lunes, 22 de junio de 2015

Amor Del Corazón: Capítulo 12

Al rato sintió que la invadía el sueño y se le cerraban los ojos. Al día siguiente intentaría buscar una colchoneta o algo parecido.
Cuando Paula se despertó por la mañana, estaba sola en el dormitorio, cómoda y calentita y... ¡En la cama de Pedro!
Abrió los ojos. ¿Cómo había llegado hasta allí? Recordaba perfectamente haber preparado una cama en el suelo junto a la ventana. Se volvió y vio el barullo de mantas, entonces se puso colorada. ¿Se habría metido en la cama sin darse cuenta a mitad de la noche? ¿O la habría llevado Pedro allí en brazos?
Estiró las manos y sus dedos acariciaron las sábanas. Pedro se había marchado hacía rato ya. Suspiró con delicadeza. Le daba un poco de rabia reconocer que Pedro tenía razón. Ni se había enterado de que estaban compartiendo la cama. No podía creer que hubiera llegado a la cama ella sola.
Paula se duchó y vistió con rapidez. El bebé se despertaría enseguida y no quería que molestara a nadie. Recogió las mantas y las metió en el armario de donde las había sacado. Si tenían que seguir con aquella comedia, no quería que ni Mirta  ni nadie supiera que se había hecho una cama en el suelo.
Cuando se estaba poniendo los zapatos escuchó el conocido llanto de su hija a través del recibidor. Lo agarró y corrió al dormitorio de la pequeña.
Media hora después las dos bajaban por las amplias escaleras. Al llegar abajo, Paula vio a Pedro terminando de desayunar en el comedor.
—Buenos días —dijo ella.
El levantó la cabeza y sonrió.
—Buenos días.
Se levantó y rodeó la mesa, mirándola a los ojos hasta que llegó a su lado. Se inclinó y la besó, y antes de que pudiera decir nada besó al bebé en la mejilla.
Sofía no protestó, pero se apartó un poco y miró con gran seriedad al hombre que estaba allí tan cerca.
—¿Puedo?
Extendió los brazos y tomó a la pequeña, sosteniéndola con torpeza.
Paula no pudo evitar sonreír. Con el bebé en brazos, Pedro parecía aún más grande que de costumbre. Sin embargo, le resultaba muy atractivo ver a aquel hombre tan fuerte y masculino con un bebé en brazos. A Sofía  no pareció importarle su inseguridad y no dejó de mirarle a la cara. No se puso a llorar ni a protestar, más bien parecía feliz entre sus fuertes brazos. En ese momento Mirta entró con una tetera llena de té recién hecho.
—Buenos días, señora —dijo el ama de llaves con una sonrisa de oreja a oreja—. ¿Qué tal la nena?
 —Ha dormido muy bien. Al menos no la he oído esta noche.
¿Miró confusa a Pedro? ¿Tan profundamente había dormido esa noche?
—Fui a ver si dormía antes de irme a dormir —dijo Pedro—. ¿Mirta, puedes traer el carro de la niña?
—Pedro, no quiero interrumpirte el desayuno —protestó Paula.
—Quiero que mis dos chicas favoritas desayunen conmigo. ¿Qué te parece Sofía? —preguntó, pero no apartó los ojos de Paula.
—No digas que no te he avisado si empieza a lloriquear —murmuró, todavía algo nerviosa por el beso que le había dado Pedro.
Había sido un beso breve, impersonal, pero la había sorprendido y embargado con una sensación de bienestar hacía tiempo olvidada.
Carraspeó ligeramente y se sentó, mirando a su alrededor y luego a Pedro.
—Yo, esto, parece que hemos acabado compartiendo la cama esta noche.
Él asintió con la cabeza, mirándola a los ojos.
—Y no ha pasado nada, ¿verdad?
—Supongo que no.
—Es más cómodo que el suelo.
—Aquí estoy —dijo Mirta entrando en el comedor con el carrito de la niña.
Lo colocó junto a Sofía y asintió con satisfacción.
—¿Qué tienes planeado hacer hoy? —Pedro le preguntó cuando terminó de colocar a la niña en el carro.
—¿Quieres que haga algo en especial? —preguntó Paula, ansiosa de hacer todo lo posible para ayudarlo.
—No. Ayer, cuando José  fue a buscarte, no me di cuenta de ocuparme de tu coche. Si quieres puede llevarte hasta allí para que puedas traértelo.
—No tengo coche —dijo lentamente, untando una tostada de mermelada.
—¿No tienes?
Al oír su tono de voz Paula alzo la vista.
—No. Pablo y yo sólo teníamos un coche y después del accidente no servía ya para nada. No quise gastarme el dinero del seguro en otro. Iba en autobús al trabajo y a la facultad. Después de nacer Sofía sabía que necesitaba el dinero para poder pasar con ella todo el tiempo posible hasta que tuviera que volver a trabajar.
—Me encargaré de que tengas un coche. Mientras tanto, si necesitas ir a algún sitio pídeselo a José, él te llevará a donde quieras.
—No necesito un coche, Pedro. Por Dios santo, sólo voy a estar aquí...
Se calló, pensando lo terrible que resultaba recordarle que se iría cuando muriera su abuelo.
—Un tiempo —añadió.
—Le he traído huevos y salchichas —dijo Mirta, colocando el plato delante de Paula—. El té está recién hecho. ¿Quiere algo más?
Paula sacudió la cabeza, deseando que Mirta se marchara para poder responder a Pedro.
—Es un matrimonio temporal —susurró cuando el ama de llaves cerró la puerta—. Puedo disponer de José si está libre; sé que tú vas primero.
—José no es mi chófer, es el de Roberto. Pero yo le he acogido en mi casa mientras Roberto está aquí. Hedley tiene muy poco que hacer ahora que mi abuelo está tan enfermo. Si quieres ir a algún sitio lo encontrarás por aquí. Así tendrá algo que hacer para ganarse el sueldo.
—Oh.
Pedro levantó la vista.
—Eres mi esposa y tienes derecho a disponer de todo lo que yo tengo; eso incluye, por supuesto, al servicio de la casa.
—Buenos días Pedro.
Ana Alfonso entró en el comedor con desánimo, vestida con una bata de seda color lavanda. Se detuvo junto a una de las sillas y miró al carrito de Sofía, que estaba colocado en medio de la habitación.
Miró a Paula y sonrió cortésmente.                  
—Tu niña es muy linda —dijo con sequedad.
—Gracias. Se llama Sofía—contestó Paula.
Ana pareció querer decir algo más, pero se limitó a asentir con formalidad y esperó mientras Pedro le retiraba la silla para que se sentara. Una vez acomodada se volvió hacia su hijo.
—Necesito que José vaya a hacerme algunos recados. ¿Se lo dirás?
—Si Paula no lo necesita no hay problema —dijo Pedro mientras se volvía a sentar a la cabecera de la mesa y doblaba el periódico.
—Por supuesto, tu esposa siempre debe ser la primera —Ana dijo con sarcasmo, mirando a Paula con severidad.
—Madre —Pedro le dijo en tono amenazador para que abandonara esa actitud.
Paula tomó una rápida decisión y esbozó una sonrisa.
—Lo cierto es que sí necesito a José esta mañana. Volveremos después de comer, para que Sofía se eche la siesta. Estará libre toda la tarde si eso le viene bien —dijo, sin apartar los ojos de los de Ana.
Si Pedro deseaba establecer una jerarquía en la casa, ella no era quién para denegarle ese capricho. Además, la actitud de Ana la molestaba; no le vendría mal tener que esperar un rato.
Ana  se puso tensa, pero no protestó.
—Me parece bien.
Paula salió del comedor en cuanto terminó el desayuno, poniendo como excusa que tenía que ir a vestir al bebé. Fue hacia el cuarto de la niña disgustada. Lo de salir con José  esa mañana lo había dicho por pura desesperación. No quería quedarse en la casa cuando Pedro se marchara a trabajar. Le resultaría muy molesto tener que defenderse de los mordaces comentarios de su madre y mantener el tipo delante de Mirta. Llevaría a la niña al parque, luego quizá iría a ver a Juan al café; charlarían un rato y comería algo antes de regresar por la tarde. El viejo quería mucho a Sofía y Paula se alegraba siempre de verlo.
Ellie había pasado toda la mañana muy quejosa por no haber dormido su siesta habitual de media mañana, y se preparaba para empezar a llorar a pleno pulmón. ¡Paula tenía ganas de que se durmiera y poder así descansar un par de horas!
—¿Lo han pasado bien en el parque? —le preguntó Mirta cuando abrió la puerta.
Sofía se volvió a mirar al ama de llaves. Se metió el dedo en la boca y empezó a hacer pucheros. Paula la meció un poco y asintió.
—¡Sí, pero ya hace mucho que le toca dormir y lo estoy deseando! No sé qué voy a hacer cuando comience a andar y empiece a querer tocar todo.
—Los niños cansan mucho y según se van haciendo mayores necesitan dormir menos. No es justo —comentó Mirta.
Paula sonrió al mirar a su hija, con el corazón lleno de amor. Crecería tan rápidamente.
Sonrió a Mirta y subió las escaleras hacia la habitación de Sofía.
—Te voy a acostar y así podrás dormir, chiquitina. Cuando te despiertes, podemos salir al jardín y explorarlo, ¿quieres? —le decía Paula mientras le cambiaba los pañales.
—Perdone, señora Alfonso.
Paula se volvió y vio a la enfermera a la puerta de la habitación.
—¿Sí? —no estaba acostumbrada a que la llamaran señora Alfonso.
—Al señor Zolezzi le gustaría verlas, a usted y a la niña, si tiene un momento libre.
—Iba a acostarla; está muy pesada.
—Lo entiendo, pero no creo que a él le importe. Su horario de sueño es aún más irregular que el de un bebé. ¿Vamos?
Paula asintió con la cabeza lentamente, deseando que Pedro estuviera en casa. No quería ir sola a ver a Roberto Zolezzi. Cuando Paula entró vio al anciano sentado en la cama, apoyado sobre un brazo. La enfermera salió.
—¿Quería vernos? —dijo Paula, acercándose despacio a la cama.
—¿Es tu hija? —Roberto le preguntó con voz quebrada, sin apartar la vista de la niña.
Paula asintió, tragando saliva ¿No le había dicho nada Pedro a su abuelo de la niña?
Roberto se recostó sobre el almohadón pesadamente
—No sabía que hubiera un niño. Maldita sea, debería habérmelo contado.
—Voy a acostarla —dijo Paula, volviéndose para marcharse.
—Espera. No todos los días conoce uno a una nieta. ¿Como se llama?
Paula abrió la boca para decirle que Sofía no era hija de Pedro, pero la cerró al ver la emoción en los ojos de Roberto. Tenía las mejillas ligeramente rosadas y mejor aspecto que la noche anterior
—Se llama Sofía.
—No me extraña que se casara contigo en lugar de con Fernanda. Hola, Sofía—dijo Roberto—. Me encantan los bebés.
La niña dejo de protestar y se volvió al oír el sonido ronco de su voz.
—No habrás engañado a mi nieto, ¿verdad? —salto, mirando a Paula.
Levanto la cabeza y le devolvió la mirada, negándose a que la intimidara y sin saber como quería Pedro que llevara aquel asunto.
—Sofía es hija de mi esposo —dijo.

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