jueves, 25 de junio de 2015

Amor Del Corazón: Capítulo 22

Una mujer alta y bien formada se plantó delante de él y le sonrió. Tenía el pelo largo y color caoba, peinada muy a la moda. No dejaba de mirarlo con sus verdes ojos de gato. El verde de su vestido y de las gemas que la adornaban realzaba el color de sus ojos.
Él se puso derecho.
—Fernanda. No esperaba encontrarte aquí.
—Yo tampoco, cariño. Acabo de volver a Sidney hace dos semanas. Tenía pensado pasar a verte; tenemos mucho de qué hablar —dijo, apoyando la mano sobre la pechera del esmoquin.
—Dudo que tengamos algo de qué hablar —dijo Pedro echándose a un lado y apartándole la mano.
—Pedro, fui una estúpida cuando te encaraste conmigo aquella noche. Debí haberte dejado claro que era a ti a quien quería, no el dinero ni el prestigio de las Empresas Zolezzi.
Le puso la mano en el brazo y a Paula le entraron ganas de apartársela de un tortazo.
¿Entonces esa era Fernanda Alvarez, la mujer que había conspirado con su madre y su abuelo para atrapar al soltero rico? No le extrañaba que Pedro hubiera creído estar enamorado de ella; era preciosa. Tenía la piel blanca y lisa y la tez rosada y brillante. ¡Y qué cuerpo! El escotado vestido verde realzaba sus atributos. En un arrebato de cinismo, Paula sospechó que Fernanda se había comprado el vestido con eso en mente. ¿Qué diría la remilgada de Ana si la viera?, pensó Paula con picardía.
—¿Y eso qué tiene que ver? —le preguntó Pedro con educación.
Pero Paula notó la frialdad en su tono de voz.
—Pedro—dijo Fernanda, haciendo un lindo mohín—. Tú y yo significábamos mucho el uno para el otro. Estábamos enamorados. Fui una imbécil al dejar que otras cosas se interpusieran en nuestra relación. Lo reconozco y te pido disculpas. Al menos podríamos comentarlo.
—Me he casado con otra persona, quizá lo recuerdes —dijo en tono seco.
Fernanda frunció el ceño; luego esbozó una sonrisa superficial.
—¿Te refieres a la camarerita?
—¿Por qué todo el mundo se empeña en repetir lo de ese empleo en particular? También estudiaba y trabajaba en una librería. Sin embargo, cada vez que alguien habla de mí sólo recuerdan que servía mesas —interrumpió Paula, harta de que la ignoraran.
Fernanda se quedó mirando a Paula y entrecerró los ojos, poniéndose de pronto seria.
—¿Eres la esposa de Pedro?
—Sí. Soy Paula Alfonso—dijo, utilizando el apellido de Pedro por primera vez.
—¡Fernanda! No sabía que habías vuelto a Sidney. Deberías haber venido a verme —dijo Ana, que se detuvo junto a ellos con un hombre mayor a su lado.
Besó a la joven y le sonrió.
—¿Cuándo has vuelto?
—Regresé hace un par de semanas. Te llamé, pero seguramente habrías salido —contestó Fernanda.
—Estoy en casa de Pedro. Mi padre está muy enfermo y estoy allí echando una mano hasta que se recupere. Debes venir a vernos.
A Paula le entraron ganas de echarse a reír. ¿Ana echando una mano? ¡Qué graciosa! Sin embargo, el resto de la situación estaba empezando a molestarla. No hacía falta que le recordaran que ella no era la novia elegida y lo que menos deseaba era que la preciosa Fernanda se metiera en casa de Pedro. Miró a Pedro, que observaba a Fernanda. ¿Estaría arrepintiéndose de haberse casado con una camarera? ¿Volvería con Fernanda de estar libre? A Paula se le cayó el alma a los pies.
—Hasta luego, Pedro—dijo Fernanda, marchándose del brazo con Ana. Paula pestañeó. No había oído bien lo último que se había dicho por estar distraída. ¿Por qué le había dicho hasta luego? ¿Habrían quedado en algo? ¿Pasaría por la casa a visitarlos? ¿Y compartiría Ana con Fernanda su frustración por la esposa de Pedro? Probablemente.
—Vaya momento que ha elegido para presentarse —soltó Paula, terminando el canapé de cangrejo.
—¿Qué quieres decir con eso?
Pedro le quitó el plato vacío y lo dejó en la mesa. Le agarró del brazo y la llevó a la pista de baile.
—No quiero bailar —dijo Paula, deteniéndose bruscamente.
—¿Qué quieres hacer?
—Volver a casa, supongo. Echo de menos a Sofía.
—Está dormida. Duerme toda la noche de un tirón. ¿Cómo puedes echarla de menos?
—No sé, pero es así.
—No hace falta que te preocupes por Fernanda—dijo con astucia.
—Es tu prometida, no la mía —le soltó Paula.
Pedro sonrió, pero la miró con los ojos entrecerrados. Paula sabía que estaba comportándose como una niña, pero no podía evitarlo. Hacía dos horas habían hablado de mantener un affaire. Pero la mujer a quien él había amado volvía a pedirle que se casara con ella.
—Me parece muy difícil estar prometido cuando ya estoy casado.
—Oh, Pedro, déjalo ya. Nuestro matrimonio es falso desde el primer día. Te casaste conmigo enrabietado para darle en las narices a tu abuelo. Simplemente te vino bien hacerlo.
—Por si acaso te has olvidado, quiero que piensen que estoy felizmente casado y por eso es por lo que estás viviendo ahora en mi casa. Hace unas horas me dijiste que deseabas tener una relación conmigo, con lo que dentro de un rato compartiremos cama en el sentido más tradicional.
—Me imagino que Roberto estaría encantado también de recibir a Fernanda. Está claro que le parece muy bien ya que la eligió para ti.
Pedro se inclinó hasta que su rostro estaba muy cerca del suyo. Estaba furioso, echaba chispas.
—También piensa que Sofía es hija mía. ¿Cómo le va a sentar si se entera de que no es cierto? ¿Vamos a decirle que le hemos estado mintiendo todo el tiempo? Eso le encantaría, descubrir al final de su vida que su nieto es un mentiroso.
—Deberías haberlo tenido en cuenta antes de embarcarte en esta mentira—contestó, deseando poder separarse de él aunque fueran unos centímetros.
—No, tú deberías habértelo pensado mejor antes de acceder, antes de dejarle pensar que Sofía era mía. Vamos a seguir. El pobre hombre no va a llegar a dos meses. El trato sigue en pie; todos los que hemos hecho. Si al final quieres marcharte, lo hablaremos más adelante. De momento eres mi esposa y seguirás siéndolo.
Hablaba en voz baja, con lo que nadie lo oyó excepto Paula, que escuchó sus palabras perfectamente.
—Todos los tratos, sobre todo el que hemos hecho hace unas horas.
—No creo que...
—No te puedes echar atrás, Paula—le agarró del mentón y la besó con fuerza—. No te puedes echar atrás —repitió.
Se puso derecho, la agarró y empezó a bailar.
Paula estaba tensa, confundida por aquel tumulto de emociones. Estaba celosa de Fernanda Alvarez, de su belleza, de la seguridad que mostraba en sí misma, del entorno adinerado al que pertenecía, donde no había necesidad de trabajar de camarera. Incluso estaba celosa del cariño que Ana le mostraba. Ella había sido la que Pedro había elegido por esposa, sólo las circunstancias habían alterado el curso de los acontecimientos. ¿Qué había estado haciendo todos esos meses desde que rompieron el compromiso? Se veía que había estado fuera. ¿Le habría pedido a Paula que se mudara a su casa de haberse visto con Fernanda?
Lo malo era que en ese momento Pedro  le exigía que cumpliera todos los tratos que habían pactado, incluido el de tener un affaire con él. Lentamente, ese tentador pensamiento se le coló por dentro. Pedro aún deseaba hacer el amor con ella. Serían amantes.
Esa sería su segunda noche de bodas y, desde luego, muy diferente a la primera.
Mientras se movían al compás de la música Paula temió estar enamorándose de su marido; lo malo era que él nunca le había dado a entender nada parecido. Hacía unos minutos le había dicho que podría dejarlo todo cuando Roberto muriera, con lo cual no había posibilidad de engañarse a sí misma y pensar que aquello era para siempre.
—¿Lista para volver a casa? —le preguntó Pedro, viendo que su madre se acercaba.
—No. No quiero volver todavía.
Tenía que pensar bien las cosas. ¿Podría seguir con lo que había accedido a hacer? Para ella todo había cambiado desde que había visto a Fernanda Alvarez. Esa mujer aún quería conseguir a Pedro. Pero había una pregunta que le daba vueltas a la cabeza: ¿qué quería Pedro?
Pedro se detuvo junto al borde de la pista y soltó a Paula, agarrándola de la mano como si no quisiera que se moviera de su lado.
—Estoy lista para marcharme —dijo Ana al llegar adonde estaba su hijo.
—Te acompañaremos fuera para asegurarnos que José está esperándote.
—Ha sido estupendo volver a ver a Fernanda. Va a venir a tomar el té mañana.
—¿Le has preguntado a Paula si le parece bien?
—Esta bien —dijo Paula rápidamente.
Comprendía que Pedro siempre le estuviera recordando a su madre que ella era la señora de la casa, pero al hacerlo la ponía en medio y eso no le gustaba.
—Mañana sábado me ha parecido el día adecuado. Tú estarás en casa y así puedes enterarte de todo lo que nos tenga que contar Fernanda—dijo Ana.
—No estaré en casa. Voy a salir con mi mujer y mi hija. Está bien que Fernanda vaya por la tarde, así te hará compañía. Te invitaríamos a venir con nosotros, pero sé que no te gusta la playa.
—Pero Fernanda espera verte mañana —dijo Ana, un tanto abatida—. Pedro, tienes que estar allí. Puedes llevar a Paula y a su bebé a la playa otro día.
—Podría, pero no quiero. Ya te he dicho varias veces que no dejaré que nadie me dé órdenes, madre. ¿Es que no te has enterado todavía?
Paula  casi sintió compasión por Ana, Esperaba que de mayor Sofía no albergara los mismo sentimientos hacia su madre que Pedro hacia la suya.

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