—Ah —dijo Roberto con cara de satisfacción—. ¿Que tiempo tiene?
—Va a cumplir cuatro meses.
—No esta demasiado grande, ¿verdad? Pedro es muy alto.
Paula se encogió de hombros. Coloco a la niña de frente para que Roberto pudiera verla mejor.
—Ten cuidado de ella. Asegúrate de que Mirta y los demás quitan unas cuantas cosas de la casa, hay demasiadas para el bebé y no me gustaría que se hiciera daño.
Paula lo miro un instante, deseando que hubiera mostrado el mismo interés por el equipamiento de su empresa. Asintió con la cabeza, sabiendo que no estarían allí tanto tiempo como para que la niña hiciera ese tipo de travesuras. Sintió compasión del pobre viejo. Paula se había sentido furiosa hacia él por lo de su esposo, pero desearle algo malo a Roberto no iba a devolvérselo.
—Lo haré —dijo tranquilamente.
Se levanto y salió de la habitación.
Pedro llegó al rellano del piso de arriba y se quedó mirando a la habitación de su abuelo, en ese momento la enfermera Spencer salía, cerrando la puerta al hacerlo.
—¿Esta dormido?
—Oh, me ha asustado, señor. Sí, acaba de dormirse.
—¿Qué tal está hoy?
—Más o menos igual. La visita de su hija le ha animado bastante —dijo la enfermera—. Iba a darme una vuelta por el jardín.
—Hoy hace muy buen tiempo —dijo Pedro despacio, sorprendido por lo que le acababa de decir la mujer.
Se volvió y miró hacia el otro extremo del pasillo. Su hija, ¿eh? ¿Por que había llevado Paula a la niña para que Roberto la viera? Inmediatamente Pedro consideró la situación desde diferentes puntos de vista. ¿Quería sacarle dinero a Roberto? Pedro abrió la puerta del dormitorio de Sofía. La niña estaba profundamente dormida en la cuna, la revista que Paula había estado leyendo el día anterior seguía sobre la mecedora.
Fue hacia su habitación. La noche anterior había aguantado todo lo posible despierto hasta que se quedo dormido sobre la mesa de despacho. Al llegar al dormitorio vio que la cama estaba vacía. Primero pensó que estaba en otra habitación, pero enseguida vio el rebujo de mantas en el suelo y que Paula estaba totalmente dormida. Medio enfadado medio divertido, la llevo en brazos hasta la cama, era lo suficientemente grande para no tener que tocarse mientras dormían.
Al menos eso había creído en un principio. Sus rizados cabellos color oro viejo le enmarcaban el rostro a la pálida luz de la lámpara. Allí tumbada en su cama, le pareció joven y confiada, aunque no sabia como habría reaccionado de haberse despertado.
Le sorprendió lo que sintió al despertarse y verla junto a él. Aunque saliera con alguna mujer, normalmente no pasaba la noche con nadie. Estuvo un buen rato mirándola y deseo estrecharla entre sus brazos y besarla. Maldijo los años en que los que ella iba detrás de el y el no le había hecho ni caso. En esos momentos estaba aun más guapa que en la playa, cuando era una linda chiquilla.
Al ver el dormitorio vacío, Pedro siguió por el pasillo medio sonriendo al recordar la cara de sorpresa de Paula al darle el beso esa mañana. Había oído a Mirta y quería dar la imagen de un matrimonio feliz. Pero le salió el tiro por la culata, pues empezaba a preguntarse como sería besarla porque ambos lo desearan, no por hacer el número. Paula era suave, dulce y aun así de vez en cuando sacaba su genio. Las pasiones ocultas eran a veces las más fuertes. ¿Se mostraría apasionada con el hombre adecuado? ¿Lo había sido con su esposo?
Arrugo el entrecejo porque no le gustaba el rumbo que habían tomado sus pensamientos. Solo pretendía convencer a su abuelo de que eran felices para que descansara en paz. El pasado de Paula no importaba.
¿Vaya, donde demonios se había metido Paula? No podía estar muy lejos, con Sofía arriba durmiendo De camino a la parte de atrás de la casa, echo un vistazo al pasar por el salón. Oyó voces en la cocina, empujo la puerta y entró.
Paula estaba de pie junto al mostrador, amasando algo, estaba charlando animadamente con Marcela y Mirta como si fueran tres amigas.
—¿ Paula? —dijo Pedro.
Ella se volvió, con los ojos como platos al verlo.
—Hola, Pedro ¿Que haces en casa tan temprano?
Se seco las manos en un paño de cocina, atenta a lo que fuera a decirle.
—He venido a ver a Roberto, ahora está dormido ¿Que estas haciendo tú?
—Una tarta de manzana ¿Te gusta?
—Sí. ¿No sabe hacerla Marcela?
Le echo un vistazo a la cocinera.
—Seguro que sí, pero yo estoy haciéndola según mi propia receta. En unos minutos habré terminado.
—Te espero en el despacho, ven cuando termines.
Cuando Paula entró en el despacho cinco minutos después, Pedro estaba de pie junto a la ventana, mirando el jardín. Se había quitado la americana y llevaba una camisa impecable que realzaba la anchura de sus espaldas. Pensó en la noche anterior, cuando se había quitado la camisa delante de ella. Se limpió el sudor de las manos en los costados e intentó sonreír.
—¿Querías verme? —dijo Paula.
El se volvió y asintió con la cabeza.
—Siéntate.
Paula eligió el pequeño sofá para sentarse.
Pedro se colocó delante de la chimenea apagada, sorprendido de la guapa y distinta que estaba al día que se casó con ella.
—¿Has perdido mucho peso? —le preguntó.
Ella asintió.
—Claro, cuando me conociste estaba embarazada y retenía líquidos. Cuando Sofía nació, dejé de retener líquidos y perdí enseguida todo lo que había engordado en el embarazo —arqueó las cejas, mirándolo extrañada—. ¿Ocurre algo?
—No. De hoy en adelante, utiliza la cama. Habrás perdido peso, pero cuesta levantar a una mujer dormida del suelo.
Paula se ruborizó y asintió con la cabeza, apartando la mirada.
—Tengo entendido que llevaste a Sofía a que mi abuelo la conociera —dijo.
Lo miró y asintió con la cabeza.
—La enfermera dijo que había preguntado por mí, quería ver a la niña también. ¿Le dijiste que Sofía era familia suya? Parece creer que es su bisnieta. Incluso me pidió que limpiara la casa de objetos para hacerla más segura.
Pedro hizo una anotación mental para decirle a Mirta que hiciera los cambios necesarios.
—¿Entonces le dijiste que Sofía era mía?
Paula parecía confusa. Sacudió la cabeza lentamente, pero enseguida pareció dar con la respuesta.
—Supongo que la enfermera Spencer es la que te ha dicho eso.
—Me lo ha comentado.
—En realidad le dije a tu abuelo que Sofía era la hija de mi marido. No estaba segura de qué historia querías contarle de Sofía y por eso no me comprometí.
Pedro se sentó a horcajadas en una de las sillas, de frente a ella.
—No tengo costumbre de inventarme historias.
Ella se encogió de hombros.
—Estás intentando que nuestro matrimonio parezca real, perfecto. ¿Cómo sé cuáles son tus costumbres? Además, tu abuelo parecía muy feliz pensando que Sofía es tuya.
Pedro la miró a los ojos, intentando decidir si continuar con esa última mentira o aclarar la situación. Suspiró. Quería mucho a su abuelo y le tenía gran lealtad y respeto por lo que había hecho por él durante tantos años, pero le costaba mentirle hasta en eso, aunque fuera para hacerle feliz.
—Nos han invitado a un baile benéfico el viernes. Habitualmente contribuyo con ese tipo de organizaciones y me gustaría que fuéramos.
—¿Los dos?
—¿Hay algún motivo por el que no podamos ir?
—Probablemente los hay de sobra, empezando porque no tengo nada adecuado para ponerme, siguiendo porque alguien se tiene que quedar con Sofía y por último, nunca he asistido a una de esas fiestas y no tengo ni idea de cómo comportarme.
—Entonces, cariño, has venido al lugar apropiado. Una de las cosas que mejor se me da es la organización. Puedes ir de compras con mi madre mañana por la mañana. Mirta estará encantada de cuidar de Sofía, aunque no creo que le dé ningún problema. El baile no empieza hasta las ocho; a esas horas Sofía ya está dormida. Allí no tienes que hacer nada más que divertirte... y demostrar a todos lo mucho que me quieres.
—Sabía que tendría trampa.
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