Dos días después, Pedro la acompañó al ginecólogo para su primera ecografía.
Y la elegante clínica de la calle Halley no se parecía en nada al hospital público al que ella había imaginado que acudiría.
Controlar los gastos era algo innato en Pau, de modo que se sintió un poco incómoda en tan lujoso entorno, pero Pedro insistía en la necesidad de que tuviera los mejores cuidados para el niño y, sabiendo que aquél no era un tema sobre el que fuera a mostrarse flexible, decidió no decir nada. Sería mejor ahorrar energía para otras batallas más importantes.
Además, no imaginaba a Pedro esperando pacientemente en la cola de un hospital público. No, seguramente se portaría tan mal que lo invitarían a marcharse.
—¿Por qué sonríes?
Pau volvió la cabeza, sorprendida.
—¿Cómo sabías que estaba sonriendo?
El propio Pedro pareció momentáneamente perplejo por la pregunta.
—¿Pero estabas sonriendo?
—Te imaginaba portándote mal.
—Pensé que te gustaba que me portase mal —dijo él, haciéndose el inocente y sin conseguirlo.
—No me refería al dormitorio.
—Yo apenas pienso en otro sitio —sonrió Pedro. Y no le hacía falta tener poderes para saber que Pau se había puesto colorada.
Unos minutos después, Pau supo que los pensamientos de Pedro no estaban en el dormitorio.
Había apartado un momento los ojos de la pantalla y, al ver su expresión, se le había hecho un nudo en la garganta. Estaba tan emocionada por lo que veía que se había olvidado de él y de lo que sentiría al oír la descripción de las imágenes del niño… imágenes de un niño al que Pedro no vería nunca.
Emocionada, apretó su mano. A la porra con el orgullo, pensó.
—Se puede ver su cabecita y el corazón latiendo y… —Pau miró a la auxiliar que estaba haciendo la ecografía— ¿eso es la columna?
—Sí.
Pedro tragó saliva mientras apretaba con fuerza su mano.
—¿Es un niño?
—¿Quieres saber el sexo, Pedro?
—Me da igual que sea niño o niña mientras nazca sano —dijo él usando la frase que miles de millones de padres debían de haber pronunciado antes.
—Bueno, pues por cómo se mueve el niño o la niña, parece que no hay ningún problema —Pau miró a la mujer esperando confirmación, y ella asintió con la cabeza. —Me alegro.
—En unas semanas podrá sentir cómo se mueve y da patadas… sólo tengo que tomar unas medidas para confirmar las fechas.
—Ah, sobre eso no hay ninguna duda —dijo Pau, sin pensar.
—Sí, una noche para recordar —dijo Pedro en voz baja.
—No me estoy poniendo colorada, no seas listo.
—Sí te has puesto colorada —replicó él, sin dejar de sonreír.
Después de confirmarle que no se había equivocado con las fechas, la auxiliar los dejó solos y Pau se levantó de la camilla.
—Gracias por dejarme ver a nuestro hijo a través de tus ojos, Paula.
Ella se inclinó para apretar su mano, saboreando la intimidad del momento.
—De nada. Él o ella es, después de todo, lo que tú y yo tenemos en común. Al menos deberíamos ser capaces de compartir a nuestro hijo.
Pedro parecía a punto de decir algo, pero en lugar de hacerlo levantó su barbilla con un dedo. Su habilidad para saber dónde estaba exactamente era asombrosa.
—Y me dejarás ver a nuestro hijo a través de tus preciosos ojos azules.
—Bueno, son azules.
—Nan se puso muy lírico cuando los describió: de un azul casi violeta. Claro que ahora tú debes recordarme que tienes pecas.
—¿Y tú qué harás?
—Besarte —contestó él.
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