jueves, 25 de junio de 2015

Amor Del Corazón: Capítulo 24

—Calla. Casi hemos llegado a casa, Paula.
—Pero...
Pedro le agarró de la mano con fuerza y se acurrucó contra ella en la acogedora limusina.
—Calla. Sé que te lo estás pensando. Olvídalo, yo me ocuparé de ti.
Deseó que hubiera dicho alguna palabra romántica, pero no fue así. Paula se volvió sintiéndose algo abatida y miró por la ventana, aunque no veía nada aparte de su agitación mental. Se estaba enamorando de Pedro Alfonso. ¿Habría algo más estúpido?
Se volvió hacia Pedro. La luz de los automóviles que pasaban le iluminaba el rostro de tanto en tanto, permitiéndole contemplar sus queridas facciones: el mentón fuerte, los pómulos altos, el gesto al sonreír. Lo cual no hacía muy a menudo. Era un hombre duro, pero ella no lo temía.
Se sentía más viva que nunca mientras subía las escaleras y entraba derecha en la habitación con Pedro pisándole los talones.
Cerró la puerta y se apoyo contra ella, cruzándose de brazos.
—¿Estás bien?
—Un poco asustada —dijo sin mentir, volviéndose para mirarlo de frente; tiró el bolso en una silla que había allí cerca y se acercó un poco—. Nunca he tenido una aventura.
Él esbozó lentamente una sonrisa, con la mirada cargada de deseo. Extendió los brazos y tiró de ella hasta que Dulce apoyó la cabeza sobre su hombro. En ese momento sintió como una descarga eléctrica y un extraño cosquilleo en la piel. Apenas podía respirar y desde luego no era capaz de pensar en nada que no fuera Pedro.
Cuando él le acarició los cabellos, Paula se estremeció.
—¿Tienes frío? —le preguntó.
Pero Paula estaba ardiendo.
—Que empiece la fiesta —le susurró Pedro, echándole la cabeza hacia atrás para besarla.

Cuando Paula se despertó a la mañana siguiente el sol entraba ya por la ventana. Se estiró, sintiéndose feliz y querida. Lentamente los recuerdos de la noche anterior se definieron en su mente y Paula sonrió, volviendo la cabeza despacio. Pedro estaba a su lado boca abajo, con la cara mirando hacia ella, todavía dormido.
Se tomó unos instantes para estudiar al hombre que con tanto apasionamiento la había amado la noche anterior y entonces sintió que el pulso se le aceleraba.
Parecía más joven así dormido, sus facciones menos duras, pero, aún así, muy masculino. Y era suyo, al menos durante un tiempo.
Tragó saliva al recordar la delicadeza y ternura con las que la había tratado la noche pasada, provocando en ella una respuesta que jamás pensó que pudiera dar. ¡Había sido glorioso! Y no parecía haberle importado su inexperiencia. Le enseñó cosas que no sabía y juntos alcanzaron cimas que ella jamás habría soñado.
Licenciosamente, se preguntó cuándo volvería a hacerle lo mismo.
De repente Paula pensó en lo tarde que debería de ser. ¿Se habría olvidado de conectar el transmisor del bebé? Se volvió y vio que estaba encendido, pero le extrañó que Sofía durmiera hasta tan tarde.
—¿Ocurre algo? —le preguntó Pedro con aquella voz tan profunda.
Lo miró y se puso colorada; ojalá él pensara que estaba así de dormir.
—No he oído a Sofía llorar. Ya es muy tarde, debería de estar despierta a estas horas.
—Si se despertara, podría ir Mirta.
—Sí, pero no creo que pueda darle de comer.
—Quizás algo de zumo. ¿No dijiste que habías empezado a darle zumo de manzana?
Paula  asintió con la cabeza lentamente, cautivada por el hombre que tenía al lado.
Pedro  le sonrió y ella se dispuso a acariciarlo, incapaz de resistirlo. Él le agarró la mano y le besó la palma; sin soltarla le llevó la mano hasta su pecho y la mantuvo ahí junto a él.
—Buenos días.
—Buenos días —dijo ella sin aliento, buscando su mirada.
¿Habría sido la noche pasada tan especial para Pedro como para ella? Esa había sido su verdadera noche de bodas.
Pedro la atrajo hacia sí, salvando la distancia que los separaba. La noche anterior se habían desnudado y luego no se habían puesto pijamas. Paula sintió el cuerpo desnudo de Pedro pegado al suyo y la llama de la pasión se inflamó.
—Es un buen día que está a punto de mejorar —dijo Pedro mientras empezaba a besarla.

—No puedo salir —dijo Paula un rato después.
Se había dado una ducha, vestido y en ese momento se paseaba por la habitación mientras Pedro se ponía unos vaqueros y una camiseta oscura. Se sentó en el borde de la cama y de repente dio un salto y se fue a sentar a una silla, mirando a la cama con rabia.
—¿Por qué no? —le preguntó Pedro con  alegría.
Paula notó que había cambiado de humor, que estaba contento, feliz. Bueno, quizá no tanto, pero verlo así era un cambio.
—En cuanto nos vean los demás sabrán lo que hemos estado haciendo.
—Odio tener que decirte esto, cariño, pero no tendrán ni que mirarnos. Es casi mediodía; ya saben perfectamente lo que hemos estado haciendo. Venga; tengo hambre. Comeremos algo y nos iremos a la playa.
—No podemos irnos ahora. Tengo que darle de comer a Sofía y luego querrá echarse la siesta —protestó.
A lo mejor si se peleaban podría quedarse el resto del día en su habitación. ¿Y el resto de su vida?
—Puede dormir en la playa.
—Es importante que los niños se acostumbren a una rutina —dijo, utilizándolo como excusa—. Iremos otro día.
—Es importante que salgamos de aquí antes de que llegue Fernanda. Muévete, Paula.
El hombre alegre de segundos atrás había desaparecido.
Paula suspiró débilmente y se levantó. Quizá la idea de pelearse no era tan buena. Le había puesto de mal humor y deseó poder retirar lo que había dicho.
Se encontraron a Sofía en la cocina con Marcela hablándole mientras preparaba una ensalada para la comida.
—Debe de estar muerta de hambre —dijo Paula, corriendo hacia Sofía—. Hola, bebita linda.
La abrazó, aspirando el limpio y suave aroma de la piel del bebé.
—Es una niña muy buena. Le dimos un poco de zumo y volvió a dormirse. Hasta hace unos minutos se ha portado como un angelito, pero de repente se ha empezado a poner pesada —Mirta se levantó de la silla donde estaba sentada; Marcela se volvió y sonrió a Sofía—. Es una muñeca, pero creo que ya quiere irse con su mamá.
—Tu madre ha subido a comer con tu abuelo; supongo que estarán a punto de terminar. ¿Quieres unirte a ellos? —le preguntó Mirta a Pedro.
—No. Comeremos aquí en cuanto Paula termine de darle el pecho a Sofía. Después nos vamos a la playa.
Paula se llevó a Sofía a la tranquilidad del dormitorio de la pequeña.
Poco tiempo después volvió y encontró a Pedro sentado a la mesa de la cocina con un plato delante de él. Paula colocó al bebé en el canastillo y se sentó junto a Pedro, donde le habían puesto un plato y cubiertos.
Paula comió en silencio, concentrada en la ensalada y panecillos que Marcela había colocado delante de los platos. Se sentía demasiado cortada como para levantar la vista, pero enseguida se relajó al oír a Marcela trajinando en la cocina.
—Termina de comer, la playa nos espera —anunció Pedro, pasado un rato.
—Hace un día estupendo para ir a la playa —murmuró Marcela, que de vez en cuando se volvía y sonreía a Sofía, encantada de tenerla allí.
—Espero que no nos llevemos la limusina —dijo Paula, al tiempo que retiraba su plato.
—No, nos llevaremos mi coche. Es más apropiado para una excursión en familia, ¿no crees?
¿Una excursión en familia? Paula asintió al tiempo que el viejo sueño tomaba forma en su imaginación. Siempre había deseado formar una familia con Pablo, pero él se había marchado para siempre y Paula estaba casada con un hombre que la confundía constantemente.
—Prepara a Sofía, yo iré a pedirle a José que me traiga el coche a la puerta —le dijo Pedro cuando terminó de comer.
Paula sacó a Sofía de su cesto y se la llevó escaleras arriba, agradeciendo poder pasar un rato a solas. Le pondría un traje de playa de bebé y se llevaría una manta fina para que el sol no le quemara la piel.
Cuatro horas después Paula se recostaba en el asiento del BMW de Pedro con los ojos cerrados. Estaba exhausta. El sol y el aire del mar eran suficiente para cansar a cualquiera, pero si además le añadía lo poco que había dormido la noche anterior la combinación era letal. Esa tarde había tenido que estar en guardia con Pedro. Se había pasado todo el tiempo desafiándola y provocándola. Tenía calor, estaba cansada y un poco quemada por el sol, pero jamás se había divertido tanto en su vida.
—¿Cansada? —le preguntó Pedro mientras se sentaba al volante y ponía el coche en marcha.
—¿Tú no lo estás? —le respondió con una pregunta, sin abrir los ojos.
—Creo que Sofía te ha dejado agotada —murmuró mientras sacaba el coche del estacionamiento, en dirección a Sidney.
—No la culpo. Había tanto que ver que no ha dormido tanto como yo pensaba.
—La próxima vez traeremos a alguien para que cuide de ella—dijo Pedro.
Paula deseaba abrir los ojos, pero estaba demasiado cansada.
—Si hay una próxima vez —murmuró, medio adormilada.
—La habrá. Pero cuando volvamos a hacerlo me gustaría que mi mujer me hiciera un poco más de caso.
Paula abrió los ojos. ¿Tendría Pedro  celos del bebé?
—¿Te has sentido ignorado?
—No, pero si hubiera querido ir a nadar solo no te habría traído conmigo.
—He tenido que quedarme con la niña.
—Lo sé y no me quejo. Sabes que esto es algo nuevo para mí y no lo he pensado detenidamente. Uno de nosotros tenía que quedarse con ella, por eso no hemos podido salir a nadar juntos.
Pedro sonrió y le agarró de la mano.

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