La tomó del brazo antes de que pudiera irse.
—Permite que te invite a un zumo de frutas. Y mi nombre es Pedro. Úsalo.
Despidió a los otros dos hombres con un movimiento de la cabeza.
—¿Es una orden? —preguntó ella, encarándolo crispada.
Su cuerpo podía ser el instrumento de su profesión, pero si él creía que iba a encajar en el papel de juguete de las horas libres de un playboy, estaba muy equivocado.
—¿Necesita serlo? —replicó, soslayando la frialdad de su voz.
—Depende. ¿Tus empleados te llaman por tu nombre de pila?
—Algunos sí. Algunos no. Prefiero que tú lo hagas. Y, técnicamente, no eres mi empleada, sino una persona contratada para un objetivo específico. Fuera de mi jurisdicción.
—¿Tan fuera de tu jurisdicción que pediste un descanso en mitad de una buena sesión de fotos y echaste a los dos hombres ante los que sí tengo que responder, con el fin de estar a solas conmigo? —él se encogió de hombros—. No creo que nada dentro de cualquiera de tus empresas esté fuera de tu jurisdicción, Pedro… salvo yo —sonrió sin ninguna calidez—. Soy modelo, no dama de compañía.
Impertérrito, él le dedicó una sonrisa auténtica, sus ojos grises divertidos y llenos de aprobación.
—Eres una mujer hermosa a la que me gustaría llegar a conocer. ¿Qué hay de malo en ello?
—Dímelo tú.
—Estás llena de púas.
—He aprendido a estarlo.
—Toma un zumo de frutas conmigo. Decide si mi compañía te gusta lo suficiente como para cenar conmigo esta noche.
Fue a abrir la boca para rechazarlo, pero él se lo impidió con un dedo en sus labios.
—Sólo un momento de tu tiempo. Por favor. Estaba segura de que era un hombre que no empleaba esas dos palabras a menudo.
Cerró la boca.
Él dejó la mano donde la tenía.
—Tu decisión bajo ningún concepto afectará tu papel como modelo de esta campaña.
Lo miró, tratando de interpretar su sinceridad. Todos los artículos que había leído sobre él lo ponían como un hombre honesto. Y justo. Eligió creerlo.
Sin embargo, no podía caminar con el dedo de él pegado a sus labios. Tragó saliva y asintió con un movimiento seco.
El sonrió y bajó la mano.
—Bien.
La sesión se estaba llevando a cabo en una zona acordonada de la playa y la condujo a una pequeña cafetería a menos de veinte metros de allí. Ocuparon una mesa para dos, y él llamó al camarero con un movimiento arrogante de los dedos.
Pedro pidió para los dos un vaso de zumo de frutas antes de que ella pudiera pensárselo mejor y pedir una botella de agua mineral. Contando inconscientemente las calorías, llegó a la conclusión de que los electrolitos extra no le harían ningún daño y lo podría compensar cenando menos.
—¿Siempre has querido ser modelo? —preguntó él cuando el camarero se marchó.
—Sí. ¿Y tú? ¿Siempre quisiste ser un magnate de los negocios?
Pedro rió.
—Nací para eso, más o menos. Mi padre era un hombre de negocios, y su padre, antes que él. Ya conoces la historia.
—Pero has llevado el holding familiar a unas cumbres sin precedentes.
Fue el turno de él de mostrarse cauteloso.
—¿Lees las revistas de cotilleos?
—En realidad, las revistas de economía. Mi madre es asesora financiera y me crió contándome historias en las que el lobo era un hombre que vendía bonos basura y el Príncipe Azul un buen socio de inversiones. La mirada de él se tornó curiosa.
—Entonces, me sorprende que eligieras esta carrera.
—¿Por qué? Invertí en un valor personal que podía enriquecer a voluntad… mi aspecto. Me he dejado la piel para que pague dividendos y así ha sido. Es mejor inversión que muchas empresas sobre las que tendría menos control acerca de mi éxito.
—¿Los dividendos han justificado el trabajo duro? —preguntó con un tono de renuente respeto.
—Dímelo tú. ¿Tus sacrificios han valido la pena en el éxito empresarial?
—Sí. ¿Qué es una jornada laboral de veinticuatro horas con la seguridad de mi familia?
Le gustaba que pensara en términos de compromiso familiar. Ella sólo tenía a su madre, pero estaban entregadas la una a la otra. La familia era lo primero.
—Por suerte, desde que me gradué en la universidad hace dos años, ya no tengo que trabajar veinticuatro horas al día.
—¿Fuiste a la universidad?
—¿Te sorprende?
—Teniendo en cuenta la dedicación a tu carrera, sí. El tiempo y coste de tu educación habrán exigido un precio a lo que claramente es tu objetivo principal en la vida.
—Yo lo vi de esa manera, pero mi madre no. Ella siempre ha apoyado mi deseo de ser modelo, pero ninguna carrera de modelo dura para siempre, y mantenía que cuanta mejor educación tuviera, mejor podría dirigir mi carrera.
—¿Esa no es la función de un agente?
—La modelo que deje su carrera en manos de otros sólo busca una trampilla en el suelo para caer en la oscuridad.
—Eso suena a regla memorizada.
—Lo es.
Volvió a mostrar expresión de aprobación.
—Me gustas, Paula.
—Creo que tú también podrías gustarme, Pedro.
—¿Sólo lo crees?
—Soy cautelosa.
El echó la cabeza atrás y rió.
Y algo dentro de ella se derritió.
Estaba allí cuando dos horas más tarde la sesión terminó.
Había permanecido todo el tiempo, observando, haciéndole preguntas al jefe de campaña, al fotógrafo e incluso una o dos preguntas a ella. ¿El suelo estaba demasiado caliente para sus pies descalzos? No le había creído cuando le respondió que no, y el desagrado mostrado ante su supuesta incomodidad había sido evidente. Luego le había preguntado qué pensaba de la campaña publicitaria.
Ella había solicitado un descanso para beber agua con el fin de responderle. Estaba impresionada con la visión del creativo y creía que la campaña sería efectiva.
—¿Has estudiado el mercado?
—Si tu trabajo fuera representarlo, ¿tú no lo harías?
—Sí, supongo que sí. No paras de sorprenderme, Paula. Es una experiencia nueva para mí con una mujer.
—Debes pasar tiempo con las equivocadas, entonces.
—Siempre —le guiñó el ojo.
Sintió que se le paraba el corazón. Literalmente. Luego comenzó a latirle tan fuerte y deprisa, que se sintió mareada. Ese hombre era muy pernicioso para su equilibrio.
—He de volver al trabajo —musitó casi sin aliento.
—Cena conmigo esta noche.
Le había sorprendido que no insistiera antes, pero sabía cómo moverse con las mujeres. Le había brindado tiempo para pensárselo, para decidir si quería verlo un poco más. Enseguida se había percatado de que el control era importante para ella y que disponer de tiempo para tomar una decisión no le haría sentir que lo estaba perdiendo. Se dijo que debería preocuparle la percepción de él, pero se hallaba demasiado ocupada experimentando sensaciones nuevas.
Realmente le gustaba Pedro Alfonso. Llegaba al corazón de la mujer que se ocultaba detrás de la sonrisa de plástico.
Asustaba y al mismo tiempo resultaba muy estimulante.
—De acuerdo —se oyó responder con una sensación de fatalismo que también era nueva para ella—. Pero la sesión de mañana comienza al amanecer. Necesito regresar temprano a mi suite.
—Estaré encantado de asegurarme de que te acuestas pronto si es lo que quieres.
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