—Vaya, no recuerdo que nos hayas invitado a mí y a Sofía a ir a la playa —murmuró Paula junto a Pedro mientras veía la limusina alejarse.
—Se me ha ocurrido de improviso —dijo Pedro en tono seco.
—Haces cualquier cosa para desbaratarle los planes a tu madre.
Pedro se echó a reír.
—Eres la única persona que conozco que utiliza la palabra «desbaratar».
Paula lo miró enfadada.
—No intentes cambiar de tema. Es así, ¿verdad? De repente se te ocurre la idea de pasar el día en la playa para que tu madre tenga que entretener a tu prometida ella sola.
La agarró del brazo, la obligó a volverse y se dirigió hacia el salón de baile.
—En primer lugar, Paula, mi relación con mi madre o con mi antigua prometida no es asunto tuyo. Si Ana quiere que Fernanda la visite, es perfectamente capaz de entretenerla por sí sola. Segundo, si Fernanda cree que voy a caer rendido a sus pies sólo porque ella lo diga, se va a pegar un batacazo.
—Me imagino que si le propusiste matrimonio, la querrías.
—Ella no resultó ser la mujer que yo pensaba que era.
—Me parece que todo habría encajado perfectamente.
Se detuvo y, con delicadeza, tiró de ella para que se volviera a mirarlo. La expresión de Pedro era impasible.
—¿Te gustaría que se casaran contigo por dinero?
Ella se encogió de hombros, luchando contra la desesperación que parecía a punto de vencerla.
—No difiere mucho a casarse por venganza.
—Yo no me casé contigo por venganza.
—No por venganza hacia mí, sino hacia tu madre y tu abuelo.
—No ha sido por venganza exactamente —dijo por fin.
—¿Entonces por qué?
La miró y le acarició el mentón; después le rozó los labios con la yema del pulgar.
—Lo he hecho para desbaratarles los planes —dijo—. Ven a la playa mañana. El tiempo promete estar maravilloso. ¿Por qué no aprovecharnos de ello?
—Yo no he dicho que no me parezca buena idea, sólo que no me acuerdo de que me lo hayas comentado antes.
Deseó que hubiera querido llevarlas a la playa por ellas mismas, no por darle en las narices a su madre y a Fernanda. Pero tendría que aguantarse.
—Un empresario tiene que pensar con rapidez. No tengo intención de pasar la tarde con Fernanda Alvarez y mi madre.
—La verdad es que entiendo que no quieras pasar tiempo con tu madre —dijo Paula, mientras entraban en el salón de baile—. ¿Siempre ha sido tan formal, tan distante? —le preguntó con tacto.
Pedro la condujo a un rincón más tranquilo y acercó una silla para que se sentara.
—A Ana le molestó mucho quedarse embarazada de mí y tenerme —dijo, al tiempo que se sentaba en una silla junto a ella.
Un camarero se acercó apresuradamente y les tomó nota.
—Oh, Pedro, no puede ser; tú madre te quiere, lo sé —protestó Paula cuando se marchó el camarero. Ciertamente, Ana no era demasiado expresiva. ¿Pero qué madre no querría a su hijo?
El se encogió de hombros.
—Quizá a su manera, pero yo le he molestado desde que nací. Se enamoró apasionadamente de mi padre, pero él no pertenecía a ninguna familia importante de Sidney. No era más que un advenedizo y mi abuelo estaba seguro de que se casó con mi madre por el dinero y la posición de la familia. Cuando mi madre se quedó embarazada de mí, Roberto echó a mi padre.
—¿Lo echó?
—O lo compró, lo que fuera. Se marchó de Australia y jamás volvió. Mi madre pudo elegir entre marcharse con él o volver a casa. Escogió el estilo de vida que amaba, no al hombre al que decía amar. Pero se tuvo que quedar conmigo.
Paula le agarró de la mano y se la apretó.
—Lo siento.
—Han pasado ya más de treinta años —dijo Pedro con tono seco.
—Es algo muy triste para los dos —dijo Paula con delicadeza.
—¿Y qué te hace pensar eso?
—Tú te criaste sin padre y ella perdió al hombre que amaba. Y todo por dinero.
—Hay mucha gente a la que le importa mucho el dinero.
—Lo sé, pero el dinero no compra la felicidad. Eso sale de dentro, de conformarse con lo que uno tiene. Tu madre le encuentra faltas a todo, y eso es un reflejo de su propia infelicidad.
—Pues se gasta el dinero de Roberto a espuertas para compensarlo.
Paula se echó a temblar.
—No me gustaría que el dinero se convirtiera en algo más importante que las personas. Dios mío, ni siquiera puedo imaginar que Sofía pudiera molestarme algún día.
—Eso es lo que te diferencia de los demás, Paula.
—Creo que no tienes amigos adecuados. La mayoría de la gente que yo conozco son parecidos a mí. ¿Intentaste alguna vez encontrar a tu padre cuando te hiciste mayor?
—No. Tenía a Roberto. No sabría ni por dónde empezar a buscarlo. Podría estar en Inglaterra, Nueva Zelanda o los Estados Unidos. Incluso podría estar muerto, no lo sé.
—Lo dudo. Si tenía más o menos la edad de tu madre, tendrá ahora unos cincuenta años. ¿Se enteró siquiera de que tú estabas de camino?
Pedro la miró sorprendido.
—Nunca lo he preguntado. No lo sé.
Ella se quedó muda de asombro.
—¿Qué sería peor, que supiera de ti y te ignorara o que no supiera ni de tu existencia?
—Vaya...—Pedro le agarró de la mano y empezó a acariciarle el dorso con el pulgar—. Puede ser que uno de estos días se lo pregunte a mi madre. Ella no suele hablar mucho de él.
El camarero le llevó a Paula un vino blanco y a Pedro un whisky. La suave melodía resultaba tranquilizadora y Paula empezó a relajarse.
—Tienes la piel tan suave —dijo, mientras le trazaba garabatos con el pulgar en el dorso de la mano.
—¿Estás intentando cambiar de tema? —le preguntó, apenas sin aliento.
—Ya hemos hablado del tema de mis padres. Sólo intento que nos olvidemos un poco de la tensión de la velada. ¡Además, todavía te deseo esta noche!
—¿Ah, sí? —preguntó, con un hilo de voz.
—Creí que te lo había dejado claro antes. Hemos llegado a un acuerdo.
—Eso fue antes de aparecer Fernanda Alvarez.
—Ella no tiene nada que ver con nosotros; el acuerdo sigue en pie.
—Yo también te deseo —dijo Paula con audacia.
—Los mejores romances comienzan así —murmuró, llevándose las muñecas a la altura de los labios para besarlas.
Cuando llegó José a buscarlos Paula estaba cansada, pero relajada. Se sentó en el asiento de atrás de la limusina; había sido un día muy largo.
—¿Cansada? —le preguntó Pedro, sentándose a su lado.
—Un poco.
Paula aguantó la respiración. ¿La besaría en el coche o esperaría a que llegaran a casa? ¿Le tomaría de la mano? La había agarrado varias veces durante la velada. Sus atenciones la emocionaron, aunque no sabía si estaba verdaderamente interesado en ella o sólo lo hacía para hacer el paripé delante de la gente que lo conocía. Pedro Alfonso era muy conocido en el panorama financiero de Sidney y mucha gente había sentido curiosidad por conocer a su esposa.
Pero ya estaban solos y ella se empezó a poner muy nerviosa.
—¿Pedro?
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