Él siseó su satisfacción, y ella gimió un poco. Era como estar siendo marcado por el fuego personal de Paula. Y se comportaba como si pudiera tocarle esa pequeña parte del cuerpo toda la noche.
—Vamos a tener que instaurar una regla nueva —comentó él con los dientes apretados. Ella lo miró, desconcertada—. Un límite de tiempo —con gentileza le quitó la mano, luego recogió su reloj de la mesita y puso el cronómetro—. Tres minutos máximos por contacto.
—¿O sea, que crees que han pasado tres minutos? —preguntó ella con mirada encendida.
—Más. Decididamente mucho más.
—¿Es mi turno, entonces?
—Sí.
—De acuerdo —respiró hondo, como preparándose para decir lo que quería—. He leído que cada parte del cuerpo puede ser una zona erógena si se toca de manera correcta—. Tócame la cara.
¿La cara?
Ella debió de percibir el asombro en su cara, por que sonrió con timidez.
—Me encanta la sensación que experimento cuando me apartas el pelo de la sien o me acaricias la mejilla. Quiero ver si más caricias me llevarán al reino de lo sensual o si hay una zona de mi cuerpo que no conduce a hacer el amor.
—Te demostraré que sí. Cierra los ojos.
Obedeció, con el cuerpo vibrando con clara expectación por el primer contacto. El lo estableció como un beso muy suave sobre la frente… luego bajó los labios con suavidad por su pómulo y a lo largo de su mandíbula. Paula se puso a temblar a los pocos segundos y, cuando comenzó a besarle los párpados con movimientos casi etéreos, Pedro tuvo la certeza de que coincidiría con él.
—Funciona —jadeó—. Y ni siquiera me has besado la boca.
—Eso habría sido demasiado fácil.
—Eres un gran competidor —gimió. Abrió los ojos despacio, como si los forzara a obedecer una orden interior—. ¿Qué es lo próximo?
El sabía claramente lo que quería.
—Tu boca en mi estómago —se echó para atrás, quedándose quieto y en silencio, esperando que lo tocara.
Ella volvió a poner a cero el cronómetro y lo miró, alargando la mano para tocarle el estómago con la caricia más leve.
Se inclinó, sin dejar de acariciarlo en ningún momento.
—Tu cuerpo me resulta asombroso… eres fuerte en todas partes. Antes de venir a buscarte, permanecí en la cama pensando en ti, en cómo me tocas, fantaseando que me besabas toda.
La fragancia de su excitación atestiguaba la veracidad de sus palabras, y Pedro tuvo que cerrar la boca para refrenar un gemido. Paula era una combinación tan maravillosa de inocencia y franca sensualidad. Lo cautivaba.
Entonces lo besó, justo debajo del ombligo, succionándolo para dejar una marca de su posesión.
Un trueno de pasión sacudió su torso y emitió un gruñido sin poder contenerse.
Le llenó de besos el estómago, sacando la lengua cada pocos segundos para probar su piel. Pedro gemía cuando el cronómetro comenzó a sonar.
Ella se incorporó con los ojos brillándole de deseo y satisfacción.
—Se acabó el tiempo.
El asintió antes de soltar:
—Ahora tú —nadie jamás lo había impactado de esa manera.
Los ojos de Paula brillaron llenos de travesura.
—Usa tu boca en algún sitio inesperado —se subió a su regazo para quedar a horcajadas sobre sus muslos, con los rizos desnudos y mojados encima de su palpitante y dura lanza—. Incluso te lo pondré más fácil.
—¿Se supone que esto me facilita las cosas? —se atragantó.
—Acceso fácil.
—¿Y si te quisiera lamer los pies?
—Eso no sería una gran sorpresa. Me refiero a que besar los pies de otra persona es lo que probarías si buscaras algo inesperado, de modo que deja de serlo. ¿Me entiendes?
Pedro rió. Estaba acostumbrado a que el sexo fuera físicamente intenso, incluso catártico pero no divertido.
—Pon el cronómetro —gruñó.
Lo hizo y luego lo tiró sobre los cojines al lado de ellos.
Entonces, él se preparó para hacer lo inesperado. Le enmarcó la cara con las manos y le besó la boca, profundizando en ella cuando Paula separó los labios con un jadeo sorprendido. La besó hasta que saltó la alarma del cronómetro y más.
Cuando se detuvo, ella lo miró, aturdida.
—No esperaba eso. Pensé que me besarías en algún lugar peculiar, como el codo o algo por el estilo.
—Lo sé.
—Eres tortuoso.
—Sí.
—Creo que eso me gusta.
El sonrió y luego gimió cuando ella se levantó lo suficiente para hacer que su ya dolorosa erección se hinchara más. Le aferró las caderas y la situó de tal manera que pudiera sentir el efecto que surtía en él.
—Quiero que te muevas contra mí.
Ella jadeó, suspiró y cerró los ojos durante un segundo.
—Eso sería tocarte ahí. Aún falta otro turno —manifestó con respiración entrecortada.
—Bien. Entonces, quiero que me toques el torso como hacías cuando me desperté antes de ir al casino.
—Eso puedo hacerlo —se irguió, forzando que el contacto fuera más íntimo—. Creo.
—Inténtalo.
Lo hizo, acariciándolo y besándolo, sin siquiera recordar volver a establecer el reloj. Los dos jadeaban cuando al final ella levantó la cabeza.
La miró y trató de recuperar la coherencia en sus pensamientos.
—Bien, ¿qué quieres que te haga?
—El amor.
—No figura en el menú —pero lo ansiaba.
Ella exhibió un mohín y tuvo que volver a besarla. Luego la tumbó sobre el sofá y se deshizo de su camisón, para poder realizar su fantasía de besarla toda.
Paula gritó al alcanzar el clímax por la increíble sensación provocada por la invasión de la lengua de Pedro de su parte más íntima. Ya lo había hecho con anterioridad, pero en esa ocasión utilizó la boca para sensibilizar cada centímetro de su cuerpo primero. Y Paula era una masa palpitante. Al menos por dentro. Por fuera, su piel sudorosa y ardiente irradiaba un placer saciado.
Pedro la alzó en brazos.
—Es hora de ir a la cama.
—¿Qué me dices de ti?
—Obtuve placer dándotelo a ti. Literalmente —la depositó sobre la cama—. Vuelvo en un minuto. He de limpiarme.
—Oh, vaya…
Apenas era coherente cuando él regresó a la cama para abrazarla.
—Fue maravilloso —ronroneó.
—Mañana, cuando pueda estar dentro de ti, lo será más.
—Puede que no sobreviva a ello.
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