viernes, 12 de junio de 2015

Un Juego De Gemelas Parte 2: Capítulo 3

Habría sido ingenua por pensar que era un comentario inocente, y así como se reconocía inexperta, distaba mucho de ser ingenua. Frunció el ceño.
Pero eso sólo lo animó a sonreír.
—Se te ve graciosa cuando intentas parecer enfadada.
No recordaba la última vez que alguien la había llamado graciosa. No desde niña… antes de desarrollar el porte y la pose de una modelo profesional. Le resultó extrañamente cautivador.
—Créeme, cuando intento mostrarme furiosa… lo hago.
El enarcó las cejas.
—Si tú lo dices.
—No cometas el error de mostrarte condescendiente conmigo —bebió de la botella de agua fría.
—No lo haría.
—He de volver al trabajo.
—Te recogeré a las seis para una cena temprana.
—No sabía que los restaurantes sirvieran tan pronto por aquí.
—Yo me ocuparé de eso.
Supuso que a los magnates les servían cuando ellos querían.
—De acuerdo.
Luego la dejó regresar al trabajo, pero no se marchó el fotógrafo puso fin a la sesión, y Pedro apareció con una bata larga y blanca de fino algodón que al instante la protegería del sol.
El fotógrafo le guiñó un ojo antes de marcharse. El director de la campaña le sonrió y le hizo un gesto con la cabeza a Pedro cuando también él se fue. Al menos ninguno parecía enfadado de que hubiera captado la atención del magnate. Por el contrario, ¿era algo bueno? ¿Estarían tan acostumbrados a ver a Pedro seducir a las modelos, que lo daban por hecho?
—Vuelves a fruncir el ceño, y pareces mucho más inquieta que antes —le ajustó la bata sobre los hombros.
Ciñéndose más la prenda, le preguntó:
—¿Invitas a todas las modelos contratadas por tu departamento de publicidad?
—Mi empresa es demasiado grande como para que supervise cada sesión fotográfica.
Necesitaba una negativa sólida antes de poder sentirse medianamente a gusto saliendo con él.
—Creo que será mejor que pasemos de la cena.
—No seas ridícula —la irritación se manifestó en su voz—. ¿De verdad crees que necesito recurrir a mi departamento de publicidad para encontrar citas?
—No, pero eso no significa que no te aproveches de la situación.
—¿Te molesta esto?
—Sí.
Llamó al director de campaña, que acababa de salir del pequeño tráiler que usaba como cuartel general para la sesión.
—Esteban.
—¿Sí, señor?
—Dile a la señorita Chaves cuántas veces he invitado a modelos contratadas por nuestra empresa —su voz se había enfriado.
Esteban la evaluó con sorpresa.
—Nunca que yo haya visto, señor —respondió con lo que parecía auténtica sinceridad.
Ella se ruborizó.
—No importa. Sigo creyendo que esto no es una buena idea —con las manos indicó ellos dos.
Con una mirada, Pedro despidió a su empleado y luego se volvió hacia ella con expresión dura.
—Yo creo que es una muy buena idea, y lo mismo tú, pero, por algún motivo, tienes miedo. Te aseguro que no hay ningún motivo para ello.
—Eres un riesgo negativo para una mujer como yo. Con franqueza, creo que eres un riesgo negativo, punto.
Las palabras deberían haberlo ofendido, pero no fue así. El recuperó la sonrisa.
—La vida sería muy aburrida sin riesgos, ¿no crees? Ni siquiera había intentado negarlo.
—Es posible, pero algunos riesgos son peores que otros.
—Y algunos ofrecen unos dividendos que son inimaginables.
—¿Crees que cenar contigo entra en esa categoría?
—Te lo garantizo.
—Arrogante.
—Seguro.
—Contigo, es lo mismo.
El rió, y ella capituló.
—De acuerdo, cena. Pero no vas a llevarme a la cama, temprano o no —le advirtió.
—Tomo nota. ¿Puedo llevarte a casa? —le sonrió;
—Puedo tomar un taxi.
—No hay necesidad. Tengo mi coche a tu disposición.
—Supongo que no pasa nada.
—Qué entusiasmo.
Ella cruzó los brazos y encaró su mirada con la cabeza ladeada.
—Doy por hecho que ya recibes suficiente comportamiento servil de otros.
—Touché.
—Dame un segundo para vestirme y estaré lista —el bikini cubría menos que casi toda su ropa interior y bajo ningún concepto pensaba volver al hotel con esa prenda, ni siquiera con la bata que Pedro había hecho aparecer.
—Perfecto.
No tardó mucho en ponerse el corto vestido blanco y las sandalias plateadas bajas con los que había llegado a la sesión. El vestido era lo bastante ligero como para no resultar molesto bajo el intenso calor español. Se cepilló el cabello que le llegaba a los hombros y se aplicó un poco de brillo en los labios.
Recogió el bolso y fue a reunirse con él. Experimentó la embriagadora sensación de que era algo que deseaba. Su madre le había advertido de que podría suceder de esa manera, pero Paula siempre se había considerado inmune a ello. Nunca había estado enamorada y, sinceramente y a tenor de cómo su madre aún lamentaba la pérdida de su padre antes de que ella naciera, tampoco anhelaba dicha experiencia.
Siempre había estado feliz. Satisfecha. Tenía una carrera muy exigente que adoraba. Un par de buenas amigas, aunque las veía con poca frecuencia. Una era también modelo, y a la otra la había conocido en la universidad. Mantenía una relación estrecha con su madre.
Salía con chicos, aunque en contadas ocasiones, pero no necesitaba a un hombre en su vida. No haría más que complicar las cosas. En particular un hombre como Pedro. Esperaría que le hiciera concesiones. Pero ¿sería recíproco?
Intentó convencerse de que se estaba adelantando a los acontecimientos, pero en lo más hondo de su ser, sabía que no era así. Ese hombre representaba problemas en su vida. Con mayúsculas. Entonces, ¿por qué corría a su encuentro?
Porque como él había dicho, algunos riesgos valían la pena.
Conducía el Ferrari negro como si se hubiera entrenado con la familia Andretti. Sin embargo, en ningún momento Paula sintió que había peligro.
De hecho, le gustaba. Para una mujer que jamás había superado el límite de velocidad y que evitaba ponerse al volante de un coche siempre que era posible, fue un extraño tipo de placer.
—Dime, ¿disfrutas de tu estancia en Barcelona? —le preguntó mientras cambiaba de marcha.
—Sí. No he hecho muchos viajes internacionales, de modo que éste resulta gratificante.
—¿Es una de tus campañas más grandes?
—¿Has hecho los deberes mientras yo estaba posando?
—He hecho una o dos llamadas.
No la sorprendió.
—¿Y qué has averiguado?
—Suficiente.
Se volvió en el asiento para mirarlo.
—¿Eso qué significa?
—Me siento muy atraído por tí.
—Tuve esa impresión.
—He de tener cuidado con las mujeres con las que salgo.
—¿Insinúas que solicitaste un informe sobre mi carácter?
—En esencia, sí.
—Vaya. Creo que nunca antes una cita potencial me había investigado —no sabía muy bien cómo se sentía al respecto.
—No se puede considerar una investigación importante.
—Claro. Tu investigador sólo dispuso de un par de horas.
—Dispuso del tiempo suficiente para determinar que no tienes por costumbre salir con hombres ricos y después presentar demandas de indemnización. De hecho, encontró pocas pruebas de que salieras.
No era una pregunta, pero sintió que él esperaba una contestación.
—¿Pretendes que diga algo? —trató de determinar si se sentía ofendida. Se suponía que un hombre de su riqueza debía mostrarse cuidadoso, pero aun así resultaba extraño, y no de manera agradable.
—Puede. Eres demasiado hermosa para no tener citas frecuentes.
Decididamente, pretendía que dijera algo.
—No das la impresión de que confíes en el informe de tu investigador.
—Quizá sólo sienta curiosidad sobre tí.
Había un deje lo bastante sincero en su voz como para provocar una reacción similar en ella.
—La mayoría de los hombres que invita a salir a una modelo busca un adorno. Ese papel me deja indiferente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario