Ella asintió y Pedro se quedó inmóvil.
—¿Qué significa ese gesto afirmativo? —preguntó.
—¿Qué significaban las referencias al amor que has hecho hoy? —contraatacó ella.
—Que te quiero —replicó él sin dudarlo.
—No. No puedes.
—Te aseguro que sí.
—Pero no crees en el amor.
—Creer no siempre es necesario para alcanzar un estado. Descubrí cuánto te quiero cuando te negaste a volver conmigo o a hablar de nuestro futuro.
—Pero no antes.
—Fui lento, pero lo que me faltó en velocidad, lo compensaré en longitud —la tomó entre sus brazos—. Te amaré para siempre.
Ella enterró la nariz en su pecho, inhalando el aroma masculino que asociaba sólo con él.
—Una vez pensé que un hombre me amaba, pero me equivoqué —susurró.
—¿Tu otro amante?
—¿Tan seguro estás de que sólo ha habido uno?
—Sí. Tu corazón está unido a lo sexual para tí. No permitirías que un hombre al que no quieres tomara tu cuerpo, y si hubieras amado a otro después, te habrías casado con él.
—¿Estás seguro?
—Del todo. Sólo un tonto te dejaría ir si lo amaras.
—¿Tan seguro estás de que habría correspondido mi amor?
—Es indudable —besó la punta de su nariz—. Eres irresistiblemente adorable.
—Él no lo veía así.
—¿Tu primer amante? Ése era un *******.
Ella asintió. Había llegado a la misma conclusión por diferentes razones.
—Yo tenía diecinueve años. Era mi guardaespaldas. Confundí el placer sexual con el amor de una vida hasta que lo oí comentar el golpe que iba a dar casándose conmigo. Quería parte del imperio de mi padre y no le importaba utilizarme para conseguirlo. Lo tenía todo planeado. Ni siquiera era guardaespaldas de profesión. Era un hombre de negocios que aceptó el trabajo para acercarse a mí. Por lo visto, todo el mundo sabía que mi padre me ignoraba y pensó que me sentiría sola y sería fácil seducirme. Acertó. Me hizo el amor sin utilizar protección con la esperanza de dejarme embarazada. Por suerte, eso no ocurrió.
—Menudo bastardo —Pedro tensó los brazos, irradiando cólera.
—Sí que lo era. Pero me enseñó una lección muy valiosa: el sexo no es amor —dijo ella, esperando que él captara lo que quería saber, sin decírselo.
—No, no lo es —besó su sien y luego sus labios—. Una persona puede vivir sin sexo, pero si me niegas tu amor, me marchitaré y moriré.
—No acabas de decir eso —gimió ella.
—Sí lo he dicho.
Ella negó con la cabeza.
—Oh, sí. ¿Qué ocurrió con el guardaespaldas?
—Le dije a mi padre que se sentía atraído sexualmente por mí y me acosaba. Lo despidió. Nunca se enteró de que las cosas habían ido mucho más lejos.
Pedro la arrastró hacia la cama y cayeron encima. Se quedaron de costado, mirándose.
—Siento atracción sexual por tí, Pau. Más de la que puede ser cómoda con ropa —ilustró sus palabras clavando contra ella su indudable erección—. Pero también te quiero, agape mou.
—¿Qué significa eso?
—Mi amor.
—Oh —no era la primera vez que se lo decía.
—Has perdonado a tu padre cosas peores, ¿no puedes perdonarme a mí por acusarte de estar con otro hombre? —preguntó él, agitado.
—Sé que las fotos eran muy incriminatorias —acarició su mejilla—. Si hubiera discutido contigo, te habría convencido de que no era yo y me habrías ayudado a encontrar a mi hermana. Lo sabía. Pero me enfadó mucho más descubrir tu trato con mi padre.
—Has usado el pasado. ¿Ya no estás enfadada?
—¿De qué serviría? —ella suspiró—. Aferrarse a la ira sólo lleva a la amargura y corrompe el alma.
—¿Pero sigues sin querer casarte conmigo?
—Puedo perdonar, pero no sé si puedo confiar. Y necesito confiar en tí para casarme contigo.
—No te conté lo de la fusión porque sabía que no te gustaría.
—Tenías razón.
—Pero te habría deseado incluso sin la oferta de tu padre. Te quise desde la primera vez que te ví. Tu padre notó mi interés. Fue después cuando me hizo la oferta.
—Me lo dijo. Y también que pensaba que a mí me interesabas.
—Y así era.
—Cierto —corroboró ella.
—Pau necesito que seas mía toda una vida. Puedes confiar en mí. Nunca volveré a ocultarte nada.
—¿Porque me quieres?
—Sí.
—¿Igual que a tu madre?
—Exactamente.
—Tengo miedo, Pedro. Hoy comprendí que no sé ser parte de una familia. No sé cómo creer en lo bueno que sucede a mi alrededor… cómo creer que puedes quererme —le dolió esa admisión.
—Te engañas al pensar eso —afirmó él—. Se te da muy bien creer. Tuviste fe en tu padre muchos años, cuando cualquier otra persona se habría rendido. Tuviste fe en mí, o no habrías vuelto de España dispuesta a casarte conmigo. Eres una mujer llena de fe y yo soy el hombre dispuesto a demostrarte que se basa en algo real.
—¿Crees que puedes hacer eso?
—Dame una oportunidad.
Ella lo miró fijamente. No podía ser tan fácil.
—¿Hablas del final feliz de los cuentos de hadas?
—No soy ningún príncipe azul, Pau, pero creo que hablo del feliz principio de dos personas tan enamoradas que no pueden vivir la una sin la otra.
—¿No me abandonarás?
—Nunca.
—No volveré a estar sola.
—Seré tu ancla y tú mi mar. Rodeándome, surcando sobre mí, teniéndome siempre a tu lado.
—Sí te quiero, Pedro.
—Eso me dijo mamá.
—¿En serio? ¿Cuándo?
—Cuando me eché a llorar por haberte perdido.
—No hiciste eso.
—Desde luego que sí. Puedes llamarla y preguntárselo, pero después… ahora se me ocurren cosas mejores que hacer con tu boca.
Ella la había abierto para preguntarle cuándo iba a besarla.
Después de años de soledad, tenía una familia. Sintió una oleada de calidez y gratitud mientras su cerebro perdía contacto con la realidad al sentir el amoroso y provocador beso de Pedro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario