jueves, 18 de junio de 2015

Un Juego De Gemelas Parte 2: Capítulo 25

Los siguientes dos meses no fueron fáciles. Tuvo que obligarse a comer con la misma determinación que una vez empleara para no hacerlo por el bien de su carrera. Los días se tornaron difíciles y las noches mucho más largas.
Había dejado de soñar.
Pedro volvió a llamar. En esa ocasión ni se molestó en hablar. Simplemente, colgó.
Seguía sin sentir, pero su delgadez esquelética empezaba a desaparecer, y se esforzó al máximo en ofrecer un semblante sonriente cuando estaba con su familia. El día que su agente la llamó con el primer trabajo en semanas, se dio cuenta de que ya no quería ser modelo.
Fue a trabajar con su padre y se trasladó a la mansión de él, lo que pareció hacer más felices a quienes la rodeaban. Y eso era lo único que ya importaba.
Pedro se sentía como en el infierno.
Había pasado veinte de las últimas cuarenta y ocho horas viajando, y hacía aún más tiempo que no dormía. Los últimos seis meses habían sido los más sombríos de su vida. El proyecto marchaba bien, pero echaba de menos a Paula como a un miembro amputado. Y ella no quería saber nada de él.
Había cometido un error monumental al romper con ella por teléfono… o, más bien, al romper con ella, punto.
Si le había preocupado no ser justo con ella y no poder guardarle fidelidad, por primera vez en su vida adulta había mantenido un celibato completo durante seis meses. Ninguna de las mujeres hermosas que había en Praga tenía la capacidad de llegarle al corazón y de poner su libido en órbita con una simple mirada.
Para un hombre que rara vez se equivocaba, había llevado a cabo un trabajo espectacular estropeando las cosas.
Cuando ella le colgó sin siquiera ofrecerle la cortesía de hablarle, comprendió que no trataba con una mujer enfadada, sino con una sumida en un gran dolor. Y se sintió muy mal al saber que era por su culpa. Quizá estaría mejor sin un canalla egoísta como él.
Se convenció de eso dos meses más. Hasta que recibió el informe semanal de su investigador privado. La necesitaba, y como ella se negaba a tener algo que ver con él, recibía copias de todos sus trabajos y veía una y otra vez la publicidad televisiva que había hecho, hasta que se sintió como un acosador.
Al recibir el informe de que ya no trabajaba como modelo y de que había cancelado el contrato con su agente supo que algo andaba muy mal y tomó la determinación de averiguar qué era y solucionarlo.
Si podía.
Agradecido y casi tambaleándose entró en su habitación del hotel en California. Dormiría y, al día siguiente, iría a ver a Paula.
En ese momento sonó su teléfono móvil y, al ver que se trataba de su investigador, contestó.
—Aquí Alfonso.
El investigador habló en un catalán veloz que a Pedro no le costó entender.
—¿Paula vive con su madre en la casa de Miguel Schulz? ¿Y trabaja para él? ¿De qué?
No supo qué lo desconcertó más, si el hecho de que Paula se hubiera ido a vivir lejos de su querida playa, que viviera con un hombre lo bastante mayor como para ser su padre o que trabajara para él. Pero la siguiente revelación del investigador lo mareó.
La hija de Miguel Schulz era casi una imagen exacta de Paula Chaves. El investigador había descubierto que éste había tenido hijas gemelas y que una de ellas había desaparecido del hospital menos de una semana después de nacer. Sólo cabía sacar una conclusión. Paula era la hija de Miguel Schulz.
No supo dónde encajaba en ese extraño cuadro la madre de Paula, pero el hecho de que también ella estuviera viviendo en la casa de Schulz, indicaba algo.
Estuvo tentado de ordenar un vuelo inmediato a la Costa Este, pero prevaleció el sentido común. Si él se hallaba exhausto, su piloto también lo estaría. Necesitaba dormir antes de ver a Paula y tiempo parar asimilar esa información nueva.
Delfina sonreía y charlaba con su padre cuando Paula entró en el salón, pero su hermana se levantó de un saltó y corrió a abrazarla.
Ella le devolvió el abrazo, con cuidado de no apartarse demasiado pronto.
Delfina no le solté los brazos al echarse para atrás y estudiarla detenidamente.
—Se te ve muy bien.
—Gracias. A tí también —Delfina no vestía tan a la moda como ella, pero siempre estaba bien, y esa noche no era una excepción.
—¿Te gusta tu nuevo trabajo?
—Sí, incluso más que lo que esperaba, pero la fascinación de mamá por los detalles financieros se perdió en algún punto del camino.
—Y se le da muy bien —intervino su madre con calor en la voz.
—Eso me dice su supervisor —dijo su padre con una sonrisa y un ligero achuchón con un brazo a su madre.
Al trasladarse a Boston, había visto que la fascinación de su madre por su padre era mucho más personal. Se alegraba por ella, aunque el júbilo no le llegara al alma. Su cerebro le decía que era algo bueno, y si su corazón pudiera sentir algo, estaría feliz.
—Todo está bien —añadió Hernán, completando la ronda de aprobación por su nuevo trabajo.
Al principio se había sentido un poco aturdida cuando nadie puso objeción a su decisión de no trabajar como modelo. Luego había comprendido, por un par de cosas que habían comentado su madre y su hermana, que en parte culpaban a su carrera por haber estado a punto de morir por su mala alimentación.
También culpaban a Pedro, y a la tensión de haber descubierto que había sido secuestrada siendo bebé. Su madre aún se sentía culpable, sin importar lo que Paula le decía. Odiaba eso, pero no podía admitir la verdad. Que su incapacidad de comer era culpa exclusiva suya… era ella quien había matado al bebé.
Pero no podía reconocerles eso.
Si se permitía sentir, el dolor y la culpabilidad la abrumarían.
Delfina volvía a mirarla con preocupación, y se dio cuenta de que había dejado que su fachada cayera momentáneamente. La estaba recuperando y proyectando calidez con los ojos cuando sonó el timbre. Segundos más tarde, el ama de llaves de su padre condujo a Pedro Alfonso al salón.
Se lo veía demacrado. Con ojeras, más delgado y con tensión y fatiga visibles. Aun así, seguía siendo el hombre más atractivo que jamás había visto.
Se preguntó si no debería odiar su mera presencia. Pero no era así… sólo los sentimientos que querían atravesar las barreras que había erigido.
El soslayó a todos los presentes allí y se centró completamente en ella.
—Querida, tenemos que hablar.
El mundo se ensombreció en la periferia de la percepción de Paula. Se mareó.
El fue rápidamente a su lado con los brazos extendidos.
La oscuridad descendió sobre ella como un manto bienvenido.
Cuando abrió los ojos, Pedro estaba allí.
—Vete.
—No.
Lo miró, furiosa.
—No quiero verte.
—Sí que quieres. Lo estropeé todo. Necesito arreglarlo. Nos necesitamos el uno al otro.
Se sentó y se dio cuenta de que se hallaba en su cama.
—No te necesito. ¡Vete!
Un jadeo junto a ella hizo que girara la cabeza. Su hermana estaba al lado de la cama; Hernán se encontraba detrás, con una mano en el hombro de ella. Su madre estaba justo detrás de Pedro, con aspecto tan asombrado como se sentía Paula.

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