lunes, 8 de junio de 2015

Un Juego De Gemelas: Capítulo 14

Pedro  permitió que Miguel creyera que todo iba bien y colgó. Hablarían el lunes, pero no sería de la fusión completa de empresas que dependía del matrimonio entre Pau y Pedro.
Pau llamó a Pedro. Cuando llegó a su piso el viernes por la noche. Era tarde y estaba cansada, pero en paz con su decisión.
Él contestó su llamada con un largo silencio. Pensó que quizá había falta de cobertura.
—¿Pedro? —repitió, preguntándose si la oía.
—Estoy aquí.
—Me gustaría verte.
—Mañana.
—De acuerdo. ¿Quieres venir aquí?
—Sí, eso haré. Después del desayuno.
—Fantástico —ella pensó que quizá podrían pasar el día juntos. Lo había echado de menos.
Al día siguiente se levantó temprano. No sabía cuándo llegaría Pedro, pero estuvo lista a las siete y media. Él no llegó hasta las nueve.
Cuando le abrió la puerta, no sonrió ni la besó.
Ella no fue reticente. Quería que su relación fuera afectuosa. No tenía mucha experiencia, pero ambos podían aprender. Se puso de puntillas y lo besó.
—Te he echado de menos —le dijo.
—¿Ah, sí?
—Estás enfadado porque he estado fuera una semana —ella dio un paso atrás y se mordió el labio.
—Podría decirse eso —contestó, frío y distante.
Tuvo la impresión de que sus ojos la miraban con desagrado. Le pareció que eso sería una reacción demasiado fuerte a su leve brote de independencia.
—¿Estás enfadado porque decidí tomarme más días para llegar a una decisión? —le preguntó, guiándolo hacia la sala de estar. Se sentó en el sofá amarillo. Él eligió el sillón más distante de donde estaba ella.
—¿Has tomado una decisión?
—Sí, y más vale que te acostumbres a que no me gusta que me den órdenes —intentó sonreír—. Nuestra vida será más fácil si aceptas eso. Tampoco me gusta nada que me trates con frialdad.
—Entonces, ¿quieres casarte conmigo?
—Sí.
—Interesante. Tengo que preguntarme por qué.
La seguridad que la envolvía empezó a desvanecerse. No entendía el rumbo de la conversación.
—No habrás cambiado de opinión sólo porque he estado fuera una semana, ¿verdad?
—No, no he cambiado de opinión por eso.
—Me alegro.
—Sin embargo, otras cosas han salido a la luz —la miró casi con desprecio.
—¿Qué quieres decir? ¿Qué otras cosas?
—No eras virgen cuando hicimos el amor.
—Te dije que no lo era.
—Pero no me di cuenta que eso implicaba una carencia más profunda en tu personalidad.
—¿Consideras que no fuera virgen una carencia? —preguntó ella con cautela.
Él se limitó a mirarla.
—Entonces, ¿debería yo pensar lo mismo de ti?
—Yo, al menos, entiendo el significado de la fidelidad a una pareja.
—¿Estás diciendo que yo no? —preguntó, incrédula. No entendía la conversación—. Porque hubo alguien antes que tú, ¿has decidido que no puedo ser fiel? No me lo puedo creer.
—No.
—Entonces, ¿qué estas diciendo?
—Que has sido muy lista escondiendo tu verdadera naturaleza, de tu padre, de mí y de mi detective. Al menos al principio. Está claro que se te da muy bien llevar una doble vida. Debería inclinarme ante ti. Ha debido ser difícil engañarnos a todos, pero lo hiciste.
—Pedro no sé de qué hablas. No te he ocultado nada —no le había contado los detalles de su única relación anterior, pero eso no podía considerarse una ocultación de su verdadera naturaleza.
—Al contrario, me has engañado muy bien. Mirando hacia atrás, veo las pistas que antes estaba demasiado cegado para notar.
—¿Qué pistas?
—Los preservativos. Si eras tan inocente, ¿por qué tenías una caja en tu mesilla?
—Supuse que antes o después querrías hacer el amor, y no quería arriesgarme a un embarazo.
—Es una excusa muy apropiada, pero no realista. Hasta la semana pasada ni siquiera había intentado llevarte a la cama.
—Lo sé, pero…
—No quiero discutir más contigo —cortó el aire con la mano.
—¿Qué es lo que quieres? —se sentía helada por dentro. Pero al mismo tiempo sentía dolor; el frío le calaba hasta los huesos.
—Decir lo que queda por decir y marcharme.
—Entonces, dilo —exigió ella, gélida.
—Tu padre quiere un heredero para su negocio —dijo él, tras titubear un instante—. Tú te negabas a serlo, así que buscó otro. Me encontró a mí.
—¿Qué? —ella sintió que espadas de hielo le taladraban el corazón. Había más, lo sabía.
—Me ofreció una dote imposible de rechazar. La mitad de su empresa si me casaba contigo y un testamento dejando la otra mitad a nuestros hijos.
Ella movió la cabeza, negando la culpabilidad de su padre y de Pedro. Pensar que podían considerarla un objeto de trueque era demasiado duro. No significaba nada para ellos.
—Sí. Sin embargo, la mitad de la empresa de tu padre no hará que me case con una mujer que se acuesta con otro cuando las sábanas ni siquiera se han enfriado tras estar conmigo. Una mujer que estaba considerando mi propuesta de matrimonio.
Las palabras empezaron a tomar forma en la mente de Pau. Primero, Pedro pensaba que se había acostado con otro mientras estaba fuera. Segundo, había hecho un trato de negocios con su padre y ella nunca se habría enterado si él no creyera lo primero.
—¿Crees que porque me fui del país y burlé al sistema de seguridad durante unos días, me acosté con otro hombre? —preguntó, asombrada de eso y de no haber sido más que un peón en el juego de los dos hombres a los que más quería en su vida.
Estaba acostumbrada a la indiferencia de su padre, no a esa brutalidad. Había esperado mucho más de Pedro. Era una *******.
—No hago esos juicios sin tener datos.
—¿Insinúas que alguien dice que te he engañado?
—En cierto modo.
—Explícate —exigió ella, tan helada por dentro que un golpe la habría roto en mil pedazos.
Él dejó un sobre marrón sobre la mesa. Ella lo recogió y sacó varias hojas de papel. La primera tenía el membrete de una agencia de detectives. Debajo había un artículo de revista del corazón. Una mujer y un hombre junto a una ruleta. La mujer se parecía tanto a ella que podría ser su hermana.
Pero era más delgada, por lo menos cinco kilos. Tenía las cejas depiladas y muy finas, a la moda, mientras que Pau apenas tocaba las suyas. Llevaba un modelo muy revelador y tenía la pose de una modelo de portada, o una actriz.
Pau siempre parecía tensa en fotos como ésa. No le gustaba que la fotografiaran. El fax era en blanco y negro y no se veía el color de los ojos de la mujer ni del pelo de su acompañante.
Pasó a la siguiente página y una de sus preguntas tuvo respuesta. Era una foto a color de la misma pareja, besándose en la playa. El hombre era de pelo castaño. Ella llevaba un bikini y un sarong. Estaba tan delgada que se le marcaban las costillas.
Mientras miraba las fotos se dio cuenta de que la mujer tenía los ojos del mismo color que ella. Se parecía más que una hermana. Si no fuera por el peso y otros detalles físicos, habría sido su doble.
La última foto era de las dos personas en la cama. Se quedó atónita. Pau  reconoció en el rostro de la mujer la misma mirada vulnerable que tenía ella después de hacer el amor con Pedro  y supo que esa mujer era su hermana. Intentó convencerse de que su doble no era más que eso… una desconocida que compartía con ella suficiente material genético de un pasado remoto para parecer su gemela, aunque no las uniera ningún parentesco.
Pero su instinto le gritaba que era más. Algo primitivo de su alma sabía que esa mujer era su gemela.
Su padre le había dicho que su madre había muerto tras dar a luz. Nunca había mencionado a otro bebé. Su padre le había mentido. No sabía cómo su gemela y ella habían sido separadas, pero daba igual.
Sólo sabía que en el mundo había un ser humano que la habría querido, porque las hermanas se querían. Y el sentimiento habría sido recíproco.
—Sal de aquí —le dijo a Pedro.
—¿Es eso todo lo que tienes que decirme?
—No.
Él parecía tener la esperanza de que pudiera explicar las fotos, pero debía ser un truco de la luz. Le daba igual. Había querido casarse con ella para ampliar su negocio… Hasta su madre había sido más perceptiva que ella. Pedro nunca tenía bastante y su empresa siempre sería lo primero. Era como su padre.
—Creo que eres despreciable.
—¿Qué acabas de decirme? —preguntó, atónito.
—Me mentiste. Dijiste que me deseabas, pero sólo te interesaba la empresa de mi padre.
—¿Vas usar eso para justificar tu comportamiento?
—No. No necesito justificar mi comportamiento y el tuyo es imperdonable. Sal de mi piso, Pedro, y no vuelvas. Nunca.
—Pau… —él no se movió.

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