—Tu madre me miraba como una cazadora hambrienta. Era una mujer aventurera. Sus dulces ojos, del mismo color que los tuyos, me miraban con atracción e inquietud. Quería domar al león, pero no sabía si sería posible.
—¿Eras un playboy?
—No. Como Pedro, era un hombre de negocios. Un tiburón. Había heredado dinero, pero eso no me bastaba. Sólo tenía veintiocho años cuando conocí a tu madre pero casi había duplicado la fortuna de mi padre.
—¿La querías?
—Muchísimo.
Algo crujió en el interior de Pau al oírlo. Su padre sí había amado una vez.
—¿Cómo murió? —siempre había sabido que falleció tras dar a luz, pero también hubo un accidente. Nunca había pedido detalles porque… no hablaba con su padre de esas cosas y no había nadie más a quien preguntar.
—Tuvo un accidente de coche. Muy grave. El parto se adelantó… os tuvo y entró en coma. Nunca recuperó la conciencia y murió una semana después.
—Lo siento.
—Yo también. Era una mujer maravillosa y habría sido fantástica para ti. No te crié como ella habría deseado. Les fallé a ambas… igual que le fallé a tu hermana. Batallo por cada negocio, pero fui demasiado débil para luchar contra el dolor de su pérdida.
—El fracaso no es una enfermedad terminal a no ser que uno lo permita —dijo Ana desde su silla.
—No voy a dejarme morir —Miguel levantó la cabeza y la miró—. Voy a compensar a mis hijas. De alguna manera.
—Es un sentimiento admirable —asintió Ana—. Pero no será fácil.
—Lo sé.
—Si te resulta difícil y vuelves a encerrarte en tu trabajo no tendrás otra oportunidad. Tu hija es muy autosuficiente.
—Demasiado independiente.
—¿Preferirías que fuera débil?
—No.
—Bien.
A Pau no le importó que la conversación se desarrollara sin ella. Tenía mucho que asimilar y, aunque deseaba volver a confiar en su padre, no sabía si podría. La había herido demasiadas veces, tanto de niña como de mujer. Y también la habían herido otras personas… estaba descubriendo que el dolor pasado podía ser una enorme barrera para aceptar el amor y el afecto en el presente.
Desayunaron juntos, estableciendo el patrón de los días siguientes. Pau iba al hospital por la mañana y desayunaba con su padre antes de irse a trabajar. Sabía que Ana pasaba un par de horas con él a media tarde y Pau volvía por la noche, para verlo antes de dormir. Pedro le telefoneaba a diario.
Pedro llamaba a Pau dos o tres veces al día, pero no se veían. Él trabajaba más de dieciséis horas diarias supliendo a su padre y ocupándose de su propia empresa.
En cierto sentido, Pau agradecía el respiro. Sabía que aún quería casarse con ella. Y no se sentía capaz de discutir con él en esos momentos.
Francisco seguía buscando a su hermana, pero el hombre con quien la habían visto había desaparecido del mapa y a sus agentes les estaba costando encontrarlo. Nadie parecía saber quién era la mujer misteriosa de García.
Entretanto, Pau estaba conociendo a su padre mejor que nunca. Le contaba cosas sobre su madre, sus abuelos y sobre él mismo que nunca había sabido. Día a día se acercaba más a creer que el cambio en él era permanente. Que tal vez la quería de verdad.
Pero no confiaría plenamente hasta que él volviera a la rutina y siguiera interesándose por su vida y por pasar tiempo con ella.
Salió del hospital el viernes siguiente. Pau nunca lo había visto tomarse un descanso del trabajo tan largo. El sábado pasó unas horas en la oficina, pero Pedro se aseguró de que fueran pocas y lo llevó a casa a la hora de comer.
Había quedado en almorzar con ellos dos. Pau los esperaba con mariposas en el estómago. No había visto a Pedro desde el sábado anterior.
Al verlo tuvo que luchar contra el deseo de abrazarlo. Parecía agotado, pero dirigir dos empresas multinacionales acabaría con cualquiera. No con Pedro. Parecía cansado, pero aún tan fuerte y masculino que a Pau le temblaron las piernas.
Cuando se sentaron, les sirvió un zumo que había preparado antes.
—Gracias, cariño —dijo su padre.
—De nada. ¿Cómo te fue el trabajo?
—Pedro ha hecho un trabajo excelente y todo está en orden. No había mucho que hacer.
—Suficiente para pasar allí cuatro horas —dijo ella con una sonrisa irónica.
—Tuvo que comprobarlo todo —Pedro, sentado a su lado, le guiñó un ojo—. Para asegurarse de que no había cometido ningún error terrible.
—Bobadas. Sabía que lo habías manejado todo a la perfección, Pedro, pero hay cosas que uno no puede delegar, por bueno que sea el sustituto.
—¿Cómo estás? —le preguntó Pau a Pedro.
—Esa pregunta deberías hacérsela a tu padre, ¿no?
—Papá tiene mejor aspecto que en años, tú, en cambio, tienes aspecto de cansado.
—Ha sido una semana muy larga, pero he sobrevivido.
—Necesitas descansar más, Pedro.
Él encogió los hombros.
—No pensarás volver a la oficina después de comer, ¿verdad? —ella frunció el ceño.
—Hay algunas cosas pendientes.
—Que esperen.
Los ojos oscuros de él se ensancharon. El padre de Pau soltó una carcajada.
—Se está poniendo mandona. Debe ser buena señal. En su madre indicaba que se sentía posesiva respecto a mí.
—Aunque ya no estemos saliendo juntos, sigo considerando a Pedro un amigo —Pau se sonrojó—. No me siento posesiva, pero me importa. Como amigo.
Era mentira. Sí se sentía posesiva, pero admitirlo implicaría que él tenía derechos sobre ella. Lo amaba y se había dado cuenta de que el amor tardaba mucho en morir. El suyo estaba golpeado y sangrante, pero muy vivo. Ambos hombres la miraron con curiosidad.
—No volvería a la oficina si accedieras a pasar la tarde conmigo —dijo Pedro.
—Tengo cosas que hacer.
—¿Qué cosas?—preguntó su padre.
—Espero una llamada de Francisco sobre la búsqueda de mi hermana. Tengo que hacer la colada y limpiar mi piso. No he estado mucho en casa últimamente.
—Podría ayudarte a hacer la colada.
—Me lo imagino —ella soltó una carcajada.
—Mi madre y yo no teníamos mucho dinero cuando llegamos a América. Sé separar y doblar ropa como un profesional, te lo aseguro.
—No creo que sea buena idea —pensar en tenerlo en su casa varias horas la aterrorizaba.
—Tenemos que hablar, Pau—Pedro puso la mano sobre su muslo.
—No quiero hablar —admitió ella en voz baja, deseando que su padre no estuviera allí, oyendo la conversación.
—Por favor, Pau… —suplicó él.
—No quiero que me hagan más daño, Pedro. Por favor, no me presiones.
Odió decirlo delante de su padre, pero ambos hombres sabían que la habían herido. Se preguntó si sabían hasta qué punto. Estaba retomando la relación con su padre, pero no sabía si podría darle a Pedro otra oportunidad. No tras saber que no era más que un peón en su negocio.
—No te presionaré ahora, pethi mou —suspiró él. Se preguntó si había notado el énfasis en el «ahora». Ella no podía saber lo frágil que parecía. Necesitaba descansar tanto como él. Pero pronto Pau y él hablarían de su relación y ella le daría otra oportunidad. Era demasiado buena y generosa para no hacerlo.
Además, había dicho que lo amaba. Si fuera capaz de poner fin a sus emociones, habría dejado de querer a su padre muchos años antes. No lo había hecho y eso daba esperanzas a Pedro.
Ya lo podria perdonar a Pedro no ?
ResponderEliminarAyyyyyyy, ya quiero leer la reocnciliación x favor y que sea pronto!!!!!!!!!!!
ResponderEliminarMuy buenos capítulos!!!! Al final el padre se dio cuenta de sus errores y Pedro de los suyos y están arrepentidos! quiero que se reconcilien!
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