viernes, 19 de junio de 2015

Un Juego De Gemelas Parte 2: Capítulo 29

—Primero, comeremos.
—Los dos —ella sonrió.
Pedro  asintió con los ojos llenos de calor.
Su madre y su padre mostraron mucho tacto al marcharse al trabajo y dejarlos solos, salvo por el personal doméstico y de seguridad de la mansión.
Aun así, Paula decidió que quería volver a su habitación para poder hablar sin que los interrumpieran.
En los ojos de él ardió una gran determinación, junto con un dolor constante que a ella le dio la impresión de que ya se había asentado en su corazón.
—Te amo, Paula. Quiero estar contigo.
Ella no había esperado eso. No sabía muy bien por qué no, después de todo se lo había dicho el día anterior. Pero, de algún modo, había esperado que quisiera hablar del bebé, de su ruptura, de cualquier cosa menos del supuesto amor que sentía por ella.
Movió la cabeza.
—No puedes.
—Te amo —repitió.
Paula  pronunció la única verdad que seguía importando.
—Ya no eres mío, Pedro.
—Te equivocas. Soy tuyo como tú eres mía.
—No —negó otra vez con la cabeza.
—Sí. He sido tuyo desde aquella tarde en España cuando hicimos el amor por primera vez. A pesar de mi estupidez por teléfono, no he tocado a otra mujer desde que te conozco. No he sentido el deseo. En mi corazón siempre estábamos juntos.
La sorpresa casi la atragantó. Pedro era un macho alfa hasta la médula… hablar de amor y de corazones era… bueno, tenía que serle tan ajeno como a ella el chino.
Pero a pesar de eso, se mostró determinada.
—Bueno, pero en el mío no. Rompiste conmigo porque no creíste que mereciera la pena mantenerte célibe o establecer algún compromiso. Y cuando nuestro bebé murió… cuando yo estuve a punto de morir… tú no estabas a mi lado. Si hubieras sido mío, habrías estado presente. Deja de engañarte, Pedro. No sé por qué estás tan empeñado en renovar una relación que jamás debería haber tenido lugar, pero no tiene nada que ver con un amor eterno.
—¿Estás segura de eso?
—Absolutamente.
—Y aun así, te amo.
—Tu clase de amor es mortal, Pedro. No lo quiero.
—¿Pero reconoces que es amor?
—No, sólo que lo que tú llamas amor es malo para mí —sabía que no podía volver a darle acceso a su vida porque la primera vez eso casi había representado su destrucción. En esa ocasión, quizá no sobreviviera.
Tal vez fuera irracional, pero lo asociaba tan profundamente con la muerte de su bebé como a sí misma. No lo había comprendido hasta ese momento, pero el terror era innegable. Amar a Pedro era mortal.
—No hay nada que salvar entre nosotros.
—Yo creo que sí, y te convenceré de ello —ella negó con la cabeza—. Una vez te enseñé Barcelona. ¿Querrás devolverme ese favor ahora?
—Si lo hago, ¿te marcharás? —preguntó, desesperada.
—No puedo —indicó con franqueza—. Te necesito, y creo que tú me necesitas a mí. Te demostraré que puedes volver a confiar en mí —la estudió—. Tu hermana cree que es una buena idea.
—Mi hermana cree en cuentos de hadas, pero eso es porque ahora mismo está viviendo su final feliz.
—Quizá pueda volver a convencerte de que también creas tú.
Ella se levantó y fue a su pequeño buró, donde abrió un cajón y sacó unas fotos. Se las arrojó.
Unos juramentos llenaron la quietud de la habitación cuando él las vio.
Apretó la mandíbula en un esfuerzo evidente por contenerse mientras las ojeaba. El dolor lo atravesó.
Ella deseó que volviera a maldecir. Vibraba de furia. Aunque no sabía muy bien por qué. Las fotos se las había enviado su agente a su familia cuando había perdido tanto peso. Mostraban su progresión de demasiada delgadez a extrema malnutrición. Eran el motivo por el que su familia la había estado esperando aquel aciago día en la casa de California.
—Amarte es peligroso para mí.
—Sólo cuando yo no reconocí mi amor por ti.
—Estuve a punto de morir, Pedro. Nuestro bebé murió.
—Y me culpas tanto como te culpas a ti… quizá más.
—No. Quizá. No lo sé. Sólo sé que no quiero amarte.
—No tienes elección —tuvo que frenarse para no alargar los brazos hacia ella—. Siento más que lo que soy capaz de expresar con palabras haberte hecho daño, querida, pero si he aprendido una cosa en los últimos seis meses es que el amor no se puede contener. Y por último, es algo a lo que le estoy agradecido, porque no puedo vivir feliz sin ti. Volveremos a encontrar nuestro camino juntos.
—No.
—Sí. Dame tiempo… muéstrame tu nueva casa, comparte tus días conmigo. Dame una oportunidad.
—Estoy asustada.
—Yo también —ella lo miró—. ¿Crees que después de ver esas fotos no me aterra mi ignorancia?
—No entiendo.
—Dime qué sentirías si me plantara ante un autobús y tú fueras a verme al hospital y me encontraras al borde de la muerte.
El corazón se le paró.
—¡No digas algo así!
—Exacto. Estas fotos me asustan mucho porque me muestran lo frágil que fue tu vida, lo frágil que podría volver a ser. No dejaré que eso vuelva a suceder.
—Sólo yo puedo pararlo.
—Yo te ayudaré.
Quería creerle, y ese deseo la aturdió. ¿Quería confiar en él?
—Te mostraré Boston… un poco. Sonrió al oír el límite impuesto.
—Sin sexo.
Los ojos de él se llenaron de pesar.
—De acuerdo.
Se mantuvo firme ese primer día, y el siguiente, y el posterior, pero continuó siendo… un accesorio permanente en la casa de su padre. Estaba allí para el desayuno; en la oficina, ofreciéndose a llevarla a comer; cuando volvía a casa. Compartía las cenas con su familia y trataba a sus padres con una cordialidad que contradecía cualquier animosidad existente entre ellos.
Y resultaba aterradoramente idóneo.
Le mostró Boston… o al menos un poco. La fácil camaradería entre ambos retornó cuando iban de turistas, momentos que ella esperaba con anhelo porque no la hacían pensar demasiado. No como cuando él le decía que la amaba… lo que hacía dos o tres veces al día. Y cada vez, tocaba algo de su interior que ella no quería remover. La hacía sentir cosas que creía que no volvería a experimentar.
La cuarta noche, su padre se llevó a su madre a cenar fuera y luego al cine. Esa relación avanzaba, y así como a Paula aún le resultaba desconcertante y extraño que los dos pudieran conformar una pareja, se sentía muy feliz por ellos.
Después de cenar, Pedro y ella se hallaban en el salón, conversando de todo como habían hecho en España.
—¿Cuánto tiempo te vas a quedar? —preguntó ella de repente.
—Para siempre, si es necesario.
—Bromeas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario