miércoles, 10 de junio de 2015

Un Juego De Gemelas: Capítulo 23

—Cuando lo hice, no creía estar robando a nadie. Por favor, créelo. Pensé que eras mía —Alejandra le apartó a Lucía el pelo de la cara—. Te quiero tanto —tragó saliva y siguió—. Perdí a mi bebé tras el horrible accidente que le costó la vida a Leonardo y me provocó un parto prematuro.
Miró a Miguel Chaves, intentando explicarse.
—Unos adolescentes drogados se saltaron un semáforo y se estrellaron contra nuestro coche. Sobreviví por pura suerte. Entonces vivíamos cerca de Boston. Me llevaron al hospital y cuando mi hija murió empecé a recorrer los nidos de todos los hospitales de la zona. Estaba presente la noche que llegó su mujer. Todo el mundo corría, hablando del accidente. Se parecía mucho al mío. Si no hubiera sido tan parecido, no me habría sentido como si estuviera reviviéndolo todo, supongo.
Hizo una pausa y tragó saliva.
—Médicos y enfermeras decían lo mismo que la noche de mi accidente. Es difícil explicarle, pero algo se rompió en mi interior. Era como revivir una situación con un final diferente. Creé unos recuerdos nuevos que podía soportar mejor que la realidad. Su mujer entró en coma, pero los bebés sobrevivieron. Yo sobreviví y mi bebé murió. Esa noche, en mi mente, mi bebé vivió y era Lucía.
El padre de Pau asintió, como si entendiera.
—No me preguntes cómo conseguí sacarte del hospital —le dijo Alejandra a Lucía—. No lo recuerdo. Cuando llegué a casa, todo estaba preparado para ti y creí que eras mi pequeña Lucía—se le cascó la voz—. Te quería tanto, y eras lo único que me quedaba.
—Está bien, mamá —Lucía puso un brazo en su hombro.
—No está bien. Creí mi fantasía por completo, durante cinco años. Tenía pesadillas recurrentes en las que perdía a mi bebé, pero lo demás iba bien. Sin embargo sentía la necesidad de trasladarme a otra parte del país. Pensaba que era para alejarme de los dolorosos recuerdos de tu padre… quiero decir de mi marido. Más adelante comprendí que huía de otra cosa. Tenías menos de un año cuando vinimos aquí.
—Pero algo te hizo recordar —sugirió Lucía, con voz tan suave como la de Miguel.
—Vi un artículo sobre Miguel Chaves en una revista de negocios —asintió Alejandra. Miró a todos los demás—. Soy analista financiera.
—Lo sabemos —dijo Miguel.
—Claro —asintió ella. Apretó las manos—. El artículo mencionaba la desaparición de su hija y, de repente, lo supe. No recordaba habérmela llevado, pero sí que mi bebé había muerto. Comprendí que la niña a quien quería más que a mi vida era de otra persona.
—No lo entiendo… me habrías devuelto. Mamá, te conozco…
—Sí. Lo intenté —miró a Lucía con ojos suplicantes—. Pero cuando llegué a Boston contigo investigué a Miguel Chaves . No podía entregar a mi bebé a cualquiera, por muy padre biológico tuyo que fuera. Temía las consecuencias para mí, pero sobre todo me aterrorizaba perderte. Pensaba suplicar compasión… —se tragó un sollozo—. Confiaba en que me dejara visitarte. Pero descubrí que era un tiburón despiadado. El artículo mencionaba como ni siquiera esa tragedia personal lo había detenido a nivel empresarial. Actuaba como si nunca hubiera perdido una hija y como si no le importase mucho la que le quedaba.
Miró a Miguel como si le costara creer que fuera el hombre al que iba a describir.
—Comprendí que ese hombre me denunciaría y terminaría en la cárcel. Eso lo habría soportado. Pero vi cómo trataba a la hija que aún tenía. La ignoraba. La criaban niñeras y sirvientes y él apenas la veía —volvió a mirar a su hija—. Eras una niña muy afectuosa. Te habrías muerto de pena en esa situación. No pude hacerlo. No pude devolverte. Y él nunca cambió. Envió a su hija Paula a un internado cuando apenas tenía ocho años.
Alejandra miró a Pau con los ojos llenos de lágrimas.
—Me dolía mucho que te tratase así. Quería a tu hermana con todo mi corazón y a ti por extensión. No podía cambiar tu vida, pero tampoco permitir que tu padre le hiciera lo mismo a Lucía.
—Lo entiendo —dijo Pau. Y era verdad. Ella era quien había vivido en ese vacío emocional—. Me alegro de que mi hermana no viviera una infancia como la mía. Me alegro de que te tuviera a ti.
—Pero mi hermana me necesitaba. Si me hubieras devuelto, nos habríamos tenido la una a la otra —susurro Lucía.
—Lo pensé, pero no podía sacrificar tu felicidad por la suya —Alejandra ocultó el rostro entre las manos y empezó a sollozar—. Lo siento.
El padre de Pau se sentó al otro lado de Alejandra y la abrazó como si él fuera el único en la habitación capaz de entender su dolor y culpabilidad. Y quizá fuera verdad. Si todo lo que había dicho desde su infarto era verdad, su sentimiento de culpabilidad por cómo había tratado a Pau era tan fuerte, si no más, que el de Alejandra.
—Si mi padre biológico era tan horrible, ¿por qué no la amenaza con la cárcel ni le grita? —preguntó Lucía a Pau, con ojos llenos de confusión.
—Estuvo a punto de morir hace unas semanas y eso lo ha cambiado. Creo que por fin me quiere y sé que también te querrá a ti.
—Pero, ¿mi madre?
—A tu madre no le ocurrirá nada. Papá no quiere hacerle daño y yo tampoco. Sólo quiero conocerte. También me gustaría conocerla a ella, si me deja. Fue una buena madre para ti. Te cuidó y, por lo que he oído, sé que no actuó con malicia.
—¿Eres real? —preguntó Lucía—. Nadie reacciona así a algo como esto.
—Pau es una mujer especial —rió Pedro, abrazándola.
—Me alegro —a Lucía le tembló la barbilla—. No quiero que mi madre sufra.
—Eso no ocurrirá —aseguró Miguel, sin soltar a la llorosa mujer—. Cuidó de mi hija mejor que yo. Dejé de buscarte cuando sólo había pasado un año. No tengo excusa para eso. Fui un mal padre para tu hermana, pero ella me quiere aun así.
—Hay padres peores que tú, mucho peores —dijo Pau.
—Gracias, cariño, pero cuando pienso en las veces que tus ojos me suplicaban que te demostrara afecto y no lo hacía… Nunca me perdonaré a mí mismo.
—A veces me abrazabas.
—Apuesto a que recuerdas cada vez porque eran tan poco frecuentes.
—Fuiste un auténtico bastardo —dijo Lucía.
—Sí. Lo fui y gracias a Dios, Pau nunca se rindió. He comprendido mis errores y quiero compensarlos. Creo que podemos construir una familia. Todos nosotros, si están dispuestas.
—No dejaré a mi madre de lado.
—Igual que a Pau, me gustaría llegar a conocerla.
Al oírlo, Alejandra se apartó de sus brazos y se limpió el rostro. Parecía destrozada y atónita pero en paz.
—Llevo años aterrorizada. No puedo creer que esto esté sucediendo así.
—Habría sido muy distinto… hace unas semanas —dio el padre de Pau con una mueca.
—Me alegro de que no me encontraras entonces.
Pau estuvo de acuerdo, pero no dijo nada. La visita adquirió un tono más positivo a partir de ese momento. Pau se retrajo, escuchando a su padre hablar con Lucía y con Alejandra. Absorbió todo lo que decían y disfrutó oyéndolo, pero no podía participar.
Se sentía tan asombrada y traumatizada por los hechos como Lucía. Aún no se había acostumbrado a tener un padre que quisiera serlo de verdad, y además tenía una hermana. Había estado sola tanto tiempo que no sabía cómo ser parte de una familia y se preguntaba si ésa era una de las razones por las que había retrasado hablar de su relación con Pedro.
Supo que Lucía estaba allí para rodar una sesión y pensaba reencontrarse con Carlos después. Hablaba de él con mucha animación y eso hizo sonreír a Pau y a su padre. Pedro encargó la cena por teléfono y comieron juntos, aún hablando.
—Pau necesita descansar —dijo Pedro  ya tarde, levantándose—. Han sido unas semanas muy traumáticas para ella. Quizá podríamos seguir mañana.
—No has dicho mucho —Lucía la miró y se mordió el labio con un gesto que Pau reconoció.
—Estoy absorbiéndolo todo. No estoy… acostumbrada a ser parte de una familia —explicó.
—Nuestro padre parece un hombre maravilloso, es difícil creer que te criara como supuestamente hizo.
—No es tan malo como lo pintan —sonrió Pau.
—Sí. Lo fui.
—Ya no importa —Pau se encogió de hombros—. Eres mi padre y te quiero. Siempre te quise. Pero esto de la familia… tardaré en acostumbrarme. Me gusta, eso sí —volvió a sonreír con sinceridad.
—Tengo la sensación de que tú también vas a gustarme —apuntó Lucía.
—Tendrás que quererla, igual que ella te querrá a ti —corrigió Pedro con una sonrisa cálida—. Es adorable y es obvio que tú también eres muy especial.
Pau se sintió mareada. Las indirectas de Pedro se sucedían, no las estaba imaginando.
—Me gustaría quedarme un rato aquí… —dijo su padre—. Para hablar con Alejandra de lo que opinan mis abogados respecto al secuestro y sus repercusiones.
—¿Irá todo bien? —preguntó Pau—. ¿No irá a la cárcel?
—No. Ya he tomado medias para que Alejandra no sufra las consecuencias de la tragedia de su pasado.
—¿Hiciste eso antes de conocernos? —preguntó Lucía  con voz de admiración.
—Sí.
—Gracias —se levantó de un salto y lo abrazó.
Pau sintió un pinchazo… no de envidia, sino de tristeza. Quería a su padre, pero se preguntaba si llegaría a tener una relación tan espontánea con él como la que ya estaba desarrollando su hermana. Incluso si no lo conseguía, todo sería mejor que antes. Se sentía bendecida. Superada, pero bendecida.
—Entonces, ¿no les importa que me vaya al hotel?
—No, claro que no. Me alegro mucho de que tengas a Pedro  para cuidarte —dijo Alejandra, como si también fuera la madre de Pau. Fue muy agradable.
Pau  descubrió que Pedro había reservado una habitación para los dos en el hotel. Su maleta estaba con la de ella, junto a la pared.
—¿Compartimos habitación? —preguntó.
—Siempre.

3 comentarios:

  1. Wowwwwwwwww, qué intensos los 4 caps Naty. Muy buenosssssssss!!!!!!!!!!!

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  2. Hermosos capítulos! Me encantó la manera en que todos manejaron la situación! hasta Miguel!

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