–Te dejaré dormir –dijo él, pero permaneció en el mismo sitio.
–Estoy despierta. Tenías razón, nunca se sabe cuándo va a suceder. Mañana podría atropellarme un autobús.
–No creo.
–Pero podría ser. ¿Quizá sea una buena idea que vivas cada día como si fuera el último?
–No he dicho eso, y no vas a morir mañana.
–Pero, si lo hiciera –lo miró con ojos entornados–, sería virgen – respiró hondo y alzó la barbilla para mirarlo fijamente–. No quiero morir virgen, Pedro.
–Me parece improbable que eso ocurra –comentó él. Pasaron los segundos y Pedrp sintió que cada vez le costaba más mantener el control–. Paula –le advirtió al ver que se levantaba del sofá–. Quédate ahí, no...
Ella no se detuvo y continuó avanzando hasta donde estaba él.
–Esto es muy mala idea. No soy el tipo de hombre...
–Sé qué tipo de hombre eres, Pedro –le dijo, sorprendida por lo calmada que parecía.
Por dentro era otra cosa. No podía creer que le estuviera diciendo todo aquello. Pedro era lo opuesto a lo que ella encontraba atractivo en un hombre. Ni siquiera le gustaba, pero se había enamorado de él.
–Soy virgen, no estúpida. Tranquilo, no voy a pedirte que te cases conmigo. No quiero tu alma ni... Solo acuéstate conmigo –se mordió el labio inferior–. Si te apetece.
«¿Apetecerme?», pensó él mientras un fuerte deseo lo invadía por dentro. En otras circunstancias se habría reído, pero ni siquiera era capaz de poner una sonrisa irónica. Estaba tenso y necesitaba toda su fuerza de voluntad para no darle lo que ella suplicaba. Aquella era la fantasía de muchos hombres, pero no la suya.
–No es una cuestión de querer o no, Paula –contestó a pesar de que la deseaba con una intensidad que no había sentido en mucho tiempo.
Paula negó con la cabeza y pestañeó.
–Está bien, olvida lo que he dicho.
Más tarde, él se convenció de que la sombra de la incertidumbre que había visto en la mirada de sus ojos azules era lo que lo había destrozado. Se imaginó con ella en la cama. La miró a los ojos, dió un paso hacia ella y la sujetó por la cadera mientras le acariciaba la mejilla. Percibió que estaba temblando.
Paula se fijó en que su mirada se oscurecía antes de que él la estrechara contra su cuerpo, demostrándole lo mucho que la deseaba.
–¿Estás segura? –si ella contestaba que no, tendría que pasar la noche bajo una ducha de agua fría.
–Completamente –susurró ella.
Arqueó el cuerpo hacia él y le rodeó el cuello con los brazos. Él deslizó las manos por su espalda y le sujetó el trasero redondeado, besándola en el cuello antes de levantarla para que sus ojos quedaran al mismo nivel. Paula empezó a respirar de forma acelerada y entrelazó las piernas alrededor de la cintura de Pedro. Su fortaleza masculina, y el hecho de que la hubiera levantado como si fuera una pluma, le resultó tremendamente excitante.
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