lunes, 15 de junio de 2015

Un Juego De Gemelas Parte 2: Capítulo 15

Se sentó en un banco en el agua espumosa y la acomodó sobre su regazo, luego procedió a lavarle el cuerpo con jabón de glicerina impregnado con la fragancia de madreselva.
—Parece un jabón femenino para que lo tengas tú —comentó ella.
—Considero que es mejor estar preparado para cualquier eventualidad.
—¿Como invitadas femeninas que puedan quedarse aquí?
—Sí.
Se quedó rígida mientras asimilaba las implicaciones.
—Oh.
—Mi madre y mis hermanas tienen por costumbre usar mi piso como base cuando están de compras en la ciudad.
Eso era mucho mejor que lo que había estado pensando.
—Tiene que bloquear tú estilo que se presenten invitados de la familia.
—¿En qué sentido?
—Socialmente.
Sus ojos mostraron que había comprendido, y se encogió de hombros.
—No traigo mujeres aquí.
—¿No?
—No.
—¿Nunca?
—Nunca.
—¿Por qué yo?
—Ya hemos decidido que tú eres la excepción que confirma la regla.
—Vaya.
—Y nuestro tiempo juntos es limitado. No quiero desperdiciar horas preciosas yendo del hotel a mi casa.
—Vaya, otra vez —sintió una oleada de calidez.
—Vaya, ciertamente —él se puso serio—. Quizá consideres esto precipitado, pero me gustaría que pensaras en quedarte conmigo el resto de tu estancia en Barcelona.
—¿En serio? —inquirió boquiabierta.
—Muy en serio, pero comprenderé si crees que voy muy de prisa.
Las palabras eran las correctas, pero la expresión en sus ojos no encajaba.
Si decía que no, iba a intentar convencerla de lo contrario. Pero no tenía ninguna intención de decir que no.
—¿Quieres la verdad? Hacer el amor por primera vez después de haberte conocido sólo ayer, ya nos tiene en lo que considero un curso personal a la velocidad de la luz.
—A veces, debemos aprovechar la oportunidad cuando la tenemos.
—Estoy de acuerdo.
—Entonces, ¿te quedarás?
—Sí —la velocidad a la que se había movido su relación era aterradora, y la realidad era que necesitaba la proximidad como reafirmación de tranquilidad.
—Bien —fue lo único que dijo, pero todo su cuerpo irradió satisfacción.
Ella sonrió, y Pedro terminó de lavarla, calmándola con su contacto hasta que la tuvo líquida y derretida en sus brazos… tan somnolienta, que apoyó la cabeza en su hombro y fue cerrando poco a poco los ojos.
Lo último que recordó antes de dormirse fue los labios de él contra su sien.
Despertó envuelta en calor.
Su cabeza reposaba sobre un vello sedoso que cubría un torso musculoso. Supo exactamente dónde se hallaba y el brazo fuerte de quién tenía alrededor de la cintura. Le extrañó no sentirse un poco desorientada al despertar apoyada sobre otra persona.
Pero el cuerpo grande de Pedro parecía idóneo. No extraño. Quizá nuevo, pero no algo a lo que debiera tener que acostumbrarse. Simplemente… idóneo.
Y eso resultaba desorientador. Mucho. ¿Cómo podía ser tan perfecto tan rápidamente? Pero era increíble estar justo donde se hallaba, con el cuerpo hormigueándole en partes que nunca antes habían dado señales de vida, sus sentidos inundados por la presencia del hombre contra el que estaba acurrucada. Esa intimidad era tan deliciosa como el acto sexual… «Bueno, casi», se dijo mentalmente.
Jamás se había percatado de lo sola que estaba, a pesar de la estrecha relación que mantenía con su madre. Pero eso era diferente. Era un amante, alguien que era de ella, que estaba con ella y sólo con ella. Asombroso. Debajo de la fachada amigable y segura que había desarrollado para su carrera, en realidad era una mujer reservada.
Abrazaba a su madre… incluso abrazaba a alguno de sus amigos al saludarlos, pero no a menudo, y desde luego, eso era diferente. Era tener el derecho de explorar los secretos del cuerpo de Pedro, e incluso más… tocarlo con afecto posesivo.
Una especie de gozo borboteante que subía desde su interior desterró esa soledad como si nunca hubiera existido. De pronto todo estuvo claro… no tenía que elegir entre una relación y su carrera. Podía tener ambas, había sido una tonta al pensar durante tantos años que no sería así.
Pedro entendería las exigencias de su trabajo igual que ella entendía las que sufría él. Los dos transigirían y harían que ese increíble regalo que habían recibido funcionara.
Estuvo a punto de reír.
Se dijo que quizá se estaba adelantando al plan de juego. Siempre había oído que los hombres eran más lentos para realizar esas elecciones vitales, y estaba decidida a darle a Pedro todo el tiempo que necesitara. Se sintió notable y maravillosamente libre al darse cuenta de que no era ella a la que tendrían que convencer de la viabilidad de una relación.
Libre para amar. Libre para deleitarse en la felicidad. Libre para tocar. Con los dedos comenzó a trazar los planos de su torso y notó que el corazón que latía debajo de su oreja se aceleraba.
Emitió una risita encantada y, adrede, exploró zonas que ya había aprendido que eran sensibles, como el círculo más oscuro de sus tetillas.
La mano que tenía en su espalda comenzó a moverse, acariciándola con círculos lentos que se fueron extendiendo hasta que le rozó la curva superior del trasero.
Contuvo el aliento ante el desertar sexual que experimentó en su interior.
—Es agradable —dijo él con una voz ronca por el sueño.
Paula sonrió.
—Sí. Maravillosamente agradable.
Pedro deslizó la mano entre sus piernas y la tocó de forma íntima.
Su cuerpo experimentó una sacudida involuntaria, y jadeó.
Él se quedó quieto.
—¿Ha sido un sonido de placer, sorpresa o incomodidad?
Le dio un beso en el torso.
—Un poco de todo, supongo.
—Explícate.
Sabía a qué se refería.
—Escuece… un poco.
—Mmmm —la colocó boca arriba y se inclinó para besarla—. Entonces, iremos al casino.
—Pero yo quiero…
La silenció con un dedo en los labios.
—Un poco de sacrificio ahora nos deparará un tiempo más lleno de placer juntos durante las próximas dos semanas.
Tenía su erección pegada contra la cadera. Se movió contra ella.
—No creo que la parte del sacrificio sea poca —él rió—. Creo que resistiré.

No hay comentarios:

Publicar un comentario