La mujer no parecía pensar que la visita perjudicara al paciente.
—¿Qué has dicho? Habla más alto —le ordenó Roberto.
—Que me alegro de haber conocido al resto de la familia —dijo en voz alta.
—Me apuesto a que sí, pero no tanto como de haber pescado a Pedro.
—Pedro me pidió que me casara con él, no al contrario —dijo con tranquilidad.
—¿Cómo te encuentras hoy? —le preguntó Pedro, haciendo que Paula se hiciera a un lado y colocando una de las sillas más cerca—. ¿Te apetece que te cuente lo del trato con Blackman?
—Por supuesto. Hoy mismo le he dicho a tu madre que a final de mes pienso volver al despacho. Hoy me siento casi bien ya, ¿verdad enfermera?
—Eso me ha dicho, señor —contestó con soltura—. Les dejaré a solas para que hablen más a gusto. Llamen al timbre si necesitan algo.
—Yo también los dejo —dijo Paula en voz baja.
Pedro se volvió para pedirle que se quedara, pero ya estaba casi junto a la puerta. Vaciló y se volvió hacia su abuelo, sorprendido de que lo mirara con tanta perspicacia.
—Es monísima tu esposa. ¿Ha venido a quedarse o es una visita relámpago? —preguntó el anciano.
—Ha venido a quedarse.
Por un instante Pedro deseó que fuera verdad.
—Dile que suba a verme mañana. Quiero conocer a esta esposa tuya.
—Se pasará a verte, estoy seguro —dijo Pedro, preguntándose si Paula querría hacerlo.
Al menos no le había dicho nada a su abuelo por la muerte de su esposo; de su primer esposo. Por un momento, Pedro se sintió extrañamente desorientado, casi como si estuviera celoso. No había conocido a Pablo Martínez, pero envidiaba el amor que Paula sentía por él. ¿Encontraría algún día a alguien que lo amara así?
—Mi Magda era rubia —dijo Roberto con nostalgia.
—¿La abuela?
Pedro la recordaba vagamente. Ella había muerto cuando él era aún pequeño, pero recordaba que tenía el pelo canoso, no rubio.
—Sí, rubia como el trigo y el pelo le brillaba mucho al sol. Era suave como el algodón y siempre olía a limpio. Me encantaba agarrarlo con las dos manos y hundir la cara en él. Dios mío, cómo la echo de menos. No he vuelto a encontrar a otra como ella.
—Todos la echamos de menos cuando murió.
—Sí, sé que Ana se quedó muy triste. Además, fue pocos años después de que ese despreciable marido la abandonara. Somos iguales, ¿no? Jamás hemos vuelto a encontrar otra pareja. Tuvo a muchos hombres detrás, pero era obstinada, tanto como tú. ¿Amas a esa chica, Pedro? —preguntó con severidad.
—¿Por qué si no te habría desobedecido? —contestó, eludiendo el tema.
—Espero que encuentres con ella la misma felicidad que tu abuela y yo encontramos juntos. Estar aquí tumbado día tras día le hace a uno a pensar —su voz se fue apagando.
Pasaron unos segundos. Entonces pareció recordar que Pedro estaba en la habitación.
—Cuéntame lo del trato que estás tramando con Blackman. Tienes que vigilarlo, es un tipo sospechoso.
Pedro se quedó sentado junto a su abuelo hasta que el anciano se quedó dormido. Allí sentado recordó la conversación que había tenido lugar durante la cena y lo que había sentido cuando Paula le dijo la razón por la que había consentido formar parte de ese engaño: el. Hacía años que nadie hacía nada por el. Normalmente la gente iba a pedirle cosas. Tenía dinero, con lo cual los amigos no vacilaban en pedirle préstamos, que nunca devolvían. Tenía poder en el sector industrial y cada día recibía llamadas de personas que le pedían favores, que normalmente tampoco devolvían. Hacía cuanto tiempo que alguien no hacía algo por él.
No entendía a Paula. No era como las jóvenes que conocía. La moda no le preocupaba y parecía que el dinero tampoco demasiado, además, se mostraba tremendamente independiente queriendo hacerlo todo ella y a su manera. Quizás había sido una buena idea salir de su circulo de amistades para buscar a alguien con quién casarse. Pero su matrimonio era solo temporal y cuando llegara el momento, Paula obtendría la anulación y seguiría su camino. Pasado eso, si quería casarse, tendría que empezar a buscar esposa.
Pedro fue hacia la lámpara y bajó la luz. Luego arropo con cuidado al hombre que había sido como un padre para el.
A pesar de la siestecilla que se había echado en casa de Paula, estaba cansadísimo.
Al pasar por la habitación de la niña, Pedro retrocedió y asomo la cabeza, aun no conocía a la hija de Paula. La tenue luz de la lámpara iluminaba el dormitorio. Paula estaba en la mecedora leyendo un libro. En la cuna, tumbada boca abajo, había un bebé. Pedro entró sin hacer ruido. Asintió con la cabeza mirando a Paula, pero fue directamente hacia la cuna. Miro a la pequeña y sonrió aunque estaba casi completamente tapada con la manta. Solo se veían unos finos rizos dorados, un moflete rosado y un parpado rematado por largas pestañas.
—Es muy linda —dijo en voz baja.
—Puedes hablar en un tono normal, no se despertará —dijo Paula.
Se puso de pie, dejo el libro en el suelo y se acerco a la cuna. Miro a Sofía un instante e inmediatamente se volvió hacia Pedro.
—Ah, por cierto, esta habitación es preciosa. Muchas gracias.
—Gracias a ti por venir, Paula. Ha servido ya de mucha ayuda. Esta noche Roberto me ha hablado de mi abuela por primera vez desde que murió. No recuerdo que hablara nunca de ella. La quería mucho.
—Entonces la echara de menos todos los días.
—No he conocido más padre que a Roberto. Mi padre biológico se marcho poco antes de nacer yo.
—Supongo que lo querrás mucho.
—No me puedo creer que se este muriendo.
Paula le dio la mano y se la apretó para consolarlo.
—Pero ha estado mucho tiempo junto a ti. Y sabrás que al final lo complaciste. Haremos como si este fuera el matrimonio mas feliz del planeta y el morirá pensando que su nieto es dichoso. Eso es seguramente lo único que desea.
Pedro apoyo la mano sin soltarse de Paula sobre el borde de la cuna y se quedo mirando el bebé. Era una preciosidad. De repente le entraron ganas de verla despierta, de saber de que color tenía los ojos. ¿Tendría una sonrisa como la de Paula? ¿Sabría ya darse la vuelta? ¿Mantenerse sentada? No entendía nada de bebes, pero no le importaría aprender.
Muy despacio fue consciente de la mujer que estaba de pie a su lado. Le llegaba a la altura de la barbilla. Si se inclinaba a besarla no tendría que inclinarse demasiado. Era esbelta aunque tenía curvas en los lugares apropiados. Mientras le acariciaba la sedosa piel con el pulgar se preguntó si el resto de su cuerpo sería igual de suave.
—¿Donde esta el anillo de bodas que te compré? —pregunto mirándole la mano.
—Me quedo demasiado grande cuando empecé a perder peso, no hacía más que caérseme.
Se sacó la cadena de debajo del vestido y Pedro vio colgando de ella la alianza.
—Podrías haberlo llevado a que te lo acortaran —dijo, tocándolo con delicadeza.
El anillo conservaba aun el calor de su cuerpo.
—Supongo que si, pero en realidad no pensaba que nuestro matrimonio fuera real.
—Es tan legal como cualquier matrimonio —murmuró, deslizando el anillo de un lado a otro de la cadena.
Paula se encogió de hombros, hipnotizada porque le estaba frotando suavemente el anillo contra la barbilla y con la otra mano le agarraba la suya.
No había llevado el anillo a arreglar, pero aun así lo llevaba puesto. ¿Lo habría hecho por lealtad? Pedro no le preguntó la razón; era suficiente que lo llevara.
—Pedro.
—¿Sí? —dejó de juguetear con el anillo—. Dame el anillo y yo me ocuparé de que lo ajusten a tu medida.
—Mirta ha colocado mis cosas en tu dormitorio —le dijo Paula.
—¿Y bien?
Abrió el cierre de la cadena y se guardó el anillo.
—¿Entonces dónde se supone que voy a dormir?
Ella miró a los ojos y vio el recelo reflejado allí. Sonrió lentamente.
—Con tu marido, por supuesto. Ven conmigo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario