—Sí, claro, y ahora estás nadando en dinero.
Cuando pudo convencerlo de que no estaba bromeando, la respuesta de Gonzalo no fue muy entusiasta.
—¿Estás loca, Pau?
—¿Loca por casarme? Tú también estás casado, que yo sepa.
—Pero si apenas conoces a ese hombre… y dicen que tiene billones, no millones.
—Tú te casaste con la hija de un aristócrata siendo el hijo de un tendero —le recordó Pau—. Además, no me he casado con él por su dinero.
—¿Se puede saber cómo lo conociste? ¿No salía con una actriz rubia muy famosa?
—Sí, pero evidentemente ya no sale con ella.
—Pau, tú no puedes competir con ese tipo de mujeres…
—¿Quieres decir que yo no soy guapa? —exclamó Pau, dolida.
—Bueno, no estás mal —rió su hermano.
—¿No se te ha ocurrido pensar que Pedro me quiere?
—¿Y a tí no se te ha ocurrido pensar que un hombre así se aburrirá pronto de tí?
—¿Cómo te atreves a juzgar a mi marido sin conocerlo? —replicó ella, indignada—. Lo único que sabes de él es lo que dicen en la prensa. —Y espero estar equivocado, pero… —¡Estoy embarazada, Gonzalo!
Después de decirle que había cometido el mayor error de su vida, su hermano le pasó a Andrea, que hizo lo mismo pero con más tacto y ofreciéndole apoyo durante el embarazo.
Pau estaba deprimida y con la autoestima por los suelos después de colgar. Y su humor no mejoró cuando el ama de llaves le dijo no sólo que Pedro había salido, sino que tenía una visita.
—Es esa actriz, Candela Royal. Le dije que el señor Alfonso había salido, pero entró como si estuviera en su propia casa y está esperando en el salón —suspiró la mujer, contrita.
Pau levantó la barbilla, orgullosa. ¿Cómo se atrevía a ir allí sin ser invitada? Candela debía saber que Pedro estaba casado. ¿Iba a causar problemas o sería una visita amistosa?
Tal vez aquélla era la manera civilizada de hacer las cosas, pero Pau no se sentía muy civilizada en aquel momento.
—Podría llamar a Pablo para que la echase —sugirió el ama de llaves.
—No, no hace falta —dijo Pau—. Hablaré con ella.
Sabía que su embarazo aún no se notaba, pero estaba en ese momento en el que, sencillamente, se sentía gorda. Y en cuanto puso los ojos en su inesperada visitante, con su fabulosa melena rubia, su estatura y sus piernas interminables, no sólo se sintió gorda, sino pequeña y fea.
La rubia llevaba un traje de chaqueta blanco con un elegante cinturón negro y, bajo el escote de la chaqueta, se podía intuir un busto que desafiaba a la gravedad.
—¿Lleva mucho tiempo esperando? —le preguntó, obligándose a sí misma a sonreír—. ¿Quiere tomar un té? Señora Havers…
El ama de llaves, que había entrado detrás de Pau, lanzó una mirada de desaprobación hacia la rubia antes de darse la vuelta.
Candela sonrió.
—Qué suerte tiene. Con lo difícil que es encontrar servicio hoy en día.
—La señora Havers me ha ayudado mucho.
—Sí, claro, imagino que no sabe usted nada sobre llevar una casa como ésta. ¿Sabe que es muy pequeña comparada con el castillo de la Toscana? Y el apartamento de Nueva York es magnífico. De la decoración se encargó…
No había que ser un genio para darse cuenta de que Candela estaba intentando hacer que se sintiera como una advenediza… y lo estaba consiguiendo. Pero Pau decidió que dos podían jugar al mismo juego.
—Pedro está pensando vender el departamento de Nueva York y comprar algo más… en fin, una casa para los niños. En cabo Cod quizá.
—Sí, ya sé que está embarazada. Pero no me imagino a Pedro con una familia.
—¿Ah, no? ¿Nunca le dijo que quería tener cinco hijos? —mintió Pau, con toda tranquilidad.
La rubia la miró con cara de horror.
—¿Pedro quiere tener cinco hijos?
—Yo le he dicho que cuatro son suficientes. ¿Qué le parece?
—Yo no soy una experta en niños, pero adoro a mi pequeño Elías.
Pau imaginó que hablaba de algún sobrino… hasta que Candela levantó la tapa del elegante bolso que llevaba al hombro y, de repente, vió asomar la cabecita de un perro con un lacito rosa.
—Por eso me sorprende que Pedro quiera tener hijos. Nunca le gustó Elías… en realidad, era muy cruel con él.
—Qué raro —murmuró Pau.
—Y él es muy sensible, ¿verdad, cariño? —Candela levantó la cabeza para mirar de arriba abajo a Pau—. ¿Ha contratado ya a un entrenador personal? Para después del embarazo quiero decir.
—Pues no, la verdad es que no lo había pensado.
—¡No tiene entrenador! ¿Y cómo piensa volver a recuperar la forma física?
—Poco a poco, espero. Cuidar del niño me tendrá ocupada veinticuatro horas al día, así que…
—Mis amigas casadas dicen que lo mejor es tener una niñera por la mañana y otra por la noche.
Pau rió al ver la expresión de la otra mujer cuando le dijo que no pensaba tener niñeras.
—Pero no me ha dicho para qué ha venido, señorita…
—Llámame Candela, por favor. Esperaba que Pedro estuviera contigo, pero en fin… tal vez sea mejor que tengamos una charla privada. ¿Es verdad lo que dicen?
—¿A qué te refieres?
—¿Ha recuperado la vista?
—Sí, así es.
Candela se dejó caer sobre una silla, cruzando elegantemente las piernas.
—Gracias a Dios —murmuró, sacando un pañuelo del bolso con el que se secó unas lágrimas inexistentes—. Lo siento, pero tú no sabes lo que eso significa para mí. Supongo que sabrás que estábamos prometidos.
—La verdad es que Pedro nunca me ha hablado de tí, pero supuse que…
—Yo lo había dejado después del accidente —la interrumpió Candela—. Sí, eso es lo que pensó todo el mundo, pero en realidad fue Pedro quien cortó conmigo. Dijo que me amaba demasiado como para cargarme con un marido ciego. Yo intenté disuadirlo, por supuesto, pero él decía que no sería justo para mí.
—Qué noble —murmuró Pau.
—Pedro es mi alma gemela —dijo la rubia, con un tono lloroso tan falso como sus pechos.
«Y yo soy su mujer», pensó ella.
—Así que ya ves —siguió Candela— por qué la noticia me ha emocionado tanto. Claro que tú no puedes saber lo que siento… pero ahora nada podrá separarnos.
—¿Perdona?
—La única razón por la que nos separamos fueron sus ridículos escrúpulos, pero ahora que ha recuperado la vista ya no hay nada que se interponga en nuestro camino.
Pau la miró fijamente. Aquella mujer era increíble.
—Además de una esposa y un hijo, ¿no te parece?
—Sí, claro, supongo que esto debe de ser difícil para tí. Imagino que le tendrás cariño a tu manera…
Pau se levantó de la silla, despacio porque las piernas no la sostenían.
—Yo amo a Pedro—la corrigió, llevándose una mano al pecho—. Le quiero como una esposa ama a su marido.
Candela pareció sorprendida por su vehemencia.
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