Sonrió y llevó la mano atrás para ocuparse de la cremallera del vestido y bajárselo por su cuerpo dócil. Luego siguieron las sandalias y después enganchó los dedos pulgares en la cintura de las braguitas diminutas.
—Alza las caderas.
—Lo intentaré. Sigo débil —se concentró en levantar la pelvis.
—Buena chica —bajó lentamente las braguitas, acariciándole las piernas con la tela sedosa a medida que lo hacía.
A pesar de que en su carrera había llegado a estar casi sin ropa ante la cámara, y del todo desnuda delante de diseñadores y estilistas, sintió como si su cuerpo quedara revelado por primera vez. Una oleada de vulnerabilidad se abatió sobre ella.
¿Le resultaría su cuerpo tan hermoso como su cara? Era una pregunta tonta. El día anterior la había visto posar con el biquini escueto, aunque eso parecía diferente.
El silencio que mantenía Pedro no ayudaba a desterrar los temores que aleteaban en su interior. El se puso de rodillas y simplemente la miró. Paula pensó que quizá le gustara lo que veía, pero la falta de comentarios le resultó inquietante por segundos.
—¿Pedro?
—¿Si? —no apartó la mirada de su cuerpo.
—¿Qué haces?
—Mirarte.
—Sí, bueno… eso lo había percibido.
—¿Has visto alguna vez una obra de arte que te hizo detenerte en seco y trastabillar al acercarte a ella por su absoluta perfección y belleza?
—Mmm… sí —¿estaba diciendo que era así como la veía a ella?
—Son momentos como ésos cuando la simple humanidad debe reconocer el arte sin igual de Dios.
—Entonces… mmm… ¿te gusta lo que ves?
—Tu cuerpo es la imagen de la perfección.
—Tengo los pechos pequeños.
—Exquisitos y de una magnífica proporción.
—En algunos puntos se me notan los huesos.
El movió la cabeza como si quisiera despejarla.
—Todo acerca de ti es, simplemente, idóneo. ¿Cómo puedes dudarlo? —con la mano se señaló su intensa erección—. ¿No es prueba suficiente de que no te considero insatisfactoria en ningún sentido?
—No es simplemente físico, ¿no? —preguntó con un ataque de duda que podía ser irracional pero al mismo tiempo, inextinguible.
—¿No te lo he dicho? La belleza que veo en tu interior. Eres mucho más que un cuerpo perfectamente tonificado.
—Gracias.
Una vez mitigadas sus dudas, se sintió trémula de placer por tener su mirada clavada en ella. Jamás habría pensado que la excitaría que la miraran. Pero la simple intensidad de sus ojos hizo que sintiera otra vez cómo el placer crecía dentro de ella. Aunque reconoció que también podía deberse a la vista que tenía.
Pedro era verdaderamente magnífico.
Se inclinó para besarla otra vez. Sólo que los labios aterrizaron sobre uno de los senos pequeños. No fue directamente por el pezón como había hecho antes, sino que exploró con la boca cada centímetro de las curvas henchidas, especialmente con la lengua. La hizo remolinear sobre una areola y luego la otra, una y otra vez.
El calor en su núcleo volvió a alcanzar niveles líquidos.
—¡Pedro!
—¿Qué, cariño? ¿Qué deseas?
—Ya lo sabes.
—Dilo.
—No —trató de colocarle la boca justo sobre el pezón—. No puedo —pero él flotó de forma provocadora sobre la dura cumbre, rozando la piel compacta con la caricia más leve—. Por favor, Pedro… por favor…
—¿Por favor, qué? Dijo, Paula. Quiero oír las palabras de tu boca.
—Succiónalo… por favor… llévate mi pezón a tu boca.
Gruñó y luego obedeció.
Ella gritó cuando el placer la envolvió con una fuerza súbita. La succionó mientras gemía con la absoluta y asombrosa maravilla del acto.
Sus manos exploraron el contorno musculoso de la espalda de Pedro mientras empleaba el resto de su cuerpo para acariciar lo que podía tocar de él. Con el muslo le rozó la lanza ardiente, y los dos temblaron con el contacto. Alargó la mano para tocarlo. Sólo pudo alcanzar la cabeza, pero la aferró con dedos trémulos.
Él apartó la boca de su pecho.
—Oh, maldita sea… Paula… para.
—Quiero tocarte.
—La próxima vez… pero ahora, he de mantener el control.
—No te quiero controlado.
—Me niego a lastimarte, pero sería muy fácil hacerlo por ser tu primera vez —con gentileza pero firmeza le retiró la mano de su erección—. La próxima vez, te lo prometo cariño, podrás tocarme lo que te plazca.
—Te lo recordaré.
—Lo espero ansioso, pero ahora… Quiero probarte. Esperando que hiciera lo que había hecho la última vez que había dicho eso, estuvo totalmente desprevenida para el veloz cambio de postura y la boca que bajó sobre el vértice de sus muslos para besarla en la cumbre del montículo. De forma automática trató de cerrar los muslos, pero se encontró con los hombros de él.
Lo agarró del pelo.
—Espera, Pedro… No creo…
Él alzó la cabeza y el erotismo absoluto de la cara entre sus piernas le quemó la conciencia.
—No es momento para pensar, sino para sentir.
—Pero…
—Abre las piernas para mí, quiero ver lo que no le has mostrado a nadie más.
—¿Quieres verme… ahí?
—Sí —su mirada encendida la quemó—. Mucho.
—De acuerdo —¿qué otra cosa podía decir? En ese momento comprendió que a ese hombre no le negaría nada.
Quizá debería haberse sentido avergonzada, pera le pareció natural colocar sus muslos en una amplia V.
Pedro le empujó los tobillos hasta que las rodillas se doblaron y quedó expuesta completamente a su mirada.
Esbozó su sonrisa depredadora.
—Muy bonito —tocó la piel aún sensible de sus anteriores atenciones y acarició los labios sedosos y mojados—. Muy, muy bonito.
No supo qué responder a algo así, de modo que guardó silencio.
Unos ojos empañados por el deseo se encontraron con los suyos.
—Ahora… voy a probar tu esencia.
Incluso más íntima que el beso dulce que le había dado sobre los rizos húmedos, su lengua la probó con devastadora pericia. El placer que había estado creciendo de forma paulatina desde que él comenzara el «juego de mirar», se disparó hasta que se puso a gemir y a arquearse contra su boca.
Entonces sintió que un dedo profundizaba en ella.
Contactó con su barrera, y Paula se apartó ante el dolor inesperado. Pero Pedro la siguió con el dedo, presionando con gentileza contra esa barrera, pero sin abrirla. Era incómodo, pero no le dolió como el contacto inicial. Obligó a su cuerpo a relajarse. Lo quería dentro… eso significaba que iba a tener que acostumbrarse al contacto… a la presión sobre su inocencia aún intacta.
Pedro continuó besándola con la lengua mientras su dedo entraba y salía, presionándola con sumo cuidado cada vez, hasta que Paula volvió a moverse hacia el contacto en vez de alejarse de él. Las embestidas con la mano crecieron en intensidad hasta que, con una acometida incisiva, atravesó su barrera.
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