miércoles, 17 de junio de 2015

Un Juego De Gemelas Parte 2: Capítulo 23

Pensó en Pedro y deseó que estuviera allí. Envidió el abierto apoyo que Hernán  le daba a Delfina.
En un momento, Hernán pidió que les llevaran la cena. Comieron sin dejar de hablar. Era tarde cuando se pudo de pie y dijo:
—Delfina necesita descansar. Han sido unas semanas muy traumáticas. ¿Tal vez la visita pueda continuar mañana?
Paula  miró a Delfina y se mordió el labio.
—No has hablado mucho.
—Lo estoy asimilando. Yo… no estoy acostumbrada a formar parte de una familia —comentó
Era Paula  a quien habían secuestrado, pero era Delfina quien se había perdido la familia. Prometió regresar al día siguiente, y eso le agradó.
Su padre carraspeó.
—Me gustaría quedarme un poco más… para hablar con Alejandra de lo que me expuso mi abogado acerca del secuestro y de la ley de prescripción y esas cosas.
—¿Se arreglará todo? —preguntó Delfina—. No irá a la cárcel, ¿verdad?
—No irá. Ya me he asegurado de que Alejandra no sufra más que la tragedia de su pasado.
Paula  se sintió aliviada. Pasara lo que pasara, no quería que su madre resultara más herida que lo que ya estaba.
—¿Lo hiciste antes de conocernos? —quiso saber.
—Sí.
—Gracias —se levantó y lo abrazó, siendo algo muy extraño, pero positivo.
Y él le devolvió el abrazo y fue bueno. La idea de tener más familia… que su madre no fuera realmente su familia. Pero lo era. La sangre no era lo único que creaba vínculos familiares. Su madre la quería y tenía que aferrarse a esa certeza cuando las cosas se tambalearan.
Su madre sugirió que fuera a acostarse para estar bien descansada para la exposición de baúles del día siguiente, y Paula  estuvo de acuerdo. Lo mejor era dejar que su madre y su recién descubierto padre arreglaran algunas cosas a solas. Y ella también necesitaba tiempo para si misma.
Tal como prometiera, Delfina regresó al día siguiente. Pero en esa ocasión no paró de hablar, y Paula la adoró. Realmente era una persona especial, que trabajaba como consejera laboral en su afán por tratar de ayudar a la gente, aunque no necesitara el trabajo.
Esperaba que Pedro pudiera llegar a California antes de que su familia tuviera que regresar a la Costa Este. Anhelaba compartir con él todo eso, lo necesitaba para sentirse más anclada.
La llamó por teléfono aquella noche, pero se perdió la llamada porque había olvidado el móvil en el bolso en su habitación mientras estaba con su familia en el salón.
Cuando se dio cuenta de que la había llamado, era demasiado tarde para devolverle la llamada.
Descubrió que le costaba conciliar el sueño y, al despertar, lo primero que hizo fue marcar su número.
Contestó a la segunda llamada.
—Hola Pedro —sonrió al pronunciar su nombre—. Soy Paula.
—Querida.
La sonrisa se amplió y toda su ansiedad se calmó al oír esa voz.
—Me sentí muy decepcionada al darme cuenta de que me había perdido tu llamada de anoche.
—¿Estabas trabajando?
—De hecho, no. Estaba hablando con algunas personas. Hay tantas cosas que debo contarte.
—Yo también tengo noticias.
—Tú primero —estaba segura de que no tardaría tanto como ella.
—No podré ir a California esta semana.
El corazón se le fue al suelo. Necesitaba verlo.
—Oh.
—Lo siento, pero tal vez sea lo mejor.
—¿Lo mejor?
—Cuanto más tiempo pasamos juntos, más conectados nos sentimos.
—¿Y eso es malo? —se frotó las sienes.
—Teniendo en cuenta el hecho de que dentro de cinco días he de irme a Praga, donde permaneceré un período de tiempo indefinido, sí.
—Pero…
—Sé que nuestra asociación no ha durado todo lo que ambos habríamos querido.
¿Asociación? ¿Estaba llamando asociación a la increíble relación que se había desarrollado entre ellos? Lo necesitaba como si fuera la otra mitad de su alma, él hablaba como si no la necesitara en absoluto. Como si la semana pasada en España no hubiera significado nada.
—¿La verdad, querida? —continuó él—. Sospecho que me harían falta meses para saciarme de ti, pero no hemos dispuesto de meses, algo que lamento mucho.
Quiso gritar, pero se forzó a formular una pregunta.
—¿No quieres tratar de mantener nuestra relación en la distancia?
—No sería justo para ninguno de los dos.
Descubrir que su madre no era su madre biológica, que tenía una hermana y un padre que ni había sabido que existían… esas cosas no eran justas. Que el hombre al que amaba le destrozara el corazón… eso no era justo. Pero ¿qué tenía de injusto tratar de que una relación funcionara en la distancia?
—¿Por qué no?
—Tu carrera está despegando —repuso después de un silencio—. Estarás muy ocupada. Tratar de llevar asociación a larga distancia te causará una tensión innecesaria.
—Estoy dispuesta —dolía decir las palabras, pero había cosas más importantes que el orgullo.
—Es demasiado, querida, ¿no lo ves?
No, no lo veía, pero tampoco pensaba que todo era por su bien. Quizá nada.
—Has dicho que no sería justo para los dos.
—No me entusiasma una relación cerebral, y eso es lo único que podría ser durante meses, quizá más.
—Quieres decir que no quieres estar sin sexo.
—Sí, pero no creo que sea el único para el que representará un problema. Ahora que tus deseos han despertado, no volverán a adormilarse.
—Miserable.
El contuvo el aliento.
—Paula, los dos entramos en esto con los ojos abiertos.
—Al parecer los tuyos vieron cosas que yo no vi.
—Tú misma dijiste que no estabas preparada para algo permanente.
¿Era cierto eso? Probablemente, en algún momento lo hubiera dicho.
—Las cosas cambian.
—Lo siento.
Otra vez esa palabra. La odiaba. Se había enamorado de él, y Pedro creía que se la quitaría de su sistema en unos meses.
Sentirlo no hacía que fuera bien.
Se sentía estúpida. Todas las cosas que creyó que la hacían especial para él no habían sido más que las cortinas que él había puesto en la ventana de su aventura. Incluso se lo había advertido al comienzo… las relaciones de Pedro no se basaban en la emoción, sino en un intercambio de valores.
Llena de pasión mutua. Pero sin emoción… ni amor.
—Quizá si ambos estamos libres de otras aventuras cuando vuelva, podamos conectar otra vez.
Las palabras atravesaron sus emociones ya fragmentadas, rompiéndole el corazón.
—¿Para que puedas eliminarme de tu sistema de una vez por todas? —preguntó con voz cortante.
—Como has dicho, las cosas cambian. En el momento propicio, ¿quién sabe qué podría pasar entre nosotros?
—Pero éste no lo es.
—Tú sabes que no.
Apartó el teléfono de su oreja y lo miró. De él salían sonidos, pero no pudo entenderlos, no quiso.
Las palabras la herían.
Apretó la tecla roja y los sonidos se detuvieron. Pero no el dolor. Tres días atrás había sido más feliz que nunca en su vida. En ese momento todo se había desvanecido. Su esperanza de un futuro con él. Su creencia en su vida tal como la conocía.
Lo único que le quedaba era su carrera, y ya no representaba el consuelo que siempre había sido.
Unos minutos después el teléfono volvió a sonar, pero no le prestó atención. A la tercera, lo apagó y lo tiró contra la pared. Cayó con un ruido sordo y hueco.
Se dijo que debía ser fuerte por su madre y por sí misma. No podía confiar en nadie más.

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