Pau entró en la habitación hecha un hervidero de emociones. Seguía enfadada con su padre, pero también se sentía culpable. También sentía dolor por su traición y por la de Pedro.Y miedo. No quería que su padre muriese. Era lo único que tenía aunque no tuvieran una relación tan cálida como habría deseado.
Estaba despierto y sus ojos azul pálido se clavaron en ella. No sonrió ni habló. Ella se detuvo a un metro de la cama, sin saber qué hacer. Deseó que él, o Pedro, dijeran algo. Tenía la garganta seca.
Entonces Miguel Chaves hizo algo que no había hecho desde que era muy pequeña, y tan pocas veces que el recuerdo le parecía un sueño. Extendió los brazos hacia ella.
—Ven aquí, cariño. Por favor.
Corrió a sus brazos. La estrechó contra su pecho y ella empezó a llorar.
—Lo siento, papi. No quería que ocurriese esto —sollozó.
—Lo sé, cielo, lo sé —frotó su espalda—. No hiciste nada mal. Estoy aquí por mis propios errores, no por los tuyos.
—Pero te dije… —alzó la cabeza, intentando controlar sus lágrimas sin éxito.
—La verdad —acarició su mejilla— Escúchame, Paula. He cometido muchos errores contigo, pero nunca lamentaré lo que dijiste esta tarde. Tus palabras me despertaron. Por primera vez en veinte años tuve la esperanza de ver de nuevo a mi otra nenita. Y verte tan enfadada me hizo comprender que tengo una hija que me necesita ahora, aunque nunca encontremos a tu hermana.
—¿Cómo podías no saber que te necesitaba?
—Durante más de dos décadas e ignorado tus necesidades porque no soportaba los sentimientos —la tristeza oscureció sus ojos—. Ni los tuyos. Ni los míos. He sido un padre terrible y me gustaría dar marcha atrás y cambiar el pasado, pero no puedo. Cuando tu madre murió me encerré en mí mismo. Ocurrió tan rápido que para cuando se publicó la desaparición de tu hermana, ya me había cerrado a ustedes. No intenté buscarla lo suficiente. Acepté sin cuestionar… —se le cascó la voz y tardó unos segundos en seguir—. Cuando los investigadores me dijeron que no había más pistas que seguir, no discutí. Un año después de que desapareciera del hospital, la policía archivó el caso como no resuelto. Yo también lo cerré con la agencia de detectives privada que había contratado.
Desvió el rostro y empezó a llorar.
—No tengo excusa. Cuando recuerdo tu infancia me siento como si te hubiera apartado de mí tanto como a ella. Os fallé a las dos en muchos aspectos.
El monitor que había junto a la cama empezó a pitar y llegó una enfermera seguida por un médico. Mai intentó apartarse, pero su padre lo impidió.
—No. Es mi corazón. Mejorará. No está acostumbrado a sentir y le resulta dura esta nueva experiencia —su intento de reír concluyó con un resuello de dolor, pero no la soltó.
—Por favor, papi, deja que se ocupen de tí. Por favor, no quiero perderte otra vez.
—¿No te marcharás? —su voz sonó suplicante. Esa voz fuerte enronquecida por lágrimas que ella nunca le había visto derramar en toda su vida.
—No me alejaré del vestíbulo, lo prometo.
—Te quiero, Paula. Por favor, créeme. Sé que no lo he demostrado, pero te quiero más que a mi vida.
Ella no sabía si creerlo, pero ansiaba hacerlo. Se sentía mal, pero veinticuatro años de negligencia no se borraban con unas cuantas lágrimas y declaraciones de afecto. Por lo que ella sabía, sus palabras podían ser resultado del susto, y volvería a ser la persona distante que conocía cuando mejorase. Pero no dijo nada de eso, por supuesto. Sonrió.
—Yo también te quiero. Siempre te he querido.
La soltó y ella se apartó para que el médico lo atendiera. Luego se volvió hacia la puerta y Pedro, la rodeó con un brazo y la condujo afuera de la habitación. En el vestíbulo la apretó contra su pecho, protegiéndola de los ruidos que provenían de la habitación y de la desolación que la atenazaba.
De repente, otro par de brazos la rodearon. Hasta ella llegó un perfume cálido y reconfortante.
—¿Está Pau bien, Pedro?
—Es fuerte, mamá.
—¿Ana? —Pau alzó la cabeza.
—Sí, mi niña. Aquí estoy —sus ojos la miraron con compasión—. Vamos a la sala de espera.
—Le dije que no me movería del pasillo.
—La sala está aquí al lado, a diez pasos. Si te necesita lo sabrás de inmediato, Pedro se ocupará de eso. Pero tú necesitas sentarte.
Entre Pedro y su madre convencieron a Pau para que fuera a la sala de espera. Los tres se sentaron en un sofá, con ella en el centro. Pau se alegró de que no hubiera nadie más allí. Nunca se derrumbaba y no quería que desconocidos la vieran en ese estado.
Pedro tenía un brazo sobre su hombro y se apoyó en él, absorbiendo su fuerza.
—Has tenido un día muy difícil, ¿no? —Ana le dio una palmadita en la mano.
—Sí —Pau suspiró temblorosa.
—Pedro me lo ha contado todo.
—¿Todo? —Paula miró de madre a hijo.
—Sí. Todo —los ojos oscuros de Hera, tan parecidos a los de su hijo se llenaron de compasión—. Mi hijo fue muy estúpido, pero intenta entenderlo. Él tampoco sabía nada de la existencia de tu hermana.
—¿Te contó lo de la fusión de empresas?
—Sí —Ana la miró con tristeza—. Tu padre y él no entienden el corazón de una mujer, ¿verdad?
—No. Creo que no.
—Estoy aquí sentado —se quejó Pedro.
—Y tienes suerte de estarlo. No te pases, hijo.
Pau soltó una risita ahogada
—Ha cuidado de mí. Vino a buscarme. No contestaba al teléfono.
—Lo sé. Me llamó desde el coche.
—Podría no haberme enterado —las lágrimas afloraron—. Papá podría haber muerto y no lo sabría.
—No pienses eso. Todo irá bien.
El médico entró en la sala de espera.
—¿Señorita Chaves?
—¿Sí? —Pau lo miró.
—Hemos sedado a su padre. Necesita descanso.
—¿Qué le ha ocurrido?
—¿Conoce la frase «su corazón no pudo soportarlo»? Eso es exactamente lo que ocurrió. Es poco común, pero el impacto de saber que su hermana está viva unido al dolor de comprender ciertas cosas sobre sí mismo, fue demasiado para él. Las buenas noticias son que el corazón apenas ha sufrido daño y debería recuperarse del todo, pero necesita descanso y el mínimo estrés.
—Dirige una multinacional… Vive del estrés.
—Tendrá que aprender a vivir de otra cosa durante un tiempo.
—¿Cómo? —Pau miró a Pedro. Él entendió perfectamente la pregunta.
—Me reuniré con sus directores ejecutivos y haré que la empresa siga funcionando. Francisco encontrará a tu hermana y todo irá bien. Créeme, pethi mou.
—Eso quiero, pero tengo miedo.
—Debes tener fe —Ana apretó su mano—. Pedro te ayudará.
—Pero…
—A pesar de lo mal que ha manejado su relación contigo, es un hombre listo y capaz. Protegerá a tu padre del estrés del negocio hasta que se recupere.
—Me alegra oír eso —dijo el médico—. Puede irse a casa, señorita Chaves. Su padre tardará varias horas en despertar.
—Le prometí que no me iría.
—Entonces, te quedarás —dijo Ana— Y yo me quedaré contigo. Pedro, tú vete a casa a descansar. Mañana será un día duro si vas a ocuparte de dos grandes empresas.
Pedro intentó discutir, pero no le sirvió de nada. Ana Zolezzi estaba a su altura en cuanto a testarudez. Pedro acordó con el médico que las dos mujeres compartieran una habitación cerca de la de Miguel. Ser rico conllevaba ciertos privilegios, sobre todo en un hospital privado.
Pau durmió a ratos y la mañana siguiente estaba junto a la cama de su padre antes del desayuno.
Él abrió los ojos y escrutó la habitación. La vio al otro extremo de la cama y sonrió con gratitud.
—Estás aquí.
—¿Dónde iba a estar si no?
—No te culparía si te hubieras ido a casa y no volvieras a visitarme.
—Pau nunca haría algo así —dijo Ana desde el umbral.
—Señora Zolezzi, no sabía que estaba aquí.
—Pau me necesita en estos momentos.
A Pau las palabras le sonaron muy dulces. Nunca había habido nadie «allí por ella», como estaba Ana, o incluso Pedro el día anterior y esa mañana, llamándola a las seis. Había intuido que ella no podía dormir y había querido comprobar que estaba bien.
Se había ofrecido a ir al hospital pero ella, sabiendo que estaba muy ocupado, le había dicho que no.
—Gracias por ser tan buena amiga para mi hija.
—Es un placer. Habría sido mi nuera si mi hijo y tú no lo hubieras hecho espectacularmente mal.
—Tomo nota —Miguel hizo una mueca.
—No pensemos en eso ahora —Pau tomó la mano de su padre y él apretó la suya convulsivamente, como si temiera que se marchase.
—Me gustaría hablar de ello, si no te importa.
—No quiero que vuelvas a ponerte nervioso —Pau se mordisqueó el labio, nerviosa.
—He hablado con la enfermera. Traerán el desayuno en veinte minutos —dijo Ana, acercando una silla a la cama y sentándose. La sencilla frase diluyó la tensión que empezaba a aflorar en el ambiente.
—¿Cariño? —insistió el padre de Pau.
—Prométeme que no te disgustarás de nuevo.
—Lo prometo —suspiró y alisó la manta antes de empezar a hablar—. Le sugerí a Pedro la idea de la fusión cuando vi cómo te miraba.
—¿Qué quieres decir? —¿Pedro la miraba? Clavó los ojos en los de su padre y vio que era sincero.
—No diré que fue algo altruista. Sé desde hace tiempo que no te interesa dirigir la empresa. Tener un socio que me proporcionara nietos que heredaran la empresa tenía mucho sentido.
—No podría darte esos nietos sin mi cooperación.
—Exacto.
—Así que le ofreciste la mitad de tu empresa si se casaba conmigo.
—Sí, pero Pau,sabía que él te quería a ti. Personalmente.
Eso era algo que ella aún dudaba, pero no contradijo a su padre. Por lo visto él había creído que Pedro la deseaba y eso era lo relevante en la conversación. Pero había olvidado algo muy importante.
—¿Y crees que eso lo arregla todo? ¿Qué me dices de lo que podía querer yo?
—Mirabas a Pedro Alfonso como tu madre me miraba a mí cuando nos conocimos.
—¿Cómo? —preguntó Pau, más deseosa de saber de sus padres y de su relación que de cómo se suponía que miraba ella a Pedro.
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