—Si me disculpan —Paula se levantó y fue hacia el vestíbulo.
Durante dos horas Paula se quedó con Sofía. Mientras la niña comía, Paula soñaba con el futuro, con lo que ella y su hija podrían hacer. Serían sólo ellas dos. Paula ya había amado dos veces en su vida y no creía que fuera a existir una tercera. Pero tenía bonitos recuerdos de Pablo. ¿Cómo serían los del tiempo que pasara con Pedro? ¿Agridulces?
Paula terminó de darle el pecho y en ese momento le dio unas palmaditas en la espalda para que eructara.
Cuando Sofía se quedó dormida de nuevo, Paula siguió meciéndola entre sus brazos. Le encantaban aquellos ratos tan tranquilos, cuando Sofía era toda suya. Pronto echaría a andar, y luego se convertiría en una niña pequeña con ganas de explorar y conocer todo. Así dormida, era suave, amorosa y dulce.
Incluso después de caer la noche, Paula no se movió de la mecedora. Se balanceaba lentamente, pensando en todo lo que había pasado en esos últimos meses. Había cometido algunos errores. El primero había sido acceder a casarse con Pedro, pero el peor haberse enamorado de él. Pedro y ella eran muy diferentes y se habían criado en ambientes totalmente distintos. Aquellos lejanos veranos en la playa no compensaban esas diferencias. Jamás podrían tener una relación duradera.
—¿Paula? —dijo Pedro en voz baja desde la puerta.
—¿Qué?—contestó ella del mismo modo.
Entró en la habitación y miró a la madre con la niña en brazos. Se fijó en que tenía una mirada extraña, pero Paula no supo descifrarla.
—¿Está dormida?
—Sí.
—Ponla en la cuna y vente a la cama —le ordenó suavemente.
Como si fuera una sonámbula, Paula se levantó y puso a Sofía en la cuna. Encendió el transmisor, se lo colocó en el cinturón y se volvió para seguir a Pedro. Pronto, la oscuridad de su dormitorio los envolvió.
Pedro cerró la puerta y la estrechó entre sus brazos. La besó con ardor, con premura y exigencia. Paula se olvidó del futuro y del pasado; ese era su presente y aprovecharía cada momento. Le echó los brazos al cuello y respondió. Sus labios se amoldaban a los suyos, su lengua jugueteaba con la de él; Dulce pegó todo su cuerpo al de Pedro.
Amantes temporalmente o esposos temporalmente, nada de eso importaba; sólo la pasión que Pedro desataba en ella y que en ese momento la abrasaba.
Cuando sólo quedaban unos rescoldos, Paula se acurrucó contra el pecho de Pedro. La cabeza la apoyó sobre el hombro y la mano en el brazo. Se sentía maravillosamente. A lo mejor todo podría ir de maravilla si no salían del dormitorio.
Se puso colorada de pensar eso y cerró los ojos, quedándose dormida.
—Paula, quiero que me prometas que no te marcharás —dijo Pedro, despertándola—. Sé que estás furiosa con Roberto, pero escapar no hará que cambien las cosas. Y no tengo tiempo ni fuerzas para preocuparme de que vayas a marcharte. Venga, prométeme que te quedarás.
—¿No tienes miedo de que intente sacarle dinero a Roberto y que «me monte en el dólar»?
—En absoluto. Te conozco bien y sé que si te interesara tanto el dinero me habrías intentado sacar más a mí. Sé que no eres una persona materialista.
Conmovida por la confianza que tenía en ella, Paula se lo prometió.
—Pase lo que pase —añadió él.
—Pase lo que pase —entonces vaciló, levantó una ceja y lo miró—. ¿Qué va a pasar?
—No lo sé, pero prefiero asegurarme.
Sin darse cuenta le acarició el brazo y avanzó hasta el pecho, donde empezó a juguetear con el vello que allí tenía. Estaba en forma. ¿Cómo podía mantenerse así trabajando en la oficina todo el día? De repente se acordó de algo que había dicho Jonathan.
—¿Pedro?
—Sí.
—¿Estás dormido?
—Hecho polvo, pero aún no me he dormido. ¿Por qué?
—Quería preguntarte si te gustaría que fuéramos a navegar algún día.
Él se puso tenso.
—¿Por qué?
—Tú dijiste algo de eso hace un par de días en el jardín, y tu abuelo me ha dicho una cosa que ahora mismo acabo de recordar. ¿Tu padre era marinero?
—Diseñaba y construía barcos de vela.
—¿Has ido alguna vez en uno?
—Sólo una vez. Un socio de uno de mis negocios me invitó a su barco hace unos años. Fue una tarde divertida; me encantó.
—¡Me apuesto a que estuvo de muerte! Eso de cruzar las aguas, sin más ruido que el chapoteo de las olas golpeando el casco y el chasquido de las velas al viento.
—Lo fue. El sol caía a plomo y en una ocasión tuvimos que hacer unos virajes para llegar hasta donde él quería ir. El agua que levantaban las olas producía pequeños arco iris danzando al viento. Fue precioso y emocionante.
—Deberías comprarte un barco.
—¿Oh, tu crees?
—Sí. Deberías comprarte uno para llevarnos a mí y a Sofía a navegar; antes de que venga el otoño. Sería estupendo para hacer excursiones en familia y un pasatiempo muy entretenido para ti. El papel de pirata o bucanero te va que ni pintado.
Pedro se echó a reír.
—Lo digo totalmente en serio —protestó Paula, encantada en el fondo por oírle reírse con tantas ganas.
Deseó que lo hiciera más a menudo.
—¿Un pirata?
—Bueno, un bucanero quizá. Tu petulancia natural exige que seas un bucanero, no un pescador.
—¿Petulancia natural? —se dio la vuelta y se puso encima de ella, inmovilizándola sobre la cama—. Yo no soy engreído.
Le acarició el contorno de los labios con la punta de los dedos y le sonrió, deseando poder distinguir algo más que su silueta. Las estrellas sólo daban un poco de luz, pero no era suficiente.
—¿Arrogante quizá? —lo provocó—. ¿Mandón?
—¿Quién es la mandona? ¿No acabas de ordenarme que compre un barco?
—Sí, pero eso es para hacerte feliz.
Pedro se quedó callado. Paula lo vio escudriñándole el rostro a la mortecina luz de las estrellas.
—Soy feliz con la vida que llevo —dijo convencido.
—¿Te gustan tanto los negocios? Me da la impresión que lo único que haces es ir a trabajar y visitar a tu abuelo.
—Últimamente mi vida no es tan rutinaria como solía ser. Cuando Roberto muera las cosas cambiaran un poco.
—¿Quieres decir que pasarás más tiempo en la oficina?
—O más tiempo con mi familia.
Se quedó quieta. Claro, cuando Roberto muriera Pedro sería libre para formar una familia sin que el viejo se metiera por medio. ¿Pensaría en formarla con Fernanda? ¿Olvidaría el pasado y se casaría con la mujer a la que ya había pedido una vez en matrimonio?
—¿No tienes nada que decir?
—No —Paula volvió la cabeza, como sin fuerzas—. Estoy cansada, quiero dormir.
—Fernanda viene a cenar mañana —dijo Pedro al darse la vuelta.
Paula se quedó helada. Deseó no haberle hecho la promesa de que se quedaría. La única forma de no sufrir era marchándose. ¿Sería capaz de ver al hombre que amaba con su prometida? A lo mejor podría hacerse la enferma y quedarse así en la habitación. Sospechó que con aquella invitada de honor, la cena no sería lo mismo para Ana que con su odiosa hija política.
A la mañana siguiente Paula sacó a Sofía al jardín. Seguía haciendo un tiempo maravilloso y Paula quería aprovecharse de ello. Pedro le prometió que volvería junto a ellas en cuanto arreglara un par de asuntillos en el despacho.
Extendió una manta sobre el césped, colocó al bebé a la sombra y se echó junto a ella. Qué paz se respiraba allí. Había abundancia de flores: rosas de diferentes tonalidades, grandes arriates de margaritas, bonitos canteros de petunias moradas. Los altos eucaliptos resguardaban la zona del viento, mientras que las higueras proporcionaban sombra.
Al oír que alguien se acercaba, Paula se animó. Pedro le había dicho que no pasaría todo el día fuera y allí estaba para pasar un rato con ellas.
Al ver a Ana se sintió decepcionada. La mujer vaciló un momento al llegar al borde del césped, luego fue hasta el banco que había junto a ellas y se sentó.
Paula miró a su suegra preguntándose por qué habría ido a verla.
—Se está muy bien aquí —dijo Ana con frialdad mientras observaba a Paula acariciándole la mano a Sofía y las flores que había junto a la cabeza del bebé—. ¿Tú crees que la niña ve las flores?
No hay comentarios:
Publicar un comentario