Cuando le puso la mano sobre la espalda desnuda, el corazón de Paula redobló su paso. Le recorrió un escalofrío delicioso y por un instante Paula pensó que iba a perder el paso. Le temblaban las piernas y sentía un calor tremendo en la espalda. ¿Cómo se sentiría si le tocara otras partes de su cuerpo?
Paula esperó junto a la barra mientras Pedro iba a buscar las bebidas y observó a las parejas que bailaban.
—¿Qué tal? —le preguntó mientras le pasaba una copa de vino.
—¡Es emocionante! Nunca pensé que asistiría a un lugar así. ¿No es ese el primer ministro?
—Sí. ¿Quieres que te lo presente?
Se volvió a mirar a Pedro con los ojos como platos.
—¿Lo conoces?
Pedro sonrió y asintió con la cabeza, los ojos bien atentos.
—Por asuntos de negocios.
Por supuesto que el dueño de una empresa tan importante como Zolezzi conocería a muchas personas influyentes, incluido el primer ministro.
—No creo que me haga falta conocerlo —murmuró mientras daba un sorbo de vino y contemplaba a los bailarines.
Todos aquellos trajes y peinados diferentes la tenían fascinada y miró detenidamente a todas las mujeres que estaban cerca. Pedro tenía razón, había muchos vestidos bastante más atrevidos que el suyo. Si no la miraban por detrás, podrían considerar que su vestido era quizá un tanto recatado para la ocasión.
Se le levantó el animó. Había hecho muy bien; o incluso más que bien.
«Tremendamente sexy», le había dicho Pedro. Le volvió a invadir aquella sensación de bienestar.
—¿Te apetece bailar? —le preguntó Pedro.
—Sí, gracias.
Él se echó a reír.
—Siempre tan educada.
Le quitó el vaso de la mano y lo colocó en una mesa, junto al suyo. Le agarró de la mano y la llevó hasta la pista. La orquesta acababa de empezar a tocar otra melodía y Pedro se unió al resto de los bailarines con soltura.
Paula sabía que estaba viviendo un cuento de hadas, donde ella era la princesa y Pedro el príncipe. Bailarían sin cesar toda la noche, siguiendo el paso con gracia y descubriendo otros aspectos de sí mismos en los que se compenetraran a la perfección. Ella estaría brillante y él divertido y entretenido por su animada conversación. Lo provocaría, lo cautivaría... Paula se tropezó y despertó de su sueño, esbozando una sonrisa de disculpa.
—Lo siento, no estaba prestando atención.
—No hace falta prestar atención para bailar —le dijo, arrimándose más a ella.
Sus fuertes piernas le rozaron los muslos y se apoyó contra su pecho, duro como una roca. Podría cerrar los ojos y dejarse llevar.
—¿Paula? —le murmuró al oído.
—¿Sí?
Tenía los ojos cerrados y apoyó la cabeza en el hombro de Pedro.
—¿Te gustaría tener una aventura conmigo? —le preguntó.
Ella se tropezó y dejó de bailar. Abrió los ojos enseguida y lo miró sorprendida.
—¿Cómo?
¿Lo habría oído bien? ¿Acababa de pedirle que tuvieran un affaire? Le dio un vuelco el corazón. ¿Se habría dado cuenta de lo que sentía por él? ¿De lo que la atraía? ¿Qué pensaría Pedro? La abrazó y continuó bailando.
—Veo que te he sorprendido.
—¿Sorprendido? Más bien me has dado un susto de muerte. No me lo puedo creer.
—¿Por qué no? Sabes que me atraes y yo creo que tú también sientes algo. ¿Qué puede haber más natural que actuar sobre la base de esa atracción mutua?
Ella tragó saliva.
—Nunca he tenido una aventura con nadie —dijo mirándolo de frente.
Él sonrió y le acarició la espalda con suavidad.
—Me lo imaginaba. Estoy seguro de que tu marido ha sido el único hombre con el que te has acostado.
Ella asintió con la cabeza, preguntándose si notaría los acelerados latidos de su corazón. Por una parte deseaba echarle los brazos al cuello y jurarle amor eterno. Pero una voz en su interior le decía que tenía que deliberar todo aquel asunto.
—¿Tienes idea de lo que me cuesta meterme en la cama e ignorarte?
Daban vueltas y vueltas sobre la pista, moviéndose al compás de la música, pero Paula ni lo notaba; estaba demasiado perpleja con la conversación que mantenían. ¿Cómo podía Pedro discutir eso con tanta calma y bailar al mismo tiempo? No sabía cómo había logrado no pisarle aún.
—Pues no —dijo, bajando los ojos hasta la altura de su boca.
Al recordar los besos que le había dado pensó que no era el lugar más adecuado adonde mirar. Deseaba besar aquellos labios y volver a sentir la delicia que le habían proporcionado sus besos.
—Entonces, piénsatelo. Eres una mujer preciosa, sensual, cariñosa. ¿Quién no querría acostarse contigo?
—¿Es eso todo?
Por alguna extraña razón, se sintió algo decepcionada. ¿Es que no era más que un cuerpo para él?
—¿Quiero decir, a eso te refieres con tener una aventura? ¿Sólo a acostarnos juntos?
—No. Me refiero a pasar tiempo juntos, a compartir muchas cosas.
Se aclaró la garganta, rezando para que su respiración volviera a ser regular. Una aventura. ¡Qué emoción y qué miedo! No era de las que volvía locos a los hombres, sin embargo, allí estaba aquel hombre tan guapo y viril pidiéndole relaciones.
Paula quería aceptar, pero vaciló. Sabía que estaba ya enamorada de Pedro. ¿Que pasaría cuando el matrimonio y su aventura terminaran? Le dolería muchísimo. A no ser que se mantuviera alerta y no se dejara llevar por su sueño de tener una relación feliz para toda la vida.
¿Qué sería mejor, amar y llevarse esos recuerdos consigo cuando se marchara o bien rechazar aquella oportunidad?
—¿Paula?
Fijó su mirada en aquellos ojos que la hipnotizaban. Respiró profundamente y asintió con la cabeza, porque no pensaba que fuera a salirle la voz. Si su tía levantara la cabeza y viera lo que su sobrina estaba haciendo...
Él la estrechó entre sus brazos muy sonriente y la promesa de una ardiente pasión se reflejó en su rostro.
—Podríamos marcharnos ahora —dijo Pedro—. Podemos mandarle el coche a mi madre más tarde.
—Oh, no —dijo valientemente—. ¡Me he comprado este vestido para esta fiesta y quiero sacarle provecho! ¡No he visto a nadie, no me has presentado a nadie y pienso bailar contigo toda la noche!
—Cambio las reglas un poco y ya tenemos a un tirano—dijo con sequedad—. Muy bien, bailaremos hasta que termine la fiesta, pero luego, Cenicienta, volverás a casa conmigo y te vendrás a la cama conmigo.
Sus palabras la emocionaron y asustaron al tiempo. Paula esperó no estar a punto de cometer el mayor error de su vida, pero por una vez decidió arriesgarse. Aprovecharía la oportunidad y después se preocuparía de las consecuencias.
A lo largo de la velada, Pedro le presentó a gente conocida con la que se iban encontrando. La noticia de la boda de Pedro había aparecido en los periódicos al día siguiente del enlace, pero ese era el primer acontecimiento social al que acudía acompañado de su esposa.
—¿Es esto lo que se suele hacer en estos sitios? —le preguntó Paula mientras descansaban un rato y se tomaban unos canapés.
—¿Qué quieres decir? Charlo con gente conocida, me presentan a gente nueva —se encogió de hombros.
—¿Asististe alguna vez a uno de estos eventos con tu prometida?
—Al poco de estar prometido me enteré de que no era más que una mentira.
—¿Cómo nuestro matrimonio?
—Paula, a veces me parece que crees que nuestro matrimonio no es legal.
—Claro que lo es, Pedro, de eso te encargaste muy bien para desbaratarle los planes a tu abuelo. Es legal, pero no es real.
Con mucho cuidado le dio un mordisquito a un canapé de cangrejo; no quería mancharse su bonito vestido nuevo. No sabía si iba a tener oportunidad de volvérselo a poner, pero si surgía la ocasión no podría permitirse otro vestido de fiesta.
—A partir de esta noche lo será —dijo con pasión.
Ella lo miró con picardía.
—Bueno, espero que esto no vaya a cambiar demasiado las cosas. Hasta ahora has sido un marido perfecto.
El arqueó las cejas, reconociendo en su comentario burlón una repetición de lo que él le había dicho en una ocasión.
—¿Cómo puede ser eso? —dijo con mirada divertida.
—En los últimos cuatro meses no me has exigido que te ponga la cena a una hora fija. No tengo que lavarte la ropa y nadie me pregunta adonde voy ni lo que hago.
—Eso podría cambiar —murmuró, sin dejar de mirarle a los ojos.
—¿Y por qué iba a hacerlo? Las personas que tienen una aventura no se comportan como las parejas casadas.
—Amantes es la palabra que estás intentando evitar.
Paula se puso como un tomate, pero antes de que pudiera pensar en algo que decir, fueron interrumpidos.
—¿Pedro? ¡Eres tú! ¿Cómo estás?
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