—¡Ven aquí! —Pedro la atrajo hacia sí tomándola por la cintura.
Apoyando la cabeza en su hombro, Pau cerró los ojos y se relajó un poco.
—¿Estás contenta con la luna de miel?
—Estoy sorprendida.
Entonces se percató de que habían dejado atrás la casa de Pedro, un edificio de dos plantas en el centro de Londres.
—¿Dónde vamos?
—El helipuerto de la casa está en obras. Vamos a salir desde… —¿Vamos a ir a Escocia en helicóptero?
—Claro.
—Pero no puedo ir así. No he hecho la maleta y… Él se encogió de hombros.
—Seguro que estás muy guapa con el vestido de novia. Y como en la boutique tenían tus medidas, ha sido muy sencillo pedir que enviasen algo de ropa… y todo lo necesario para el aseo personal. Si se me ha olvidado algo, podemos pedir que nos lo envíen.
—¿Me has comprado un vestuario entero?
Pedro levantó una ceja, divertido.
—¿Algún problema?
Pau arrugó el ceño.
—No sé…
—Un marido puede hacerle un regalo a su esposa, ¿no?
—¿Marido? Me pregunto si algún día esa palabra dejará de sonar tan extraña.
—Lo que al principio resulta poco familiar puede acabar siendo algo aburrido —dijo él. El comentario la hizo reír—. ¿Qué te hace tanta gracia?
—Me resulta imposible creer que estar contigo pueda ser aburrido —le confesó Pau.
Pedro parecía estudiar su cara como si la viera, algo que siempre la había puesto nerviosa.
—Creo, Paula, que eso podría haber sido un cumplido. ¿Me equivoco?
—No, no te equivocas. Pero que no se te suba a la cabeza —suspiró ella, conteniendo un bostezo. No porque se aburriera con él, sino porque últimamente lo único que deseaba era dormir. Pero le habían dicho que era normal durante los primeros meses de embarazo.
Sonriendo, Pedro sugirió que podría dormir un rato en el helicóptero, mientras iban a Escocia, pero Pau, a quien ya no sorprendía que fuera tan perceptivo, expresó sus dudas sobre lo de dormir en un helicóptero.
Estaba equivocada.
Cerró los ojos sólo un momento después del despegue y, después de lo que le pareció un minuto. Pedro estaba tocando su hombro para despertarla.
—Ya hemos llegado.
—¿Qué?
—El tiempo pasa muy rápido cuando uno está roncando.
—¡Yo no ronco! —protestó ella.
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