martes, 23 de junio de 2015

Amor Del Corazón: Capítulo 15

—Ahora mismo subo. ¿Querrás venir con nosotros, Paula?
A Paula le dieron ganas de decir que no. Lo que menos le apetecía era pasar la velada con Ana y Roberto, pero se sintió en la obligación.
—Muy bien.
Ana arrugó el entrecejo pero no dijo nada y subió las escaleras delante de ellos.
Paula deseó haberse negado a acompañarlo en cuanto se sentó en una silla junto a la cama.
—Vaya, chico, qué callado te lo tenías, ¿eh? —dijo Roberto en un tono más fuerte de lo normal.
—¿A qué te refieres, Roberto? —preguntó Pedro, tomándole la mano a Paula con soltura.
Puso sus manos unidas sobre el muslo y miró a su abuelo.
Paula apenas si atendía a lo que se estaba diciendo, hipnotizada por el roce de su mano, por su ternura. Por supuesto, sabía que era parte del teatro, pero no había esperado sentirse tan apreciada cuando fingiera interés por ella delante de su familia.
—¿Cuándo pensabas contarme lo del bebé? ¡A eso me refiero, hombre! Me he tenido que enterar por casualidad; me lo dijo la enfermera. Entonces casi tuve que obligar a tu mujer a que me trajera a la niña.
—¿El bebé? —Ana  se volvió hacia Pedro sorprendida—. ¿Quieres decir que Sofía es tuya?
Estaba escandalizada.
—¿Tampoco te lo había dicho, eh? Vaya, hombre, sé que me pasé de la raya con Fernanda Alvarez, pero no tienes por qué guardarme rencor toda la vida. Nos hemos perdido el nacimiento de la niña; ya era hora de que la trajeras a casa a conocer a su familia.
—Esa niña no... —empezó a decir Ana.
—Sé hablar yo solito, madre —le interrumpió Pedro.
—No necesito que nadie me diga nada —gritó Roberto.
Respiró profundamente y reanudó la conversación.
—Le he pedido a la enfermera que llame a mis abogados. Le he abierto una cuenta a la niña.
—No —dijo Paula, al tiempo que sentía la reacción de sorpresa en la mano de Pedro.
—¿Qué? ¿Qué es esto? ¿Por qué no? Es mi dinero y hago con él lo que me da la gana.
—No le deje nada a Sofía —dijo Paula con firmeza—. Pedro nos dará lo que necesitemos. Si quiere dejarle el dinero a alguien, déjeselo a él.
—Él se quedará con lo que no le deje a mi hija. ¿Por qué no dejarle también una parte' a mi bisnieta?
—Porque no es... —empezó a decir Paula.
—¡He dicho antes que sé hablar yo solo! —Pedro la interrumpió, apretándole la mano—. Roberto, agradezco tu generosidad y sé que Paula lo hará también cuando se tranquilice. Pero Sofía  no necesita ninguna otra cartilla de ahorro; puedo mantener a mis propios hijos.
Roberto se quedó mirando a su nieto unos momentos y luego se recostó en la cama.
—Esto es ridículo, Sofía... —saltó Ana.
—¡Madre!
La amenaza de Pedro fue firme; la mujer puso cara de compungida y luego se calló, mirando a Paula con rabia.
—Un hombre tiene derecho a dejarle sus posesiones a quien quiera —dijo Roberto.
—Tienes razón. Si quieres llenarles los bolsillos a tus abogados con más dinero para hacer otro cambio más cuando yo puedo darle a Sofía todo eso, entonces adelante.
Pedro habló con soltura. Se recostó en la silla; parecía estar cómodo y relajado. Pero Paula sabía que las apariencias engañan; Pedro tenía la mano agarrotada. Aguantó la respiración, preguntándose si Roberto se echaría atrás.
—Malditos abogados, jamás hacen nada sin cobrarle a uno un ojo de la cara. Sobre todo cuando creen que tienen a un hombre entre la espada y la pared —gruñó Roberto.
Paula ocultó una sonrisa. Pedro sabía cómo llevar a su abuelo. Ella no debería haber implicado que Sofía  era la bisnieta que Roberto creía que era. ¿Pero si le hacía feliz, qué tenía ello de malo? No estaría entre ellos lo suficiente como para enterarse de la verdad.
—Es una niña preciosa, ¿no crees? —preguntó Pedro.
—Es una fotocopia tuya en femenino —dijo Roberto, sonriendo y con un brillo de alegría en los ojos
Paula sonrió al oír eso. Pablo y Pedro no se parecían en nada. Sofía tenía el pelo oscuro, pero se parecía mucho mas a su padre que a Pedro. Parecía que Roberto veía lo que quería ver.
—Tráemela mañana, quiero verla otra vez. Te has convertido en una abuela bastante joven —dijo Roberto, volviéndose hacia Ana. —Me imagino que saldrás de compras para comprarle ropa a la niña y presumir de nieta
Ana le echo una mirada a Pedro, luego sonrió y se volvió a mirar a su padre
—Siempre he creído que las niñas son más fáciles de criar que los niños
—¡Ja! Espera a que vengan los chicos a rondarla y entonces tendrás problemas. Mira tú. Te marchaste con el primer chico que vino y un año después lo dejaste. A las chicas hay que vigilarlas de cerca.
Ana se puso tensa al oír la referencia a su matrimonio y a Paula empezó a picarle la curiosidad. ¿Ana había abandonado al padre de Pedro  después de solo un año de casados? Paula creía que había sido al revés. Miró a Ana muy pensativa. ¿Se llevaba Pedro bien con su padre? No, había dicho que Roberto era el único padre que había tenido. ¿,Que había ocurrido?
Mirta entró llevando una bandeja con trozos de tarta de manzana y una cafetera que olía a gloria. Sirvió a todos con rapidez, también un poco a Roberto, y se marcho del mismo modo.
Cuando Pedro dijo que Paula había hecho la tarta el anciano la miro.
—¿Entonces la cocinera de Pedro te ha dejado entrar en la cocina?
—Paula es la señora de esta casa —dijo Pedro con calma—. Puede entrar en donde quiera y hacer lo que le plazca.
—Yo soy la invitada ahora, padre —dijo Ana.
Miro a Paula con frialdad, aunque sus labios se estiraron en una falsa sonrisa.
—La tarta está deliciosa, tienes mucho talento.
Paula  se lo agradeció y se puso a comer lo más deprisa que la educación le permitió. Después se marcharía. Le dolía el estomago de los nervios.
En cuanto pudo y sin levantar sospechas, Paula les dio las buenas noches. Fue directamente a la habitación de Sofía a ver como estaba. El pequeño piloto de la pared iluminaba suavemente parte del rostro del bebé, que dormía con un puñito cerrado junto a la boca. ¡Que preciosa era!
Paula se puso el camisón y fue directamente a meterse en la cama. Echó las mantas hacia atrás, se metió, apago la luz de la lámpara de la mesilla y se quedo a oscuras.
Pero tenía demasiadas cosas en la cabeza como para relajarse. Al día siguiente iría al banco y sacaría algo de dinero para comprarse un vestido para el baile benéfico, de paso se compraría también un par de vestidos mas para cenar. Luego iría a su antigua casa a por el correo, quizás visitaría a su vecina. Podría pasar todo el día fuera, y dejar que Sofía durmiera en su propia cuna, que seguía en el apartamento. Eso sería mejor que tener que salir con Ana.

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