domingo, 14 de junio de 2015

Un Juego De Gemelas Parte 2: Capítulo 10

Sintió que se ruborizaba, pero no le prestó más atención porque era algo que no podía evitar.
—¿Las tiendas están abiertas durante la hora de la siesta?
—No, pero la siesta no empieza hasta dentro de más de una hora.
—Oh —le miró las manos sobre la mesa. ¿Reaccionaría con la misma intensidad que lo había hecho ella si le acariciaba la palma de una de ellas? Sus dedos hormigueaban con el deseo de averiguarlo.
De pronto él se puso de pie.
—Vamos.
Le dejó conducirla fuera del local, guiándola con el brazo alrededor de la cintura. El gesto le pegó el cuerpo al suyo, y no supo cómo estaría la paz mental de Pedro, pero a ella la estaba desbordando. Era incapaz de controlar por mucho más tiempo el torrente de deseos que le surcaba el cuerpo.
El ruido y las vistas de La Rambla le ofrecieron una medida exigua de alivio. Hombres de negocios vestidos de forma similar  a Pedro caminaban entre mujeres mayores, adolescentes y turistas obvios. El mercado de los pájaros estaba lleno con una cacofonía de sonidos entre el canto de las aves y el regateo de los vendedores con los clientes.
Las esculturas humanas la fascinaron e insistió en detenerse ante cada una que se encontraban para echarles una moneda, con el simple deseo de cómo la persona que había hecho un trabajo tan creíble de mantener la postura estatuaria adoptaba una nueva.
Pedro  le compró flores en uno de los puestos ella las portó con placer mientras paseaban por el largo bulevar. Cuando las tiendas comenzaron a cerrar, la llevó a beber algo a una cafetería, y luego por un corto recorrido por donde habían empezado antes en el Barrio Gótico. Estaba muy tranquilo comparado con La Rambla, pero no supo si achacarlo a la hora de la siesta.
—¿Vamos a mi piso para lo que queda de siesta?
Si lo hacían, Paula no creyó que volvieran a salir de él aquella noche, pero se dio cuenta de que estaba preparada para eso. Más que preparada. Al menos físicamente, y en ese momento, sus deseos libraban una batalla con su sentido común.
—Si es lo que quieres.
La hizo girar para mirarlo y clavó la vista en sus ojos a la sombra de la estrecha calle adoquinada.
—La cuestión, querida, es si lo quieres tú. Puedo llevarte a la suite del hotel e ir a buscarte luego para llevarte al casino.
Una parte de ella deseó que la besara y le quitara la decisión de las manos, pero una parte aun mayor realmente apreciaba el modo en que se negaba a presionarla. Si lo único que quisiera de ella fuera sexo, se preguntó si no sería más insistente para conseguirlo. No cabía duda de que la deseaba… por el modo en que esos ojos hambrientos la devoraban y la forma en que constantemente la tocaba.
Se humedeció los labios, un hábito nervioso que había creído desterrar siendo adolescente, ya que se los resecaba y le estropeaba el carmín para las sesiones.
—Quiero hacer las dos cosas… regresar a la seguridad de mi hotel durante un rato y estar contigo en tu ático para la siesta… y más.
Él le enmarcó el rostro con las manos.
—La cuestión es, ¿qué deseas más?
—¿No debería ser qué es mejor para mí?
—No hay peligro en mis brazos, Paula.
Lo había… para su corazón. Pero ese peligro llevaba flotando en el aire desde que conociera a Pedro.
—Bésame.
—Si lo hago, sabes que acabaremos en mi piso.
—Lo sé —susurró, bajando la cabeza hasta quebrar el contacto visual.
Él volvió a levantarle el mentón con el dedo.
—Sabiendo eso, ¿quieres mi beso?
Asintió, incapaz de explicarlo. Podía ser algo imprudente. Incluso necio. Pero si no corría ese riesgo, siempre desearía haberlo hecho, no le cabía ninguna duda.
El bajó la boca y le rozó los labios con gentileza. Paula cerró los ojos y sus sentidos disminuyeron ante los sonidos atenuados en el centro de la ciudad y la fragancia del cálido aire estival mezclado con los edificios antiguos.
Había esperado un ataque sensual, pero lo que recibió fue una promesa. La primera flor de la primavera, el beso del sol del verano sobre la pálida piel del invierno, una hoja escarlata flotando hacia el suelo para ser la primera alfombra esplendorosa del otoño, el primer copo de nieve en caer de la Nochebuena.
No supo cuánto duró el beso, pero cuando Pedro alzó la cabeza, ella se sintió reclamada con la promesa de un placer mucho mayor que la gratificación sexual.
Osciló hacia él, y Pedro la sostuvo con su brazo al tiempo que sacaba el teléfono móvil del bolsillo para llamar a su chofer.
El móvil de Paula sonó cuando iban de camino al ático. Lo sacó del bolso y miró el número.
—Es mi madre. Necesito contestar —con la esperanza de que no captara su voz trémula, se llevó el aparato al oído—. Hola, mamá.
—Hola, cariño… ¿qué es eso de haber conocido al hombre de tus sueños?
Le alegró que la voz de su madre no fuera de ésas que llenan el entorno incluso a través del teléfono, pero de todos modos se apartó un poco de Pedro y se llevó el aparato a la otra oreja.
—Te lo contaré luego, mamá.
Por el rabillo del ojo vio que él sacaba su móvil y comenzaba a hablar en voz baja.
—¿Estás con él ahora?
Su madre era rápida.
—Sí.
—Eso es maravilloso, cariño. ¿Cómo se llama?
—Pedro.
—Pedro… —hizo una pausa de un par de segundos—. ¿Te refieres a Pedro Alfonso? —preguntó un poco desconcertada y sorprendida.
—Sí.
—Por lo que sé de él, jamás ha tenido una relación larga.
—Ni yo.
—El ha tenido muchas más citas que tú, cariño.
Su madre sonaba preocupada. Y no había leído esa información en las revistas y periódicos financieros, o quizá si.
—Esta bien, mamá. Confía en mí.
—No me malinterpretes, me alegro de que te hayas fijado en un hombre. Durante un tiempo, me preocupó que sólo te centraras en tu carrera. Pero ¿Pedro Alfonso?
—Sí —fue lo único que dijo. No podía hablar más, no delante de él. Pero su madre y ella se entendían.
—No siempre puedes elegir el camino por el que te lleva el corazón.
—Exacto.
—Tiene que ser bastante especial para haber atravesado tu muro de indiferencia hacia los hombres.
—Decididamente.
—Me alegro, cariño. De verdad.
Así era su madre, siempre apoyándola… incluso cuando se sentía un poco aprensiva.
—Gracias, mamá. ¿Hablamos luego?
—Perfecto. ¡Diviértete!
—Te quiero, mamá.
—Yo también, Paula. Mucho.
Colgó con una sonrisa.
—Estáis muy unidas.
—Sí, desde que mi padre murió antes de que yo naciera, sólo nos hemos tenido la una a la otra.
—¿Nunca volvió a casarse?
—No. Tuvo algunas citas, pero dice que nadie la ha hecho más feliz que sus recuerdos.
—Tus padres debieron de tener un buen matrimonio.
—Según ella, fue el mejor. Merecedor de mantener intacto un recuerdo.
—Tu madre es una mujer notable.
—Lo es. Al principio no estaba segura de que me metiera en el mundo de las modelos. Intentó disuadirme, pero un día vino y me dijo que debería perseguir mis sueños, sin importar cuáles fueran. Y desde entonces no he mirado atrás. Pero siempre he estado decidida a demostrarle que no cometió un error al apoyar mis sueños.
—Es loable.
—¿Es sexy loable?
—En ti, cariño, todo es sexy.
—No vamos a abandonar tu piso esta noche, ¿verdad? —él mismo lo había dicho antes de besarla, pero empezaba a comprender con más claridad lo que eso significaba.
—¿La perspectiva te molesta?
—No. No mucho —añadió con más sinceridad.
—No tienes nada que temer. Será estupendo entre nosotros.
—Mmm… —volvió a humedecerse los labios y sus piró—. Estoy segura de que tienes razón. Sólo hay una cosa que creo que deberías saber.
—¿Qué?
Hacía tiempo que había aprendido que, en los casos de mayor importancia, lo mejor era ser directo.
—Jamás he estado con un hombre de esa manera.
El la miró fijamente, atónito.
—¿Qué dices?
—Te dije que no tenía mucha experiencia.
—No mucha no es lo mismo a ninguna.

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