miércoles, 24 de junio de 2015

Amor Del Corazón: Capítulo 18

—Si tuviera un jardín como este, sacaría a Sofía todos los días —dijo Paula en voz baja, mirando a su hija, pero pendiente de Pedro.
—Anoche me dejaste sorprendido, Paula—murmuró Pedro.
—¿Cómo? —preguntó, recostándose sobre la hierba y contemplando los colores de las flores y el azul del cielo.
—Pensé que aprovecharías la oferta de Roberto de abrirle una cartilla de ahorro a Sofía.
—¿Estás loco?
Se volvió a mirarlo con perplejidad. El entreabrió los ojos; de no mirarlo bien de cerca pensaría que estaba dormido.
—Sofía no es nada de Roberto Zolezzi y yo no quiero nada de él.
—Paula, no fue Roberto el que no cuidó de que ese camión estuviera a punto; fue uno de sus empleados —dijo Pedro en voz baja.
—Todo para llenar las arcas. No creo que valga la pena sacrificar la vida de una persona por obtener mayores beneficios —dijo acalorada.
—Ni yo tampoco lo creo, ni mi abuelo. Y dudo que el encargado pensara que iba a ocurrir algo así. Fue culpable de negligencia, no de asesinato.
Paula miró hacia otro lado. El resultado era el mismo para ella y su hija: estaban solas. A veces le costaba imaginárselo, recordar el sonido de su voz, su risa contagiosa y lo buenos amigos que habían sido.
—¿Paula?
—No aceptaría nunca dinero de tu abuelo. Tampoco de ti si no lo necesitara tanto. Y pensé que casándome contigo iba a ayudarte.
—Y lo has hecho. Cualquier otra mujer hubiera aprovechado para sacar todo lo posible.
—Bueno, pues no soy cualquier otra. Y no aceptaría el dinero de tu abuelo. Además, primero le diría la verdad. Sólo he fingido porque he visto que le ha hecho una ilusión tremenda pensar que tiene una bisnieta. ¿No es ésa la razón de todo este tinglado? ¿Hacerle feliz el tiempo que le quede?
—Está muy emocionado. No dejó de hablar de ella cuando te marchaste.
—Me sorprende que tu madre no le dijera la verdad.
—Mi madre es una mujer muy egoísta, pero ama a su padre. Al ver lo contento que estaba supongo que decidió no decirle la verdad. Está dispuesta a colaborar con tal de alegrarle la poca vida que le quede.
Paula asintió con la cabeza.
—¿Por qué tienes este jardín si no lo usas? —dijo Paula, intentando cambiar de tema.
—Es bonito. A veces doy cenas de trabajo aquí; es un bonito lugar para entretener a los invitados.
—¿No tienes aficiones?
Arrancó una brizna de hierba, la hizo pedacitos y los soltó en el aire. Se estaba muy bien allí. Ellie parecía a punto de dormirse, con las flores como un halo alrededor de la cabeza.
Había una suave brisa, no se oía un ruido y a Paula le gustaba charlar con Pedro.
—No tengo aficiones —contestó.
—¿De verdad? ¿No tenías ninguna ni siquiera cuando eras un adolescente, aparte del surf?
Recordaba lo bien que se le daba eso.
—No.
—¿Si pudieras hacer cualquier cosa que quisieras, qué sería?—insistió.
Él abrió un ojo y la miró.
—Llevarte a la cama.
—Oh.
No supo lo que decir ni a dónde mirar. Con la vista fija en Sofía, luchó por deshacerse del calor que encendía sus mejillas y del deseo que sentía en su interior. Jamás había pensado que un hombre tan viril y dinámico la deseara. Tragó saliva con dificultad y buscó las palabras adecuadas, algo que pudiera disipar la tensión que había entre ellos.
Pedro sonrió.
—¿Es todo lo que tienes que decir?
—Bueno, en realidad no sé qué decir.
—Olvídalo, no debería haberlo dicho. Ahora te vas a sentir aún peor por tener que compartir la cama conmigo —murmuró.
Sabiendo que estaba interesado en ella, Paula veía la situación de otra manera; sobre todo porque ella también estaba interesada en él.
Paula se puso de pie, inclinándose para levantar al bebé. Pedro se incorporó y la miró.
—No voy a hacer nada que tú no quieras, Paula. Soy muy franco con los demás; sólo quería que lo supieras.
—Es hora de que me lleve a la niña. Se está durmiendo, será mejor que la acueste.
Pedro se levantó sin esfuerzo y cargó con el bebé. Parecía muy pequeña acurrucada contra su pecho. Paula sintió una punzada de dolor al ver lo bien que estaba su hija en brazos de Pedro.
Se volvió y miró la casa, preguntándose cómo se había metido en aquel lío. Pensó en Pedro con su hija en brazos, en sus sorprendentes palabras, en su propio deseo hacia él que no la abandonaba. Y creyó volverse loca.
Pero no podía dejar de pensar, aunque fuera en su subconsciente, que Pedro la encontraba deseable y eso le hacía sentirse bien. Por primera vez en mucho tiempo, Paula no se sentía sólo madre sino especial por sí misma.
—Pedro,  Roberto ya está despierto, si quieres ir a verlo —dijo Ana  asomada a la puerta cristalera.
—Pasaré un rato por su habitación —contestó Pedro—. Primero vamos a acostar a Sofía.
Paula miró a Ana. La mujer parecía estirada e inflexible. Y también muy sola. Se volvió a mirar a Chris, que ni siquiera había mirado a su madre, pero su expresión se había vuelto sombría. De pronto Paula sintió compasión por él. ¿Cómo se habría criado Pedro  con una madre como Ana?
—No hace falta que mimes tanto a la niña; no pasará mucho tiempo aquí —dijo Ana al ver cómo Pedro acurrucaba a la pequeña.
—Creo que nuestro estilo de vida es algo diferente al suyo —comentó Paula, con la cabeza bien alta—. Cuando la gente se hace mayor ya no puede volver a disfrutar de la niñez. Quiero que mi hija disfrute de cada momento de la suya. Ya tendrá tiempo de aprender a comportarse correctamente antes de hacerse adulta, pero ahora es el momento de mimarla y darle cariño. No es más que un bebé. No quiero que crea que es un problema o una carga para los demás, sino que sea feliz y que sepa que tiene a gente que la quiere. Y eso hay que hacerlo desde que son bebés.
Pedro la miró fijamente, con esos ojos de mirada enigmática, y Paula se preguntó qué estaría pensando.
—¿Le digo a Roberto que vas a ir? —preguntó Ana.
—Dentro de un rato voy —contestó Pedro.
Paula luchó por dejar de mirarlo, aunque la tentaba su estupendo físico. Deseaba apartarle aquel mechón de la frente y trenzar los dedos entre sus espesos cabellos. Temía que se lo notara, pero al mismo tiempo deseaba que la mirara y quizá hiciera algún comentario más sobre llevársela a la cama.
Miró a Sofía, contenta de que los bebés no supieran leer el pensamiento.
—Ay, se está espabilando. Creo que le voy a dar un baño antes de amamantarla. Le encanta el baño —dijo medio balbuceando.
Él sonrió.
—¿Quieres que te ayude?
—Pensé que ibas a ver a tu abuelo.
—Iré a decirle que volveré a verlo cuando hayamos acostado a Sofía. Quiero que me enseñes a bañarla.
—Si quieres.
A Paula le gustó que Pedro se ofreciera a estar con ellas.
El baño resultó muy divertido. A  Paula le hizo mucha gracia la expresión de Pedro al ver a Sofía patalear y chapotear en el agua. Jugó con el patito de goma de la niña, acercándoselo para que Sofía  lo tocara y luego haciendo como que se iba nadando. Era la situación ideal, pensaba Paula al verlos. Por primera vez no pensó en Pablo, sino en cómo sería si Pedro y ella compartieran su vida juntos. Podrían pasar muchas tardes como aquella, disfrutar en el jardín, bañando a los niños. ¿Los niños? ¿Si quisieran seguir casados, desearía él tener otro hijo? ¿O más de uno? ¿Qué sentiría por Sofía? Jugar un día con una niña era divertido, pero criar a la hija de otro era algo totalmente distinto.
Y no era que Pedro le hubiera dado a entender que quería seguir casado para siempre. Sólo era hasta que Roberto muriera; eso no debía olvidarlo.
—Señor Alfonso —la enfermera llamó a la puerta entreabierta y asomó la cabeza—. El señor Zolezzi dice que quiere verlo a usted y al bebé. ¿Le digo que va a ir pronto?
—Sí, en cuanto terminemos de vestirla la llevaré para que la vea.
Paula lo miró preocupada.
—¿Tú crees?
—¿Por qué no? Le hace feliz pensar que es su bisnieta y si eres capaz de seguir fingiendo, lo haremos durante un tiempo más. Es una monada; le encantará estar con ella un rato.
—Por lo menos estará limpia. ¿Puedes?
—Ven conmigo si quieres.
Paula sonrió y sacudió la cabeza.
—Oh, no, papi, creo que en esta ocasión te dejaré solo. Si quieres que se crean que es tuya, no tengo que estar permanentemente ahí. Pero ten cuidado de que no se caiga.
Pedro entrecerró los ojos y la miró.
—Dirijo una compañía donde se mueven millones de dólares; creo que puedo con un bebé durante quince minutos.
Paula se mordió el labio, intentando sofocar una sonrisa.
—Vale. Tengo total confianza en tí.
—He de reconocer que no tengo experiencia con los niños, pero creo que me las arreglaré.
—Cuando vuelvan, le daré el pecho y estará lista para irse a la cama.
Paula lo vio salir con la niña de la habitación y se sintió confusa. En los años que hacía que no lo veía se había olvidado poco a poco de él, pero lo que sentía cada vez que estaba cerca le demostraba que aquel enamoramiento de adolescente no había desaparecido del todo. ¿Podrían con el tiempo llegar a tener algo fuerte y duradero?

Pedro empujó la puerta del baño y pasó al dormitorio, con una toalla húmeda enrollada a la cintura. Después de la ducha se sentía mucho mejor; sólo le quedaba vestirse para bajar a cenar.
—Oh.
Paula entró, vacilando a la puerta, mirándolo con los ojos muy abiertos. Pedro esperó que no se le cayera la toalla y seguidamente le echó mano al nudo para sujetarla. Lo último que deseaba era asustarla. La noche anterior habían compartido la cama con él sin protestar; quizá con paciencia y cuidado podrían acabar compartiendo la cama para algo más que para dormir.
—Pasa, también es tu habitación —dijo, yendo hacia la cómoda.
A lo mejor no le era tan indiferente a Paula como parecía; podría jurar que había notado un cierto interés en su mirada.
—Puedo volver dentro de un rato.
—¿No te tienes que cambiar para la cena?

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