domingo, 14 de junio de 2015

Un Juego De Gemelas Parte 2: Capítulo 12

Le besó la comisura de la boca.
—No, puedo verlo. Y eso en sí mismo es un afrodisíaco de potencia sin igual.
—¿Qué más te excita? —se atrevió a continuar ella.
—Todo en ti —le besó la sien—. Pero ¿específicamente? El modo en que me mirabas como si fuera lo más excitante que jamás hubieras visto.
—Lo eres.
El gimió y la besó de lleno en los labios antes de levantas la cabeza.
—Y tu sinceridad… me estimula mucho también.
—Eso está bien, porque no se me da bien ocultarte cosas.
Pedro  deslizó la mano por su muslo, provocándole un poderoso disturbio en todas las terminales nerviosas.
—Me sorprende.
—Y a mí —reconoció con voz insegura, ya que las caricias de él le provocaban descargas eléctricas por todo el cuerpo—. Casi todos los días de mi vida alzo una fachada para la cámara… —calló.
—¿Pero? —instó él.
—Pero… desde el momento en que nos conocimos, he visto que te decía cosas que nunca habría reconocido ante nadie más.
Subió la mano por su muslo hasta llegar a la elástica de las escuetas braguitas. Siguió el contorno con la yema de un dedo.
—Bien. No quiero que le digas a otro hombre que lo deseas.
Jadeó cuando estuvo muy cerca de tocarle esa parte más íntima.
—Eso suena posesivo.
—Cuenta con ello. Cuando una mujer está conmigo, es mía.
—¿Y al revés?
—Mientras estemos juntos, soy tuyo.
—Entonces, ¿ahora mismo nos pertenecemos?
—Sí.
El momento se cargó de significado. Puede que no verbalizaran promesas, pero sus cuerpos las hacían por ellos.
Sin estar preparada para tratar con esas implicaciones, preguntó:
—¿Quieres que me desvista?
El movió la cabeza mientras con la yema del dedo jugaba con el borde de la braguita.
—Prefiero hacerlo yo.
—¿Eso forma parte de hacer que la experiencia sea perfecta para mí? —apenas reconoció la voz ronca que formuló la pregunta como suya.
—Sí —retiró la mano de su muslo y trazó el contorno de su cara—. Tu belleza es un regalo para mí. Porque eres diferente… tu belleza llega a tu alma.
—Haces que me derrita cuando dices cosas así.
—Me pregunto lo derretida que estás —le guiñó un ojo, pasando de seductor romántico a amante terrenal en un abrir y cerrar de ojos.
Ella rió, feliz.
—No creo que estemos hablando de lo mismo.
—Puede —sus bocas se encontraron brevemente—. La mente de un hombre puede ser un poco más básica que la de una mujer en momentos así.
—¿Tú crees? —la mano de él bajó de su rostro has su cuello, y de allí volvió a coronarle un pecho a través del vestido.
—Lo sé —con destreza desprendió los diminutos botones blancos que mantenían unido el sujetador—. Por ejemplo, ahora mismo sólo puedo pensar en cómo será la sensación de tu pecho desnudo contra la palma de mi mano.
Le apartó el vestido y reveló las curvas íntimas de su cuerpo. Las cumbres ya formaban duros abalorios Luego la mano grande de Pedro le tomó un pecho, frotándole el pezón con la palma y haciendo que la recorrieran unas veloces ondas de placer.
Se arqueó hacia su mano y contuvo el aire.
—Eso me gusta.
El rió entre dientes, un sonido ronco y sexy.
—A mí también, cariño. Pero hay algo que me gustará aún más.
—¿Qué? —preguntó con otro suspiro.
—Probarte —entonces la boca sustituyó a su mano en el pecho, llevándose el pezón al calor húmedo de su interior.
Ella apenas se dio cuenta de que había soltado un grito de placer cuando le mordisqueó el pezón. La mano volvía a descender por su cuerpo hacia su muslo, sin detenerse hasta que la punta del dedo dejó atrás la barrera elástica con la que había jugado antes. Y entonces la tocó donde nunca jamás la había tocado otro hombre.
Le liberó el pezón, dándole un lametón lento y antes de levantar la cabeza para mirarla a los ojos aturdidos.
—Estas muy agradablemente derretida.
Él le cortó una carcajada al besarla con labios muy encendidos. Le devoró la boca, introduciéndole la lengua con exigente erotismo. Pedro sabía lo que quería pero Paula estaba encantada de dárselo. Las sensaciones que le recorrían el cuerpo eran indescriptibles… más allá de cualquier cosa que hubiera conocido o con lo que hubiera soñado.
Continuó devorándola mientras le tocaba su parte más dulce, logrando que el placer le atravesara todo el cuerpo. Los besos del día anterior habían sido electrizantes para sus sentidos, pero ésos eran un huracán que sacudieron todo lo que había creído conocer sobre sí misma.
Se retorció en la cama, con el placer formando una espiral cada vez más compacta en su interior. Ya se había acariciado a sí misma y sabía lo que era un orgasmo inminente, pero eso no se parecía en nada a lo que había sentido alguna vez. Era como una tormenta en su propio núcleo, lista para estallar con plena furia por todo su cuerpo. Era aterrador, pero también adictivo.
El movió la mano e introdujo la punta del dedo justo por el canal lubricado mientras con la parte inferior de la palma le acariciaba el clítoris. Al mismo tiempo, su lengua imitaba en la boca de Paula la intimidad que le había prometido.
El placer creciente estalló, sacudiéndola con unas sensaciones tan intensas, que gritó en la boca de Pedro. La lengua de él amortiguó el sonido. Torrentes de chispas detonaron dentro de ella mientras su cuerpo se convulsionaba.
La mano de él siguió moviéndose, atormentándola con el placer, hasta que volvió a arquearse y a convulsionarse con tanta fuerza, que vio las estrellas, antes de quedarse completamente laxa. Luego cerró los ojos y flotó en una nube de suculenta saciedad.
Sólo entonces él retiró la mano y quebró el beso.
—Ha sido un pequeño y delicioso entrante querida.
—¿En… entrante? —le costó hablar.
La mirada de él ardía con rapaz necesidad.
—Entrante. Mi intención es que el plato principal te deje completamente embotada.
Pudo ver en sus ojos que era verdad.
—Eres ambicioso —jadeó.
—¿Te sorprende?
—No.
—Es hora de que te desvista.
—Ya casi estoy desnuda.
—Como ya hemos hablado antes… casi no es lo mismo que estarlo.

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