martes, 9 de junio de 2015

Un Juego De Gemelas: Capítulo 17

Pedro llamó a la puerta de Pau,habiendo conseguido entrar en el edificio por pura suerte. Ella no contestó. Se lo esperaba, pero no se rindió, siguió llamando. No se oía ruido al otro lado de la puerta.
—Pau soy Pedro. Tengo noticias sobre tu padre —casi gritó, sin dejar de llamar. Fue al piso donde se alojaban sus guardaespaldas y golpeó la puerta.
—¿Sí? —un hombre alto, de unos cincuenta años pero muy en forma, abrió de inmediato.
—Sabe quién soy, ¿no?
—Sí, señor.
—¿Ha salido la señorita Chaves del piso?
—No, señor, estoy seguro. Hemos doblado la guardia desde su escapada. No puede haber salido del edificio sin que lo sepamos.
Pedro  asintió y volvió a la puerta de Pau. La aporreó hasta que oyó una voz al otro lado.
—Por Dios, Pedro. Los vecinos van a quejarse —lo regañó—. Vete.
—No —dijo él, con un ojo en la mirilla.
—¡No voy a dejarte entrar!
—Tu padre tiene problemas, Pau.
—Desde luego que sí—dijo ella, airada y dolida.
—Está en el hospital —dijo Pedro, odiando tener que ser él quien le diera la noticia. Siguió un silencio.
Recibió una llamada en el móvil. Era ella.
—Lo siento, pethi mou.
—¿Cómo que está en el hospital?
—Francisco me dijo que lo encontraron inconsciente en el suelo de su despacho, hace dos horas.
Ella colgó y, de inmediato, oyó cómo corría los cerrojos y la puerta se abrió. En el umbral, con la mano en el pomo, sus ojos eran puro azul helado, sin sombra de verde. También estaban rojos e hinchados.
—Más vale que esto no sea un truco —dijo.
—No inventaría algo así.
—Eso dices.
Pedro no se ofendió. No podía, dadas las circunstancias. Él era culpable y ambos lo sabían. Pero no sabía cómo solucionar el daño hecho. Ella podría perdonar que hubiera pensado que le era infiel, la evidencia había parecido irrefutable. Pero no creía que le perdonara haber planteado una fusión de empresas en la que casarse con ella era determinante.
—Como te he dicho, lo han encontrado en el suelo de su despacho —Pedro suspiró—. Han intentado localizarte, pero no contestabas el teléfono.
—No quiero hablar contigo ni con él.
—Lo entiendo.
—No, no lo entiendes. No me quieres. No puedes entenderlo.
—No sabía nada de la existencia de tu hermana.
—Pero sí sabías lo de la fusión de empresas. Sabías que no era más que una garantía para firmar un contrato. Ibas a utilizarme hasta que encontraste la evidencia que me tachaba como indigna de ser tu peón.
—No fue así —dijo él, aunque sabía que ella lo interpretaría de esa manera. Los hombres y la mujeres no pensaban igual—. No pretendía utilizarte. Quería compartir mi vida contigo.
Ella movió la cabeza. Pedro no supo si negando sus palabras o negándose a sí misma. Tragó saliva convulsivamente y apretó la mandíbula para que no le temblara la barbilla. Él percibió que estaba al borde de una crisis emocional.
—No voy a hablar de eso ahora —sonó firme, pero se estremeció—. ¿De veras está en el hospital?
—Sí, pethi mou —la tomó entre sus brazos para evitar que se derrumbara—. He llamado mientras venía hacia aquí. Está estable, pero aun no saben qué provocó el colapso —agradeció que ella no lo apartara.
—Yo lo sé —murmuró ella contra su camisa. Su cuerpo se estremeció con un sollozo—. Es culpa mía.
—No. Eso no es verdad.
—Le dije lo de mi hermana. Sin prevenirle. Después lo acusé de haber tirado la toalla con respecto a ella y a mí. Y me marché. Me negué a escuchar sus palabras.
Si él hubiera notado que la mujer de las fotos no era Pau, habría estado con ella cuando se enfrentó a su padre y habría suavizado las cosas entre ellos. Pero sus ojos lo habían engañado y todos tendrían que pagar el precio de su error.
—Shh… —acarició su espalda—. Estabas dolida. Yo debería haber estado allí contigo. Si no hubiéramos discutido, habría sido así. Lo siento.
Ella se apartó de él, consiguiendo apaciguar la tormenta de emociones que sentía. Se limpió los ojos con el dorso de la mano.
—Tenemos que irnos. Tengo que verlo.
Pedro suspiró con alivio al comprender que iba a dejar que la llevara. En ese momento lo necesitaba, aunque no fuera consciente de ello.
—¿Cómo te enteraste de lo de mi hermana? —preguntó Paula, ya en el coche.
—Francisco me llamó.
—Ah, es cierto. Dijiste que habías hablado con él. ¿Fue él quien te dijo lo de mi padre?
—Sí en una llamada posterior.
—Me impactó mucho saber que tenía una hermana.
—Lo imagino. Yo ya había empezado a sospechar algo raro en las fotos antes de hablar con Francisco.
—¿Qué…. porqué?
—Entre ella y tú hay diferencias sutiles.
—¿Por qué no te fijaste en ellas antes de acusarme de serte infiel?
—Estaba demasiado enfadado para mirar las fotos detenidamente —contestó él, sintiendo su mirada clavada en su perfil.
—¿Y después no? —ella sonó confusa.
—Cuando me echaste de tu piso fui al despacho. Las fotos estaban allí… —dejó que su voz se apagara, no quería admitir que necesitaba sentirse conectado con ella, aunque fuera viéndola en fotos con otro.
—¿Y las miraste?
—Sí.
—¿Tan en detalle como para notar las diferencias?
—Sí—admitió él.
—Habría esperado que las quemarías, sin más.
—Estaban en el disco duro de mi ordenador.
—Borrarlas, entonces.
—Me alegro de no haberlo hecho —las habría borrado, sin duda, si con eso hubiera borrado también lo que había sentido al verlas.
—¿Por qué?
—Porque vi la verdad.
—Pero apuesto a que no la aceptaste hasta que Francisco te llamó.
—Tienes razón.
—¿Y eso te reconfortó?
—Sí.
—No entiendo por qué. Si tu perro guardián estaba vigilando a la persona equivocada, no llenes pruebas de que no estuviera teniendo una aventura con un español al mismo tiempo. Quizá tras descubrir lo bueno que era el sexo contigo decidí experimentar.
Él intentó que sus palabras no lo afectaran. Se merecía su desdén pero una parte primitiva de él deseaba gruñirle que se callara. No le gustaba oír eso de ella.
—Volviste dispuesta a casarte conmigo, no sería así si quisieras experimentar sexualmente con otros.
—Quizá decidí que eras mejor en la cama que el resto de mis experimentos.
—No harías algo así —casi rugió él, apretando las manos sobre el volante.
—Eso no es lo que decías esta mañana.
—Creí la evidencia que veían mis ojos —él se dijo que tal vez se había precipitado al creer que entendería y perdonaría esa parte de la discusión más fácilmente que la otra.
—Da igual —volvió la cabeza hacia la ventanilla.
—No estoy de acuerdo. Te debo una disculpa.
—¿Por qué?
—Por no confiar en ti. Por acusarte de infidelidad.
—No estamos casados, no puedo serte infiel. Incluso si me hubiera acostado con diez hombres, y no puedes saber que no lo hice, no sería infidelidad.
—No te acostaste con nadie. Deja de insinuar que podrías haberlo hecho.
—¿Por qué?
—Me estás poniendo de mal humor.
—¿Y?
—Y no quiero tener otra discusión contigo.
—Puede que yo sí quiera.
—Después… cuando no te sientas tan frágil, discutiremos. De momento, por favor… te lo suplico, Pau. Deja de provocarme.
Ella soltó una exclamación. Después de unos tensos minutos de silencio, suspiró.
—Da igual, pero no me acosté con nadie —admitió.
—Lo sé.
—Eso no cambia nada. No voy a casarme contigo, Pedro. Puede que hayas decidido que puedes confiar en mí, pero yo sé que ya no puedo confiar en ti. Eso no cambiará.
—¿Por lo de la fusión de empresas?
—Sí.
—Superaremos eso.
—No, no lo haremos.
Habían llegado al hospital y él aceptó que no era momento para esa conversación. Había perdido terreno con Pau, pero ella había vuelto dispuesta a casarse con él. Conseguiría convencerla de nuevo.
—Hablaremos de esto más tarde.
—No tiene sentido hacerlo.
En vez de discutir, aparcó y fue a abrirle la puerta. Estaba pálida y tenía los ojos rojos y húmedos. Se inclinó hacia ella y besó su sien.
—Se recuperará, pethi mou. Es un hombre fuerte.
—Lo sé —parpadeó para evitar las lágrimas.
Él la agarró del codo y le pareció buena señal que no lo rechazara. También lo inquietó. Miguel no era el único Chaves fuerte. Para que Pau aceptara apoyarse en Pedro, sintiendo lo que sentía hacia él en ese momento, debía sentirse muy vulnerable.
Rodeó su cintura con un brazo y la apretó contra sí mientras entraban al hospital privado.

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