Gritó, pero no fue sólo por dolor. Le dolió, aunque no terriblemente, no tanto como le habían contado que podría ser. Pero junto con el dolor mínimo se presentó el increíble conocimiento de que Pedro acababa de romper su virginidad. Era de él y, al tocarla de esa manera, también él se había entregado a ella.
Mientras estuvieran juntos.
Desterró el recordatorio de las palabras que él había pronunciado.
El dedo dentro de ella se hallaba quieto, dándole tiempo a adaptarse a tenerlo dentro. Pero continuó su dulce tortura con la lengua, renovando el placer reducido por el pequeño aguijonazo de la primera penetración. Era tan agradable, tan intenso… tuvo que moverse, adelantando y retrayendo la pelvis de su boca, gimiendo al hacerlo.
Un segundo dedo se unió al primero mientras Paula presionaba contra él, haciendo que todo su cuerpo temblara con violencia por el deseo, convirtiendo los gemidos en un grito.
Pedro levantó la cabeza.
—Estás preparada para mí.
No fue una pregunta, de manera que no contestó. Tampoco habría podido responder con coherencia. Pero gimió y arqueó el cuerpo en protesta por la perdida de la intimidad del beso.
Apoyó la mano libre sobre el vientre de Paula mientras retiraba los dedos.
—Shhh… sólo vamos a intercambiar un placer. Por otro.
No supo cómo podía mantenerse tan ecuánime.
Pero hasta esos pensamientos se fragmentaron cuando subió por su cuerpo y la hizo temblar por el contacto de tanta piel desnuda. Y entonces estuvo ahí, donde se sentía vacía y necesitada… la Punta grande de esa erección contra sus labios palpitantes y mojados. La mirada gris la sostuvo con el poder de un haz de tracción cuando penetró justo en el comienzo de su abertura, sin ir más lejos.
La sensación era tan ajena a cualquier cosa que hubiera conocido hasta ese momento, que no estuvo segura de no llegar a desmayarse por el placer y la sorpresa.
—¿Todo bien? —preguntó con unas gotas de sudor en la frente.
Ella movió la cabeza y después asintió.
El apretó la mandíbula, aunque luego le dedicó una sonrisa tensa.
—¿Cuál eliges? ¿Sí o no?
—De… de acuerdo —forzó un jadeo ínfimo—. Cre… creo que estoy bien.
Los ojos de Pedro brillaron con algo salvaje y primitivo al avanzar en una campaña firme, cuidadosa pero implacable para reclamar sus profundidades inexploradas. Su cuerpo era inexperto, pero lo había excitado hasta tales cotas, que la humedad satinada le allanó el camino y la piel palpitante cedió alrededor de él.
Finalmente estuvo plenamente asentado en su interior, con las pelvis tocándose.
Ella contuvo el aliento.
Él emitió un sonido siseante.
—Eres muy estrecha, cariño.
—Creo que tú eres un poco grande —se sintió orgullosa de poder hilvanar tantas palabras.
Él rió con un sonido seductor.
—¿Crees que tenemos un problema logístico?
Ella se sentía estirada y llena… e incluso algo irritada, pero no tenía ninguna duda de que debía llenarla de esa manera. Siempre había pensado que, cuando hiciera el amor, le resultaría un poco extraño tener a otra persona dentro de ella, pero no era así… se sentía como si la completara, no como si la invadiera.
—No.
—Bien. Creo que mi paciencia está al borde del abismo. No estoy seguro de tener la fuerza de voluntad para contenerme y tranquilizarte.
Sin embargo, ella no tenía dudas. Ese hombre ya había demostrado tener una fuerza de voluntad sobrehumana. Estaba segura de que si lo hubiera necesitado, la habría tranquilizado. Pero no lo necesitaba.
Abrió los muslos un poco más en una invitación tanto arcaica como profunda.
—Estoy bien —Pedro gimió, cómo si esas palabras hubieran estallado en su interior—. Muévete… necesito que te muevas.
La risa en esa ocasión fue casi diabólica. Pero se movió… entrando y saliendo con movimientos deliberadamente lentos.
—Es tan agradable —jadeó Paula.
El echó la cabeza atrás.
—Sí lo es—confirmó.
Ella alzó la pelvis hacia los movimientos descendentes, tratando de incrementar la fricción necesitada de algo más, aunque no sabía qué. Pedro reaccionó abiertamente a sus movimientos, pero mantuvo las embestidas prolongadas y pausadas como si pretendiera que sintiera cada centímetro de la penetración.
La increíble intimidad del acto elevaba la tensión que solicitaba liberarse dentro de ella.
—Por favor, Pedro… por favor… muévete… necesito…
—A mí. Me necesitas a mí, cariño —la penetró con una embestida que hizo que pareciera que alcanzaría su corazón desde el interior—. No lo olvides.
—No lo haré. Te necesito.
El dijo algo inaudible e incrementó el ritmo hasta que se hallaron haciendo el amor al ritmo primitivo creado por el batir de los cuerpos al encontrarse.
Paula jamás había conocido algo tan maravilloso… o exótico, o poderoso… o abiertamente abrumador.
—¡Sí! ¡Oh, sí!
Lo siguió con un ritmo instintivo que pareció volverlo loco, porque le aferró las caderas y la penetró con fuerza. A ella la recorrió una tormenta de sensaciones, elevándola de manera irrevocable al nivel de un huracán. Pero cuando en esa ocasión tuvo lugar el cataclismo, no estuvo sola. Gritó, y todo su cuerpo se convulsionó en un gozo incomparable mientras Pedro se ponía rígido en sus brazos y emitía su nombre en un grito primario.
El placer fue tan intenso, que las lágrimas corrieron por sus ojos, y de sus pulmones brotó un sollozo.
El seguía con la cabeza ladeada y parecía un antiguo guerrero llamando a los cielos en su victoria.
El cuerpo de Pedro se sacudió, luego movió las caderas una vez, dos, tres veces más… cada movimiento provocando temblores secundarios de placer en ambos hasta que Paula pensó que moriría de exceso.
—Es demasiado —jadeó.
Él no contestó, simplemente bajó la cabeza con un gruñido y reclamó su boca. Fue un gesto eróticamente posesivo y casi brutal en su intensidad. Sorprendida ella se dio cuenta de que era justo lo que necesitaba, y respondió con una pasión residual que disfrutó.
Al final el beso se calmó y los movimientos se relajaron. Pedro lo concluyó con un saludo tierno en las comisuras de su boca y sus ojos cerrados, mientras los cuerpos se moldeaban en una unión que tenía que ser tanto espiritual como física.
—Paula.
Se forzó a alzar un poco los párpados.
—¿Mmm?
—Gracias.
—De nada —aunque no sabía qué le agradecía. Creía que el placer había sido satisfactoriamente mutuo.
—Me has ofrecido un regalo inconmensurable —volvió a besarla con ternura. La embargó el placer.
—No creía que los hombres siguieran viendo de esa manera la inocencia.
El sonrió y movió la cabeza.
—Hablo del regalo de tu persona y tu pasión. Elegirme como tu primer amante es otro honor que siempre atesoraré.
Y en ese momento supo que lo amaba. Completa y totalmente. Para siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario