Supuso que las mujeres de su círculo no tomaban el autobús.
—Bien. Si de verdad quieres poner un coche y un chofer a mi disposición, ¿quién soy yo para rechazarlo?
—Exacto —le acarició la mejilla—. Bueno, ¿tienes una lista de lugares que quieras visitar?
—Sí, he traído los folletos turísticos —los sacó del bolso grande—. He venido preparada.
—Bien —sonrió y tomó las brillantes publicidades—. Ahora tenemos tiempo de visitar éstos. Tardaremos un poco en llegar a nuestro destino con el tráfico del mediodía.
—¿Adónde iremos a comer?
—He pensado que te gustaría comer en el Barrio Gótico. Es un lugar interesante Y está cerca de La Rambla.
—¡Perfecto!
—Caminar por La Rambla es experimentar una parte del verdadero corazón de Barcelona.
También esperaba ver algunos ejemplos de la obra de Antoni Gaudí.
—Desde luego, vale la pena ver los diseños del arquitecto. Mañana te llevaré al Parque Güell. El reborde que sirve como un banco y ondula como una serpiente es digno de verse, pero creo que hoy nos vamos a concentrar en el Barrio Gótico y en La Rambla. Esta noche me gustaría llevarte al casino.
—Suena maravilloso —le encantó que se tomara en serio el papel autoimpuesto de ser su guía turístico.
—Me he arreglado el día de mañana para dedicártelo a ti por completo, igual que el fin de semana, pero el lunes he de trabajar.
—Vaya.
—¿Vaya?
—Que hayas despejado tu agenda por mí.
—Nuestro tiempo juntos es limitado. Quiero aprovecharlo al máximo.
Ella sintió una oleada de calidez.
—Probablemente, éste es un buen momento para decirte que he cancelado un par de trabajos menores para poder extender una semana mi estancia en Barcelona.
La mirada gris de Pedro reflejó una satisfacción complacida.
—Me alegro mucho.
—Yo también.
El local que eligió para el almuerzo había optado por la decoración predominante en el Barrio Gótico.
Las sillas de compleja talla de madera oscura y con cojines rojos de terciopelo podrían haber sido creadas en la edad media. Su mesa tenía pequeñas cabezas de leones talladas en los cuatro rincones de la pesada encimera y gárgolas en las patas. Pero el menú era moderno.
Así y todo, sabía muy bien que no podía ceder a las exquisiteces que ofrecía. Pidió una ensalada con pechuga de pollo asada y agua mineral con gas.
Pedro enarcó las cejas al oír el pedido.
—¿No quieres probar la comida local?
—No puedo permitirme ese lujo.
—¿En qué sentido?
—He de llevar una estricta ingestión de calorías para mantener mi figura en máxima condición.
—Seguro que de vez en cuando puedes permitirte un placer gastronómico.
—Si, pero los elijo con sumo cuidado —sonrió—. Hace tiempo aprendí a disfrutar del entorno, aparte de la comida, cuando voy a un restaurante. Para mí representa el combustible de mi cuerpo, que hay que medir y tomar en los momentos apropiados.
—¿Qué te gusta?
—La atmósfera de este restaurante. Me encantan sus colores y texturas. Son un festín para mis ojos. Mi estómago no necesita uno. La compañía. Me siento feliz de estar aquí contigo.
—He conocido a muchas mujeres que cuidaban sus figuras, pero a ninguna que viera la comida como lo haces tú. Siempre parecen lamentar lo que creen que no pueden tener.
También ella lo había notado al comienzo de su carrera, y se había negado a caer en esa trampa en la comida o su deseo se convertía en un elemento controlador en su vida.
—Sería una pérdida de tiempo. Estoy mucho mejor adaptándome a una dieta limitada y eliminando el posible daño que la fascinación por la comida podría infligirle a mi carrera.
La miró, asombrado.
—Realmente eres obstinada.
—Te lo dije.
Alargó el brazo y le acarició el dorso de la mano.
—También eres muy inteligente.
—Gracias.
No había nada especialmente sensual en el modo en que la tocaba; sin embargo, Paula lo sintió en un plano muy íntimo. Bien podría haber estado acariciándole el pecho por el modo en que reaccionó su cuerpo.
Jamás se había considerado una mujer sexual. De hecho, si alguien se lo hubiera preguntado antes de haber conocido a Pedro, habría respondido que se consideraba a sí misma fría. Nunca había querido las cosas que quería con él, nunca había respondido a los contactos abiertamente sexuales del modo en que reaccionaba a las caricias más inocentes de manos de Pedro.
—Tienes una piel tan suave.
—¿Por eso me tocas tanto? —preguntó, tratando de controlar su respiración. Esa caricia no era tan inocente. De hecho, la sentía hasta su mismo núcleo.
—En parte.
—¿Y cuál es la otra parte?
—Te deseo. No te tendré… aún… de modo que mitigo el anhelo… parcialmente… con el contacto.
—¿Me
anhelas?
—¿Tú no?
—Pero anoche no insististe y hoy… mmm… hoy viniste preparado para llevarme directamente a almorzar —se preguntó si la palma de su mano sería una zona erógena.
Ese contacto insidioso continuó, mientras los ojos de él la acariciaban con igual intimidad.
—Como estoy seguro de que sabes, la expectación potencia el placer, de modo que la espera es más que merecedora del resultado que se prevé.
—¿Estás postergando el momento de hacer el amor a propósito? —preguntó, jadeante y un poco confusa.
Había oído alusiones de ese tipo, pero no había esperado que ella misma llegaría a emplear la técnica. No era la persona más paciente que conocía y tampoco lo habría catalogado a él como tal.
—¿Tú no?
Vaya. ¿Creía que se dedicaba a sofisticados juegos sexuales? Si supiera…
—Quiero llegar a conocerte mejor. De verdad, eso es todo.
—Respeto eso, pero tampoco niego los beneficios adicionales de la espera.
—Yo…
—No encuentras palabras —sonrió—. Es encantador.
—¿Lo es? —a ella le parecía más bien torpe.
—Sí, lograr que respondas con tanta inocencia cuando en realidad eres una mujer muy sofisticada resulta intensamente atractivo, pero sospecho que es algo que ya sabes.
—Mmm… no… de verdad. No estoy segura de ser sofisticada como, tú piensas que soy.
—El mundo en el que trabajas no deja a la inocencia intacta durante mucho tiempo.
No en un plano intelectual, pero hay otras clases de inocencia. Personalmente, no tengo mucha experiencia con los hombres —no le gustaba mucho reconocerlo, pero se sintió impulsada a ello.
El la observo largo rato.
—¿Sabes? Te creo. Eso me resulta más atractivo que lo que habría sospechado.
—¿Sí?
—Sí.
—¿Y te sorprende?
—No tengo por costumbre salir con mujeres inexpertas. Existen demasiadas oportunidades para los malentendidos en semejante relación.
—Pero nosotros somos diferentes —él mismo lo había dicho el día anterior.
—Sí, muchas cosas en nuestra relación son diferentes para mí.
El placer que subía por su brazo y bajaba hasta el centro de su feminidad le estaba dificultando pensar.
—Eres letal, lo sabes, ¿verdad?
—Me sentiría muy decepcionado si me vieras de cualquier otro modo.
Ella contuvo una risa, pero lo que realmente quería hacer era llamar al chofer y atacar el cuerpo de Pedro en el asiento de atrás del coche. Agradeció que hubieran dejado el hotel. La simple supervivencia la llevó a apartar la mano y a resguardarla en su regazo.
El resto del almuerzo le resultó un estudio en autocontrol. Le costó mantener su parte de la conversación mientras veía cómo se movían los labios de Pedro al hablar y avivaban fantasías que la hacían palpitar en lugares embarazosos.
No dejaba de olvidarse de comer, más interesada en observar el juego de la luz suave sobre sus facciones aquilinas. Resultaba especialmente fascinante el modo en que movía el cuerpo cuando gesticulaba o reía.
—Si no paras de mirarme de esa manera, no vamos a llegar a La Rambla esta tarde.
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