viernes, 12 de junio de 2015

Un Juego De Gemelas Parte 2: Capítulo 1

—Baja la cabeza un poco a la izquierda. Así. Bien, Paula, bien.
Paula  Chaves se movió en la dirección del fotógrafo, con el ardiente sol español quemándole la piel a pesar del bronceador de elevado factor de protección que tenía debajo del brillo corporal. Pero no se quejaba. La sesión de fotos era su primera campaña importante de verdad, al igual que su primer gran contrato internacional.
Con veinticuatro años, o bien se encontraba a punto de dar el gran salto como modelo o bien comenzaba a deslizarse hacia la mediocridad. Y la mediocridad no era una opción. Llevaba en la moda desde la adolescencia y había sacrificado sueño, chocolate y vida social por la carrera elegida. Estaba decidida a triunfar.
Ayudaba tener a su madre a su lado. Viuda que la había criado sola, Alejandra Chaves era una mujer asombrosa. Se había sacrificado por su carrera y la quería lo suficiente como para recordarle cuándo hacer ejercicio y cuándo no comer… demasiado.
Llevaba tanto tiempo con una dieta baja en calorías, que hacía tiempo que ya no pasaba hambre. Alejandra se cercioraba de que la comida que ingería Paula fuera muy nutritiva. Incluso había abandonado su propia comodidad para poder contratar a un entrenador personal para su hija. Alejandra Chaves le había proporcionado lo que necesitaba para poner el cuerpo en forma perfecta para ser modelo.
El apoyo que su madre le había brindado a su sueño representaba todo para Paula  y tenía la plena intención de pagárselo con el éxito.
—Muy bien… alza el teléfono como un puño de victoria y sonríe.
Alzó el fino teléfono móvil en el aire y ofreció su sonrisa, una que su agente decía que prometía el mundo y todo lo que había en él.
A su izquierda se oyó un silbido y unos hormigueos inesperados le recorrieron la espalda y los brazos. Era como si la observara alguien con una mirada eléctrica. Lo cual era una tontería. Pero se sintió tocada. Incluso acariciada.
Esforzándose en desterrar esa extraña sensación, aumentó la intensidad de su sonrisa y el silbido volvió a oírse. Sonó bajo y sugerente. Le costó no contraer los músculos de los muslos. Jamás reaccionaba de esa manera.
Jamás.
Dejó escapar un juramento entre sus dientes perfectos al tiempo que mantenía la sonrisa para los numerosos clics de la cámara del fotógrafo. ¿Qué le pasaba?
—Un descanso —la voz sonó con autoridad y con un leve acento castellano.
El fotógrafo dio el descanso, y Paula dejó el móvil que había estado sosteniendo en una mesa cercana. Fue a ponerse una bata tenue, pero dos manos elegantes y masculinas aparecieron antes que las suyas.
Sostuvo la bata abierta para que introdujera los brazos en ella.
—Tienes que cubrirte esa piel perfecta del calor del sol —le permitió que le subiera la bata por los brazos dominada por una sensación de irrealidad. Aún ni siquiera había visto su cara y ya sentía que se hallaban íntimamente presentados. Imposible.
Y levemente aterrador.
—¿De quién fue la no tan brillante idea de trabajar en la hora más calurosa del día? —preguntó en una voz que llegó hasta los oídos del fotógrafo.
—Es la luz, señor Alfonso. Ahora es perfecta —indicó el director de la campaña con voz mucho menos autoritaria.
Por el rabillo del ojo, Paula vio que el fotógrafo desaparecía.
—¿Es que no somos civilizados? ¿Es que la siesta no requiere descanso y no trabajo en la hora más calurosa del día?
—Lo siento, señor. De haber sabido que usted quería supervisar la sesión, la habríamos preparado para una hora diferente.
El hombre que había detrás de Paula rió, un sonido cálido y exuberante, como salsa de chocolate vertiéndose sobre un helado de vainilla.
—No estoy preocupado por mí.
Ella volvió a experimentar ese extraño impulso de contraer los muslos y tuvo que obligarse a apartarse de las manos que en ese instante descansaban sobre sus hombros. ¿Cuándo había deseado prolongar el contacto de un hombre? No recordaba ni una sola vez. Los hombres eran compañeros de trabajo o asistentes en una sesión fotográfica, nada más.
Se volvió para mirar al hombre que trastocaba su equilibrio y obtuvo la primera impresión de Pedro Alfonso. Su cerebro se puso de inmediato a catalogar la información que tenía de él.
Su familia dirigía Industrias Alfonso, la casa matriz de la empresa de telefonía móvil que realizaba el anuncio para el que trabajaba. Así como su abuelo y su padre aún desempeñaban un papel activo en la dirección del negocio, los analistas coincidían en que era Pedro el responsable de la expansión que Industrias Alfonso había experimentado en los últimos cinco años.
Aparte de competir al máximo nivel en el negocio de la telefonía en Asia y en Europa, había negociado inversiones en otras empresas de alta tecnología que habían dejado enormes beneficios para el consorcio multimillonario de más de cien años de antigüedad dirigido por la familia No era el único miembro de su generación involucrado en la empresa, pero hasta el momento, el que más éxito había tenido.
Paula había averiguado lo que había podido sobre la compañía y el producto que se suponía que debía representar… como siempre que comenzaba un trabajo. Como decía su madre, no hacía daño estar preparada. Aunque tuvo la clara impresión de que nada podría haberla equipado para ver por primera vez al millonario en persona.
Las fotos que acompañaban a los artículos en los importantes periódicos económicos ni se acercaban a la esencia del hombre. Las imágenes bidimensionales jamás habían insinuado el puro magnetismo animal que irradiaba ni el poderío de su abrumadora presencia masculina.
Un metro ochenta y cinco de magnífico ejemplar, Pedro Alfonso tenía un cuerpo por el que la mayoría de los modelos varones habría sacrificado un año de sueldo para conseguir. Alto, fibroso y musculoso, llenaba su camisa y pantalones de Dolce & Gabanna como si se los hubieran hecho a medida suya. Y probablemente fuera así. Así como reconocía el corte y el estilo del diseñador, había unas diferencias sutiles que daban a entender que la ropa de ese hombre ni siquiera había sido comprada en la pasarela.
Unos ojos grises la observaban con un encendido interés atemperado por un humor que la sorprendía. El hombre le aflojaba las rodillas y, teniendo en cuenta que ella pasaba parte de su tiempo con algunos de los hombres más atractivos del planeta, era algo que no terminaba de gustarle.
Sí, sus facciones patricias y su cabello negro y ondulado eran para perder el aliento, pero había algo más. Y fue ese algo más lo que la llevó a dar otro paso atrás en el silencio incómodo que había caído después de su último comentario.
Sonrió, mostrando brevemente unos dientes blancos.
—Mi preocupación es por esta hermosa mujer cuya belleza no creo que se vea potenciada por las quemaduras de sol.
—Tenemos a Paula protegida con una crema de factor cincuenta —indicó el fotógrafo con desdén.
Alfonso entrecerró los ojos.
—Veo que usted lleva mangas largas y un sombrero. Muy sensato… mientras ella finge que habla por teléfono en poco más que tres triángulos de ropa.
—Es una modelo.
Lo que lo resumía todo. Su cuerpo era una herramienta. Para vender productos para ellos y conseguir sus sueños para ella. Así estaban las cosas y a Paula ni siquiera le importaba.
Pero, al parecer, al señor Alfonso sí. Agradeció no ser la receptora de esa peculiar mirada. El fotógrafo se aflojó el cuello de la camisa y miró en busca de ayuda al director de la campaña, quien a su vez miraba al magnate como si a su jefe le hubieran salido un par de cuernos en la cabeza.
—Es una mujer hermosa a la que haría mejor cuidando que maltratando de semejante manera si de verdad queremos usar su imagen para animar a los clientes a usar nuestros productos —se volvió hacia ella, y la mirada gélida desapareció—. Aunque aún no estoy seguro de lo que tienen en común una mujer apenas vestida y la cobertura de un teléfono móvil.
Ella rió, encantada por su manifiesto desconcierto.
—Mi cuerpo se ha usado para vender baterías de coches. Realmente no estoy segura de la conexión que existe entre ambos, pero me siento agradecida de que los anunciantes crean que hay una correlación. Y, la verdad… He hecho sesiones de fotos en el desierto de California durante el verano. Esto no es peor. Créeme.
Una sonrisa jugueteó en las comisuras de esos labios perfectos.
—Pero nosotros somos más civilizados que los californianos, ¿no?
—Si tú lo dices —había descubierto que algunos europeos veían a los estadounidenses como bárbaros.
El ladeó la cabeza.
—¿Has dicho tu cuerpo? —ella se encogió de hombros—. Sin duda eres tú quien vende los productos.
—Mi imagen, que esencialmente es mi cuerpo.
El movió la cabeza.
—No. Hay miles de mujeres realmente hermosas que podrían estar donde te encuentras tú ahora mismo; es el espíritu que hay dentro de tí el que brilla cuando sonríes como lo hacías en el momento en que llegué.
Tenía razón. Ser modelo era mucho más que exhibir partes corporales, pero pocos lo veían de esa manera. No obstante, su cuerpo seguía siendo el principal instrumento de su profesión. Lo cual no sonaba muy bien cuando pensaba en ello; no abrió la boca para manifestarlo. Sencillamente, sonrió y dijo:
—Gracias.
—La sonrisa… ¿es real? ¿O puedes activarla para otras personas igual que lo haces para la cámara?
La pregunta fue como un jarro de agua fría. Se parecía demasiado a la pregunta que últimamente la había estado atormentando. ¿Era una persona de plástico o real? A veces se sentía como un juguete a cuerda que sólo funcionaba para el fotógrafo.
—¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo por el simple placer de hacerlo? —continuó él.
—Yo… —no lo recordaba. Quizá si estuviera su madre, podría preguntárselo a ella.
Del mismo modo que era quien más la apoyaba en su carrera, su madre aún la empujaba a relajarse de vez en cuando, recordándole que la vida no se centraba en exclusiva en torno al mundo de modelo. Pero todavía no podía recordar alguna ocasión reciente en que no hubiera sido así.
Permaneció allí, sintiéndose expuesta y vulnerable. Sólo había un sitio al que huir. Detrás de la sonrisa de plástico. La exhibió.
—Mi carrera es toda la diversión que necesito. Y ahora, caballeros, si no les importa, me gustaría disfrutar de la posibilidad de beber algo antes de que se reanude la sesión.

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