Hasta ese pensamiento se borró cuando la lengua de él invadió su boca. Su sabor la intoxicó. Dejó que la apretara contra su cuerpo, disfrutando intensamente cuando sus senos se aplastaron contra su pecho.
Tiró de su camisa y empezó a desabrochar los botones, ansiosa por sentir el ardor de su piel. Cuando lo consiguió, sus dedos se perdieron en los sedosos rizos oscuros de su pecho. Era tan masculino… todo en él era la viva imagen del macho de la especie.
Sus músculos eran duros como el granito bajo la yema de sus dedos. Su tamaño la intimidaba y al mismo tiempo provocaba a su sensualidad femenina.
Él emitió un gruñido ronco y la colocó sobre su regazo. Su deseo por ella resultó tan obvio como él había prometido. Era imposible negar la realidad de su erección oprimiéndole el muslo, o cómo las manos que la sujetaban temblaban sobre su piel.
Pero era mucho más que una sensación física. Ella amaba a ese hombre y su corazón anhelaba el contacto íntimo con tanto fervor como su cuerpo.
Él deslizó las manos por la seda del vestido, acariciando sus curvas y provocando sensaciones que no dejaban de asombrarla. Así debía ser la pasión, no algo forzado ni oculto, sino completo, tan real que cada átomo de su cuerpo brillara con deleite. Él subió una mano pantorrilla arriba, arrastrando el vestido. Se detuvo cuando sus dedos rozaron el vértice de sus muslos a través del encaje de su braguitas.
—Muy sexy —gruñó, apartando los labios de los suyos para mirar lo que había tocado.
Ella, incapaz de hablar, se miró. Estaba sobre sus muslos con las piernas entreabiertas. Olía el aroma almizclado de su propio cuerpo y, en vez de avergonzarse, la excitó su respuesta a un beso de ese hombre.
El pecho bronceado de él brillaba bajo la luz difusa de la lámpara que había dejado encendida antes de salir. Su cuerpo oscuro contrastaba tanto con el de ella que se perdió en el placer visual de mirarlo.
—Me gustaría verte ante una chimenea, desnudo sobre una alfombra. Excitado —dijo, asombrándose de confesar una de sus fantasías sexuales favoritas.
A él no pareció incomodarlo; la miró con interés.
—Hay chimenea en mi dormitorio. Cuando estemos casados me encantará cumplir ese deseo.
—No he dicho que vaya a casarme contigo —asombrada por su cordura, supuso que el instinto de supervivencia era tan fuerte como el sexual.
—Lo harás.
—Puede.
Él eligió ese momento para deslizar el dedo por el borde del tejido que cubría el centro de su feminidad. Ella gimió y se arqueó hacia él, deseando que moviera el dedo hacia la izquierda, un poco.
—Te convenceré —dijo él con expresión gatuna, repitiendo la caricia.
—Puedes intentarlo —lo invitó. Deslizó una mano hacia la dureza que demostraba que su deseo era tan real como el que sentía ella.
No era una amante atrevida, pero necesitaba hacerle reconocer, aunque fuera tácitamente, que no era una necesidad unilateral. Él gimió y maldijo.
Le tocó a ella sonreír por su respuesta. Quizá no había sido atrevida en el pasado porque su única relación sexual había ocurrido cuando apenas tenía diecinueve años. Su amante había sido mayor y más experto que ella.
Mientras las caricias de Pedro encendían llamas de pasión en su interior, Mai comprendió que su anterior amante podía haber sabido más, pero no era especialmente bueno haciendo el amor. Y eso la libró de parte de la amargura que le provocaba el recuerdo. Si ese hombre le hubiera hecho reaccionar como hacía Pedro.no habría salido relativamente incólume de la relación. Tal vez no habría escapado nunca, a pesar de lo que aprendió en aquella época.
Entonces había pensado que su corazón había sido diezmado por su traición; cinco años después comprendía que podía haber sido mucho peor. Esa verdad la hizo volver al presente de golpe. Estaba con Pedro. Lo amaba, y su potencial para herirla estaba muy por encima de lo que nunca habría creído posible. Sintió una mezcla de terror y deseo.
Había aprendido a esperar poco de su padre, pero no sabía si podría mantener la distancia emocional necesaria para aceptar una relación así de Pedro. No quería hacerlo. No quería vivir su matrimonio a medias. Quería vibrar. Pero quizá eso fuera un sueño.
—¿Qué ocurre? —él la miraba con el ceño levemente fruncido.
—Nada —parpadeó y comprendió que había dejado de acariciarla.
Pero era mentira. Las dudas asaltaban su mente con dolorosa regularidad y fuerza. Él podía herirla. Mucho. Quizá dejar que le hiciera el amor no fuese inteligente. Sería como entregarle una porción aún mayor de su corazón.
La parte de su cerebro que alojaba su libido le recordaba «quiere casarse contigo». No iba a dejarla en la estacada. Pero su primer amante también había querido casarse con ella. Y sus razones no habían sido las que alegaba, ni las que ella necesitaba. El amor no había sido siquiera una variable de importancia en la ecuación.
—Estabas pensando en otra cosa —insistió Pedro.
—¿Y eso te molesta?
—Teniendo en cuenta lo que estamos haciendo, sí.
—Ah, el ego masculino. El tuyo no tiene por qué sufrir. Pensaba en tí —sus palabras sonaron más sarcásticas de lo que deseaba, pero no pudo evitarlo.
—Ahora mismo te quiero conmigo —las cejas de él se juntaron, formando una línea, pero no se apartó—, pensando sólo en esto.
Ella no esperaba otro asalto a sus sentidos tan repentino. Quizá porque sus emociones estaban en conflicto, esperaba que las de él también lo estuvieran. Pero Pedro sabía lo que quería y lo buscaba.
El beso fue tan carnal que acabó con sus miedos y su capacidad de pensar, dejándola flotando en un mar de necesidad. Sus caricias le provocaban una incoherencia tal que no se dio cuenta de que la desvestía hasta que estuvo desnuda y en brazos de Pedro, que la llevaba al dormitorio. Ella también debía haber participado, porque él estaba desnudo de cintura para arriba y descalzo. Su cuerpo ardía con la necesidad de fundirse con el de él y buscó un contacto mayor.
—Sí, vuélvete loca por mí, Paula. Eres cuanto podría desear un hombre.
—Pau —gimió ella, necesitando que la llamara por el nombre que prefería, el que mejor encajaba con la mujer que era en realidad. La situación era demasiado íntima para un nombre que sólo su padre utilizaba.
—Pau—clavó los ojos oscuros en ella. Después dijo una palabra griega con mucho significado: Mía.
En ese momento la reclamaba y no podía negarse. Lo necesitaba más que el aire que respiraba… le pertenecía. Al menos por esa noche.
Besó su cuello y su mandíbula, negándose a pensar. Sólo quería sentir. Emociones profundas, placer físico en cada terminación nerviosa, júbilo y la intención que percibía en Pedro. Todo junto era como un explosivo. Había nacido para vivir ese momento y disfrutaría de todo su esplendor.
—Pedro… —lo lamió bajo la barbilla.
Él gruñó y cayó sobre la cama con ella. Tomó su boca y ella abrió los labios, invitando a su lengua a penetrarla. Cuando Pedro frotó el cuerpo contra ella se tensó de placer. Él se había quitado los pantalones y los calzoncillos y sentía su erección en un lugar que nadie había tocado en cinco años. Era maravilloso. Estaba duro como una piedra y sin embargo su piel era suave y deliciosa al clavarse en su zona íntima.
—Estás lista para mí —él echó la cabeza hacia atrás.
—¡Sí! —se retorció, incitándolo.
—¿Protección? —masculló él.
Aunque tenía el cerebro embotado por el deseo sexual, comprendió lo que él quería.
—En el cajón, junto a la cama —había comprado los preservativos cuando empezaron a salir, suponiendo que él le pediría sexo. Se alegró de que él hubiera tenido la entereza de preguntar.
Quería casarse con ella, pero no iba a intentar atraparla con un embarazo. Eso le gustó. Su anterior amante no había sido tan noble. Dio gracias a Dios porque sus malévolas intenciones no hubieran dado fruto; nunca había olvidado lo traicionada que se sintió cuando comprendió lo que él pretendía.
Pedro se levantó y fue a la mesilla. Abrió el cajón y sacó un preservativo con la velocidad del rayo. Se lo puso y volvió a la cama, acercándose a ella de rodillas. Era como un depredador a punto de saltar sobre su presa. Ella se estremeció de placer al darse cuenta de que era su objetivo.
Él puso la mano sobre uno de sus senos y lo masajeó, provocándole una oleada de placer.
—Tu deseo por mí es real, tanto como el mío por tí—le susurró él al oído.
—Sí.
—La pasión vibra aquí, entre nosotros —masculló él, con acento griego—. Es real.
—Sí —repitió ella.
—Confía —dijo y volvió a besarla.
No supo qué quería decir, pero aceptó su boca y sus caricias, devolviéndoselas. Cuando se situó sobre ella, abrió los muslos invitándolo instintivamente. Él colocó su miembro en la sedosa y húmeda apertura.
Se detuvo. Dejó de moverse. Dejó de besarla. Incluso su garganta dejó de emitir sensuales gruñidos de placer. Ella abrió los ojos; él la miraba.
—¿Me aceptas en tu cuerpo? —preguntó.
Él debía saber que lo deseaba y su pregunta debía significar algo más, pero no estaba segura de qué. Pero no le importó.
—Sí —contestó.
Él asintió como si sellara un pacto y empezó a penetrarla.
Los sedosos músculos se abrieron y su cuerpo lo absorbió como si hubieran sido creados para encajar perfectamente. Se sentía completamente llena, pero no era doloroso… se sentía bien. Muy bien.
Sintió cierto temor femenino, pero eso no disminuyó su excitación.
—Te quiero entero —dijo.
—¿Crees que podrás?
—Nací para eso —balbució ella sin ser consciente de sus palabras.
Él echó la pelvis hacia delante y se introdujo más en la húmeda cavidad. Lentamente, centímetro a centímetro, tomó su cuerpo hasta que sus huesos pélvicos estuvieron juntos. Ella gimió y él dijo algo en griego que ella no entendió.
—Te dije que encajaríamos —dijo ella disfrutando de la sensación de unidad.
—Normalmente es el hombre quien reconforta a la mujer con esa frase.
Wowwwwwwww, muy buenos los 4 caps. Ojalá Pedro se enamore de Pau y no que se case con ella simplemente x un trato con el padre de ella.
ResponderEliminarMuy buenos capítulos! Pero me quede pensando que fue lo que acordaron con el papá de Paula...
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