—¡No lo dirás en serio! —dijo segundos después, al ver que Pedro tiraba de ella hacia su dormitorio. A Paula le dio un vuelco el corazón sólo de pensar en ello. Se fijó en sus anchas espaldas, en sus negros cabellos y en el gesto que se formaba alrededor de sus ojos cuando sonreía, y el corazón empezó a latirle a toda pastilla. ¿Compartir el dormitorio con él?
—Estamos casados —dijo con picardía—. Llevamos más de cuatro meses casados.
Paula tragó saliva, consciente de lo cerca que estaba de ella, del calor de su cuerpo que parecía cautivarla. Le llegó el aroma de su colonia y su suave y limpio olor corporal. Una extraña excitación empezó a recorrerla de arriba abajo y se dio cuenta de que no había experimentado esa mareante sensación desde los lejanos días en la playa.
—Pedro—dio un paso atrás, como si la distancia pudiera ayudarla—. Piénsatelo. No hemos estado juntos más de un par de horas en total y esto no es un matrimonio de verdad.
—Es real.
—Sé que es legal, pero no es un matrimonio «de verdad».
Se llevó la mano al estómago para ver si podía calmar aquel nerviosismo. No podía ser cierto que quisiera dormir con ella.
—¿Has deseado alguna vez que lo fuera? —le preguntó, acercándose a ella peligrosamente.
Por una parte no sabía qué decir, pero por otra se imaginó cómo se sentiría si él la besara y la abrazara con fuerza. ¿Cómo serían sus manos? ¿Tiernas o exigentes? ¿Tendría los labios cálidos o fríos? Imaginó que su cuerpo sería fuerte y firme, y esos pensamientos alimentaron las repentinas sensaciones que empezaban a embargarla.
—Pedro, no.
—Relájate, Paula, no voy a saltar sobre ti sólo porque estemos en la intimidad de mi dormitorio.
Ella tragó saliva.
—Entonces, apártate.
Él sonrió; había un brillo de picardía en sus ojos.
—¿Tienes miedo? —preguntó en su susurró, sin mover un músculo.
Al instante Paula supo que no lo tenía. Jamás le haría daño intencionadamente. Aunque en muchas cosas fuera inflexible, le había visto soportar a su madre después de escuchar los hirientes comentarios que había hecho durante la cena. Y amaba a su abuelo, a pesar de las maquinaciones que había puesto en marcha. Pedro era demasiado hombre como para hacerle daño a alguien menos fuerte que él.
—No, no tengo miedo.
De él al menos no. Pero Paula temía por los sentimientos que empezaban a brotar dentro de ella. La tentación fue demasiado fuerte cuando la miró con aquella sonrisa de complicidad. Sus dedos deseaban recorrer el contorno de su rostro y sentir la textura de sus cabellos. Su cuerpo anhelaba sentir la excitación de ser abrazado por un cuerpo masculino. Sus labios casi le dolían de lo mucho que deseaban ser besados.
—No podemos dormir juntos —repitió, con desesperación.
Con decirlo no logró disipar las imágenes que bailaban en su imaginación; imágenes de los dos besándose, abrazándose, sus cuerpos enredados entre las sábanas.
Pedro se echó a reír y se apartó, quitándose la americana.
—¿Entonces dónde sugieres que durmamos?
Abrió el enorme ropero y colgó la chaqueta en una percha. Se quitó la corbata y la colocó en el corbatero. Cuando empezó a desabotonarse la camisa se volvió a mirarla.
—Esta casa tiene muchas habitaciones. Sólo tienes que indicarme dónde hay una vacía.
—¿Y que por la mañana todo el mundo sepa que no hemos dormido juntos? Así no creo que Roberto vaya a creerse todo esto.
Paula tragó saliva al ver cómo se quitaba la camisa y la tiraba sobre una silla que había al lado. Tenía los hombros anchos y musculosos, pero no exageradamente, y el pecho firme y bien delineado. Parecía como si su trabajo fuera físico más que mental. Paula apretó los puños, se cruzó de brazos y se apartó de la puerta y lejos de aquella provocación en forma de perfección masculina.
Las ensoñaciones estaban bien para los adolescentes, pero ella era madre, viuda y... y la esposa del hombre que se estaba desvistiendo en ese momento.
—No sé lo que decir, pero estoy...
—Paula.
—¿Qué? —se volvió y su mirada se topó con la de Pedro.
—Mira el tamaño de la cama. Podemos dormir juntos y ni siquiera nos enteraremos de la presencia del otro. No te he traído aquí para seducirte; incluso yo soy más astuto que eso. Pero no quiero estropearlo todo cuando no ha hecho más que empezar. Te prometo que no te tocaré.
—Bueno —se mordió el labio indecisa.
—A no ser que quieras, claro —murmuró con suavidad.
Y ese era el problema. Parte de ella sí quería que la tocara. Hacía tanto tiempo que nadie la abrazaba, besaba ni le hacía el amor. No le había importado tanto cuando estaba a solas con Sofía, pero esas últimas horas cerca de Pedro le habían demostrado que era susceptible a los encantos de un hombre. ¡Y eso que apenas se conocían!
—No —dijo, preguntándose si era del todo cierto.
Pedro la miró a los ojos unos momentos más y después asintió con la cabeza. Sacó un suéter de la cómoda de cajones y se lo puso.
—Tengo trabajo en el despacho y estaré un par de horas levantado. Acuéstate, Paula y duérmete antes de que vuelva. Cuando me meta en la cama ni te enterarás.
—Podría dormir en el suelo —sugirió ella.
—Lo que prefieras. La cama es lo suficientemente grande. ¿Tienes el transmisor del bebé?
—¿El qué?
—El transmisor —dijo, arrugando el entrecejo—. Coloqué uno en la habitación de Sofía. ¿Te has traído el otro?
Ella sacudió la cabeza.
—Ven.
La llevó a la habitación de la niña. El suave resplandor de un piloto brillaba en la pared. Pedro fue hacia el tocador y volvió con un pequeño aparato de plástico. Encendió un interruptor y se lo pasó a Paula.
—¿Ves la luz de la pared?
Asintió.
—Captará cualquier ruido que se produzca en la habitación. Si la niña se despierta durante la noche, tú lo oirás por el recibidor —señaló el aparato que Paula tenía en la mano—. La frecuencia es muy alta; podrás oírla desde cualquier punto de la casa o el patio.
Paula se sintió conmovida al ver cómo Pedro había pensado en su comodidad y tranquilidad.
—Gracias, Pedro.
—Buenas noches, Paula.
Lo vio marcharse y suspiró con suavidad, intentando averiguar lo que sentía por él.
Agarró el recibidor con fuerza y se dirigió al dormitorio principal, sintiéndose un poco como un condenado yendo a cumplir su castigo.
Media hora después Paula había terminado de darse un baño caliente y se puso una camiseta larga. Se metió en su cama provisional e intentó encontrar una posición que le resultara cómoda, pero lo cierto era que un colchón hecho de mantas no resultaba tan cómodo como un colchón de verdad. Sin embargo, no podía meterse en la cama de Pedro. Sabía que se portaría como un señor, le había dado su palabra y él era un hombre de honor, pero sería demasiado tentador. Estaba mejor en el suelo.
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