jueves, 18 de junio de 2015

Un Juego De Gemelas Parte 2: Capítulo 26

Igual que la primera vez que lo había visto, su padre consolaba a su madre. Era una imagen dulce, pero deseó que se marcharan todos. No exclusivamente Pedro.
Todos.
No necesitaba a Pedro. En absoluto. No quería necesitar a nadie. No lo merecía. No había estado allí para el diminuto ser que la había necesitado a ella y a nadie más.
El dolor le atenazó la garganta y comprendió que se estaba tragando las lágrimas. Eso no estaba bien. No podía sentir. No quería sentir.
—Vete, Pedro, por favor… —la voz se le quebró y tuvo que respirar hondo para mantener a raya las lágrimas.
—No me voy a ir a ninguna parte.
—Eso no lo decide usted. Esta es mi casa, y maldita sea si voy a dejar que se quede aquí para alterar a mi hija.
Pedro no pareció impresionado por esa revelación. En ningún momento dejó de mirarla.
—Eres mía, Paula, y yo soy tuyo.
—No —movió la cabeza, ansiosa por que se fuera—. No puedo ser tuya. Ya no.
—Se acabó.
La mano de su padre aterrizó en el hombro de Pedro, y su ex amante catalán se tensó, como preparado para la batalla.
—Ya basta —dijo Delfina con voz cortante, sorprendiendo a todos—. Basta, papá.
Paula quiso mirar a su hermana, preguntarle qué creía que estaba haciendo, pero no pudo apartar la vista de Pedro.
—No me digas que has decidido abanderar el caso de este hombre, Delfina. Sabes el gran daño que le hizo a tu hermana.
—Lo sé. Pero también sé que ví el mismo dolor y la misma desesperación en sus ojos cuando Paula se desmayó el día que fuimos a buscarla a California. Sé que por primera vez en meses la voz de mi hermana vibra con verdadera emoción, aunque sea furia. Es real.
—Estaba mejorando…
Esa fue su madre, pero tampoco pudo obligarse a mirarla.
Los ojos grises de Pedro se la estaban comiendo, y los sentía en la piel como no había sentido nada desde que despertara en el hospital y descubriera que había perdido al bebé cuya existencia ni siquiera había conocido.
—No, no estaba mejorando, sino perfeccionando su habilidad para ocultar su falta de sentimiento. Nos quiere a todos lo suficiente como para fingirlo, pero sólo ha sido eso. Intenté convencerme de que no era así, pero al verla cuando entró Pedro, sé que lo era. Todos saben que es así.
—Tiene razón —musitó su madre—. Que el cielo nos ayude… pero tiene razón.
Había lágrimas en la voz de su madre, y Paula quiso consolarla, pero no podía moverse.
—No sé qué pasó entre usted y mi hermana, señor Alfonso, pero creo que usted podría ser la única persona que la puede traer de vuelta del lugar en el que ha estado viviendo estos últimos meses.
—No —la palabra salió de la boca de Paula  antes de que ella misma se diera cuenta.
Delfina le tomó la mano.
—Sí, cariño. Sé que te ha hecho daño, pero también él está sufriendo. Tiene que haber un camino de regreso para los dos.
—No lo hay —al fin logró apartar la vista para mirar a su hermana—. Ha desaparecido.
—Tu corazón no ha desaparecido más que el de papá cuando murió mamá, pero bajo ningún concepto pienso pasar las próximas dos décadas esperando que vuelvas a nosotros como lo esperé a él. Y aunque has vuelto a comer, sigues sin querer sentir. No estás viviendo. Sólo existes.
—Estoy viviendo. Por todos ustedes.
Las lágrimas cayeron por los ojos de Delfina.
—Paula, cariño, necesitamos que vivas por ti. Todos te queremos demasiado.
—No puedo soportar estar cerca de Pedro.
—Por favor, Paula… simplemente, habla con él. Si luego quieres que papá y Hernán lo echen, lo harán… pero, por favor, hazlo… por mí.
—¿Por qué?
—Porque creo que te puede ayudar a sanar.
—Él no puede devolverme lo que perdí.
—No, pero quizá pueda darte otra cosa. O no. Tal vez lo odies de verdad, pero, cariño, es la primera vez en tres meses que te veo real. Necesito que hables con él. Aunque sólo sea para decirle que es un canalla egoísta que no te merece.
—Eso ya lo sé.
La voz de Pedro sonó rocosa, y las palabras fueron demasiado para el freno frágil de Paula sobre sus emociones.
Lo miró con ojos desencajados.
—No es eso. Por favor… —tuvo que concentrarse para que salieran las palabras—. Intimidad… —respiró hondo, preguntándose por qué le costaba tanto respirar—. Si vamos a hablar… necesitamos intimidad.

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