el último esfuerzo desesperado para que Pedro se aviniera a su idea de que el matrimonio estabilizaba la vida del hombre. A Pedro le daba rabia que le hubiera puesto esas condiciones. Llevaba meses trabajando en un negocio que llevaría a Zolezzi a la vanguardia de su campo y aquel viejo testarudo lo apartaba del asunto en los últimos meses, pensando que así podía manipularlo. Si no actuaban con rapidez, los meses de negociación se perderían y jamás podrían volver a estar en ventaja.
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