Tuvo cuidado de no dar rienda suelta al suspiro exasperado atrapado en su pecho. Por supuesto que las elecciones eran únicas. La situación era diferente a cualquier cosa que hubiera experimentado, igual que lo era para ella.
—No me habría importado si te hubieras acercado y me hubieras tocado, pero el hecho de que no lo hicieras muestra que tienes un sentido del control tan marcado como yo —o al menos muy próximo—. Lo que sentimos es mutuo. Lo mismo que la renuencia a dejar que nos controle por completo.
Parecía condenadamente insegura… y no era una expresión que quisiera ver en su cara. Necesitaba una conexión más concreta que un leve contacto afectuoso. Necesitaba sentir el deseo de él y saber que era tan real como el suyo. Le quitó el vaso de agua y lo dejó en la mesita; luego la incorporó de su sillón para acomodarla directamente en el regazo.
Ella jadeó y abrió mucho los ojos.
—¿Qué estás haciendo?
—Apuntalar tu confianza —al bajar la cabeza hacia la de Paula, se aseguró que lo hacía por ella, no para aplacar su libido desbocada.
Sus bocas se tocaron y todos los pensamientos de altruismo se evaporaron mientras la electricidad soltaba chispas y crepitaba a su alrededor. Jamás una caricia tan sencilla y casi inocente había provocado semejante conflagración en los sentidos de Pedro. Un apetito rapaz cobró vida dentro de él, haciendo que deseara más que los labios tentadores que sabían al mejor sexo que jamás había disfrutado, pero tan dulces como la vainilla.
La boca encajó a la perfección en la suya, y exploró cada milímetro de esa piel suave, memorizando el sabor y la sensación en un plano elemental que ni comenzaba a entender. Se sentía como Adán descubriendo las delicias de Eva, pero no era un joven inexperto. Había conocido sexualmente a muchas mujeres, pero no podía negar la sensación de novedad que lo recorría en ese momento. Era algo que no tenía sentido, y su cerebro estaba demasiado ocupado con el deseo como para intentar comprenderlo.
Le devoró los labios de forma compulsiva, y cada caricia, mordisco y lametón hizo que anhelara más. Quería más… ir más hondo, reclamar todo lo que le podía dar. Se metió su labio inferior entre los dientes y succionó con exigencia. Ella captó el mensaje y le abrió la boca con un gemido leve.
Su cuerpo grande tembló al lanzarse dentro con la lengua al tiempo que la pegaba a él. Suave contra duro. Curvas contra contorno musculoso. Complementos perfectos. Ella se quedó rígida durante un instante, como si quisiera retenerse, pero luego se fundió en él y le rodeó el cuello con los brazos.
Nada le había parecido jamás más idóneo que eso, y aún ni siquiera estaba dentro de ella. Encajaba en él como si hubieran sido creados para esa conexión… y sería todavía mejor cuando hicieran el amor. Sería la perfección.
Su sabor lo embriagó más que su champán favorito, y la cabeza le dio vueltas. Metió la mano en el cabello de Paula, manteniéndole la cabeza quieta, aunque ella no hacía esfuerzo alguno por moverla. Tenía que probar cada rincón de esa boca y marcarla con su sabor como propia.
Nunca antes se había sentido posesivo de forma tan primitiva, pero también parecía idóneo.
Demasiado idóneo.
El momento de alarma provocado por ese pensamiento no lo detuvo de incrementar la carnalidad del beso.
Le aferró las caderas y le acarició una pierna, bajando el dedo pulgar para rozarle el interior del muslo a través de la falda. Ella tembló, abriendo levemente las piernas esbeltas en tentativa invitación. Era tan delgada, que parecía una niña abandonada en sus brazos. Con una cualidad efímera que generó el temor irracional de que se desvanecería en cualquier momento.
Ella gimió cuando movió la mano a su trasero perfecto. La tela sedosa del vestido no actuó como barrera para el contacto. Podía sentir el calor de su piel suave debajo y exploró cada rincón de esos glúteos antes de regresar a los muslos, donde de forma inexorable se movió hacia su delta.
Ella gritó sobre su boca cuando los dedos de él le tocaron la corona y arqueó la pelvis en manifiesta invitación. El sexo de Pedro estaba muy duro contra los límites que le imponía el pantalón. Se levantó del sillón, y aprovechando las manos que tenía en el trasero de Paula, la pegó contra su erección. Nunca había estado tan cerca de verterse en sus pantalones.
Movió los cuerpos al unísono, buscando una especie de alivio para el agónico placer. La deseaba. En ese momento.
Pensó en echarse en el suelo y poseerla allí mismo pero prevaleció un último vestigio de cordura y se dirigió al dormitorio sin apartarla un milímetro de él. Ella no pareció notarlo, retorciéndose en sus brazos y besándolo con ardor.
Pero cuando la depositó sobre la cama y se situó encima de ella, apartó la boca.
—¡Espera! ¿Qué estás haciendo? —las palabras salieron entre jadeos.
—No me digas que no lo sabes.
Ella se mordió el labio inferior.
—Pensé que íbamos a cenar.
No podía estar hablando en serio. Prácticamente estaban haciendo el amor con la ropa puesta.
—Preferiría tenerte a ti —recalcó la afirmación presionando con el pene erecto.
En vez de un placer renovado, en los ojos de ella centelleó la alarma.
—Ahora no… aún no… por favor, Pedro.
Su cuerpo le gritó para convencerla de lo contrario. Pudo ver que no haría falta mucho, pero la expresión de Paula, marcada tanto con confianza como con vulnerabilidad, exigía que la protegiera… incluso de sí mismo.
Rodó hasta quedar boca arriba y luego se levantó de la cama.
—Cena será —alargó la mano para ayudarla a incorporarse, pero se lo pensó mejor y la dejó caer—. Te dejaré para que te refresques.
Ella se sentó, también un poco aturdida.
—Gracias.
—Te tendré, Paula.
—Te creo.
Sonó fervorosa y sincera.
Una risa murió en su garganta al volverse para irse. La tendría, pero iba a resultar una aventura llegar hasta ella.
Paula permaneció sentada en la cama unos segundos antes de lograr ponerse de pie e ir al cuarto de baño para arreglarse el pelo y el maquillaje.
Se preguntó qué acababa de pasar.
Había estado a punto de hacer el amor con él. Unos minutos más de falta de control y habría olvidado que existían las palabras no y espera.
Y no tenía dudas de que si él hubiera insistido, habría terminado por ceder. Pero Pedro no lo había hecho. La parte de su corazón que no había dejado de derretirse desde que viera la primera sonrisa de él, se sintió feliz. Había respetado su necesidad de esperar y eso resultaba tan tentador y seductor como lo habían sido los besos que le había dado.
Sonrió y llegó a la conclusión definitiva de que podría enamorarse de ese hombre.
Lo encontró bebiendo algo del minibar cuando regresó al salón. Percibió el olor a whisky y apreció esa última prueba de que los besos intensos también lo habían afectado tan profundamente como a ella.
Se volvió para mirarla y la recorrió con los ojos como si la explorara con las manos.
—¿Lista?
—Sí… —manifestó después de carraspear.
Se bebió la copa de un trago y la dejó sobre el minibar.
—Vamos
Guardó silencio de camino al ascensor y luego hasta bajar al vestíbulo. Tampoco la tomó del brazo al salir ni miró atrás para ver si lo seguía. Le entregó el resguardo al aparcacoches y esperaron en silencio a que les llevaran el coche. Luego, dejó que el empleado del hotel le abriera la puerta mientras él iba a sentarse ante el volante.
El silencio palpitaba con tensión, y Paula no sabía qué hacer para romperlo. ¿Estaría enfadado con ella por haber puesto fin al momento de pasión? Arriba, no se había comportado como si lo estuviera, pero la falta de comunicación en ese momento la hizo sentir un nerviosismo inusual. No le extrañó haber evitado las relaciones en favor de su carrera. Las cosas de los hombres y las mujeres no eran fáciles.
El se metió entre el tráfico mientras ella seguía preguntándose qué decir. Al final, se decantó por la sinceridad.
—¿Pedro?
—¿Sí, querida?
—¿Estás enfadado conmigo… por detenemos?
—No. Nos acabamos de conocer hoy sin importar lo fuerte que sea la atracción, y habría sido un verdadero canalla si hubiera esperado que me aceptaras en tu cuerpo con tanta rapidez.
—¿Nunca has tenido sexo con una mujer a la que acabaras de conocer?
—No con una mujer como tú.
—¿Soy especial, entonces?
—Creía que ya habíamos establecido eso.
—No hace daño reiterar ese tipo de cosas para una mujer.
—Lo recordaré.
—Hazlo.
—No te confundas, te deseo.
—Lo sé.
—Y tú me deseas a mí.
—Mucho, pero no soy así.
—Habrías lamentado haber hecho el amor. Lo deduje.
—Hombre inteligente.
—Cuando hagamos el amor, no dejaré espacio para que lo lamentes.
Esperaba que eso fuera verdad.
—Entonces, ¿decididamente no estás enfadado? —sintió la necesidad de confirmarlo.
—No.
—Has permanecido en silencio desde el momento en que salí del dormitorio.
—El control no siempre es fácil.
—¿Qué quieres decir?
—Concentración. Ha requerido mucho esfuerzo concentrado no intentar que cambiaras de parecer.
—De verdad agradezco el hecho de que no lo hicieras...
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