Lo último que oyó antes de quedarse dormida fue la risa de él.
A la mañana siguiente, Pedro regresó un poco antes del mediodía para cumplir la promesa de escoltar a Paula por Barcelona, llevándola al Parque Güell a ver el increíble capricho diseñado por Antoni Gaudí. El banco que ondulaba como una serpiente era extraordinario. Las fotos que había visto de ese largo y sinuoso banco de mosaicos no le podían hacer justicia.
—Es fabuloso —suspiró ella, disfrutando de la vista panorámica subida a una de las curvas interiores del banco.
—Sí, Gaudí era un hombre con una visión diferente de las cosas.
—No todo el mundo lo cree.
—No a todo el mundo le gusta el modernismo.
Ella sonrió.
—Pero a nosotros sí.
—Sí, compartimos eso.
De hecho, les gustaban muchas de las mismas cosas y compartían muchos de los mismos intereses. Pedro había sido capaz de contestarle muchas de las numerosas preguntas que había tenido sobre Barcelona, su gente y su historia, y había demostrado ser un comunicador entusiasta.
—No recuerdo haberme divertido tanto con otra persona durante mis viajes —comentó ella con una sonrisa de felicidad—. Ni siquiera con mi madre.
—Tu madre, aparte de todas las virtudes que tiene y que has compartido conmigo, sigue siendo una madre. Yo, sin embargo, soy tu amante y un nativo de esta ciudad que tanto te fascina.
Aquella tarde demostró la parte del amante, convirtiendo la hora de la siesta otra vez en un ejercicio en descubrir su sensualidad latente. Dedicaron varios días a ver Barcelona y los alrededores. En una ocasión, fueron a la playa y la sorprendió con una habitación de hotel justo en el agua.
Le encantó.
Al anochecer, caminaron tomados de la mano por la playa. Se perdió ver la puesta de sol sobre el agua, pero Pedro le prometió despertarla a la mañana siguiente para ver el amanecer sobre el mar.
—Te garantizo que los colores son espectaculares.
—No lo dudo.
Miraban salir el sol a la mañana siguiente cuando él dijo:
—Realmente te gusta el agua, ¿verdad?
—Si. Creo que jamás podría vivir en alguna parte que no estuviera cerca del mar.
—Quizá una parte de ti es sirena.
Paula rió.
—Quizá.
—Te he preparado una sorpresa que espero que te guste.
—Estoy segura de ello —el simple hecho de que pensara en sorprenderla hizo que se sintiera atesorada.
Se hallaban de pie ante la barandilla del yate cuando empezó a moverse, y ella descubrió la sorpresa.
—Nos movemos.
—Sí.
—¿En un crucero de un día? —preguntó, entusiasmada.
—Dijiste que no tenías que regresar a California en nueve días más.
—No haremos un crucero por todo ese tiempo, ¿verdad? —preguntó con voz sorprendida.
Que Pedro se tomara libre ese tiempo para pasarlo con ella era… simplemente fenomenal. Jamás lo habría esperado.
—Todavía he de ocuparme de algunos negocios, pero he despejado mi agenda lo suficiente como para hacer posible el crucero largo.
—Vaya. Es como una luna de miel —de inmediato se mordió el labio y se ruborizó—. Tacha eso. Eliminaría a un marido que trabajara en la luna de miel —rió, aligerando sus palabras con una broma.
—Ninguno de los dos está en un lugar para pensar en algo así —repuso con una sonrisa.
—¿Por algo así te refieres al matrimonio… o a la luna de miel?
—¿Por lo general no van juntos?
—Yo diría que sí.
—Algo así… —con la mano hizo un arco, abarcando el yate y el agua en movimiento—. Es una oportunidad para aprovechar al máximo nuestro tiempo juntos. Sin insinuaciones involuntarias, sólo tú y yo disfrutando de la compañía del otro y de algo hermosamente único.
—Tienes razón. Sé que debes trabajar, pero ¿no podemos dejar nuestros trabajos y el resto de nuestra vida en la costa? —sonaba tan bien pasar una semana entera sin pensar en su carrera o centrándose en lo profesional. Serían unas verdaderas vacaciones, tanto para la mente como para el cuerpo.
—Te doy mi promesa formal de desterrar mis responsabilidades de la mente salvo por esas breves horas al día que he de dedicarle.
—Perfecto para mí.
Wowwwwwww, qué buenos caps. Para mi que Pedro no va a poder separarse de Pau.
ResponderEliminarMuy buenos capítulos! esos no se separan más!
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