sábado, 27 de junio de 2015

Amor Del Corazón: Capítulo 28

—Me gusta proporcionarle estímulos de color.
—Me parece una pena desaprovechar así las flores. Creo que es demasiado pequeña para darse cuenta.
—No te gustan los niños —dijo Paula, sin quitar la vista de su hija.
—Me molestan —reconoció Ana, qué también miraba a Sofía—. Pero la verdad es que nunca he tenido a muchos a mi alrededor. Si hubiera sido así, a lo mejor las cosas habrían sido distintas.
Paula la miró.
—Tú también tuviste un hijo.
Ana la miró a los ojos.
—Y tuve también las mejores niñeras; el dinero de mi padre me las proporcionó.
Paula se preguntó si habría un rastro de arrepentimiento en su tono de voz. Pero lo cierto era que no lo creía.
Ana sacó unas tijeras de podar del bolsillo y las miró.
—He venido a cortar unas flores para colocarlas en la mesa esta noche.
Hizo una pausa, observando a Sofía mientras alzaba las piernecitas en el aire.
—No recuerdo a Pedro a esta edad, lo recuerdo cuando ya era un chiquillo, siempre persiguiendo algo. En aquella época vivíamos con mi padre, que tenía un patio enorme en la parte de atrás de la casa. Le colocamos un columpio y después un fuerte para que jugara —Ana se volvió a mirar a Paula—. Pienses lo que pienses, Paula, quiero a mi hijo.
—No lo demuestras muy bien —contestó Paula.
Ana se encogió de hombros.
—Supongo que no soy de las que demuestra mucho sus sentimientos.
—No me refiero sólo a darle un abrazo de vez en cuando, aunque seguramente a él le haría mucho bien a pesar de ser ya un hombre. Hablo de demostrarle amor interesándose por lo que quiere y apoyándolo.
—Siempre apoyo a mi hijo —dijo Ana  en tono seco.
—¿Entonces por qué tuvo que buscar a una camarera con quien casarse sólo para darle en las narices a su familia? —le preguntó Paula—. Comprendo que Roberto se comportara como lo hizo; fíjate en lo que os hizo a tu marido y a ti. Aunque, por lo que dijo anoche, parece que se arrepiente. Pero tú deberías haber estado al lado de tu hijo —Paula sacudió la cabeza, como si de repente lo viera claramente—. Olvídalo, una mujer que no apoya a su marido tampoco va a apoyar a su hijo.
—Me parece un juicio bastante duro viniendo de alguien que no sabe nada de lo que ocurrió —saltó Ana.
—Lo que yo sé es que nadie podría sobornarme para que abandonara a Pedro—contestó Paula.
Se volvió hacia Sofía, deseando que Ana no hubiera aparecido por el jardín. ¡Ojalá se marchara pronto!
—No es lo mismo. Tú sabes que Pedro tiene suerte en los negocios. Horacio era joven y pobre. Sólo teníamos veintitantos años y al casarme con él descubrí una vida que no conocía. No quise ser siempre pobre. Tú has sido pobre; ¿te gustaba? Sospecho que el deseo de escapar de una vida como la que llevabas te empujó a aceptar la descabellada proposición de matrimonio que te hizo Pedro. Tú aceptaste por dinero, igual que yo.
—Eso no es del todo cierto —respondió Paula, consciente de que había algo de verdad en las palabras de Ana—. Es verdad que acepté por dinero, pero fue por mi hija. ¿Esperabas que un hombre de veintitantos años poseyera la riqueza de tu padre? Roberto tendría unos cincuenta años cuando te casaste. A él le había dado tiempo de construir una vida acomodada. Pedro tiene treinta y dos años y también ha tenido tiempo de hacerse de una profesión con la que gana dinero. Además, ha tenido la ayuda de su abuelo. ¿Quién te dice que tu marido no habría conseguido tener éxito en el terreno profesional a los treinta años? Quizá sea ahora el doble de rico que tu padre.
Ana  la miró muy sorprendida.
Paula  miró hacia la casa. ¿Dónde estaba Pedro? ¿O Mirta? ¿O alguien que interrumpiera aquel incómodo tete a tete con Ana?
De mala gana se volvió a mirar a Ana.
—En realidad no es asunto mío, Ana. Dentro de un par de semanas desapareceré de tu vida. Si pudiéramos tolerarnos la una a la otra durante ese tiempo sería lo mejor. Después no volverías a yerme.
—Ojalá pudiera estar segura de ello —dijo Ana despacio.
Se quedó mirando al bebé unos minutos y sus facciones se suavizaron. Cuando Sofía agarró un puñado de margaritas, Ana se las quitó antes de que la niña se las metiera en la boca.
—¿Quieres tenerla en brazos un rato? —le dijo Paula.
Ana vaciló y luego asintió con la cabeza. Estiró los brazos y levantó a la niña de la manta con cuidado, sonriéndole. Se acomodó en el banco y empezó a hablar en voz baja con el bebé.
Paula la miraba, sorprendida por el cambio en la expresión de Ana. Se pasó casi diez minutos jugando con Sofía, entonces levantó la cabeza, muy nerviosa.
—Tengo que colocar las flores para la cena. Tenemos una invitada —le pasó a Sofía—. Intenta ponerte algo apropiado.
—¿Por Fernanda? Pedro me dijo que iba a venir.
Paula se negaba a mirarla a los ojos; no tenía intención de darle a esa mujer un motivo que después pudiera utilizar contra ella. Si sospechaba lo celosa que Paula  estaba de Fernanda, Ana lo utilizaría sin duda.
Mientras la observaba cortar las flores, Paula se preguntó si Ana le tomaría cariño alguna vez.
Paula no le comentó nada a Pedro de la visita de Ana al jardín cuando éste se unió a ellas media hora después. Jugó con Sofía, acariciándole las mejillas con los pétalos de una margarita y ella intentaba agarrarla con sus manitas. En dos ocasiones el bebé le sonrió y a Paula le hizo una ilusión tremenda, ahí tumbada sobre la manta, observándolos medio adormilada al calor de la tarde. En pocas semanas todo aquello se acabaría para ella, pero hasta entonces se dejaría llevar y se sentiría feliz. Disfrutaría del momento y luego se marcharía sin mirar atrás.
Paula asomó la cabeza en la habitación de Sofía  una vez más. Sabía que estaba intentando aplazar lo inevitable, pero no tenía ganas de bajar. Hacía unos minutos había oído el timbre de la puerta seguido del murmullo de voces y supo que Jeannette había llegado. De haber sido más inteligente, habría estado ya preparada en el salón para cuando llegó la invitada. Pero Paula aplazó el vestirse hasta después de que Pedro lo hiciera y bajara al salón. En ese momento haría su entrada, pero Fernanda ya se habría establecido a gusto entre los miembros de la familia Alfonso.
Por otra parte Paula esperaba fervientemente que Pedro  controlara sus emociones y que Paula no percibiera ninguna señal de afecto hacia su prometida. Después de una tarde tan maravillosa, no se veía capaz de soportar algo así.
Si seguía tardando, Pedro enviaría a Mirta a buscarla y eso sería aún peor. Sacó fuerzas de flaqueza, aunque en realidad prefería quedarse a comer en su dormitorio. Esbozó una sonrisa artificial y empezó a bajar las escaleras.
Al entrar al salón Paula vio que Pedro no estaba presente. Vaciló sólo un instante y fue hacia el sofá, preguntándose dónde estaría él.
—Buenas tardes —Ana le miró el vestido de arriba abajo y luego se volvió a Fernanda—. Creo que ya conoces a Paula.
—Sí. ¿Cómo estás?
Fernanda esbozó una sonrisa tan falsa como la suya. Eso le aseguró a Paula que ella no era la única que estaba algo nerviosa. Paula contestó y se sentó en una de las sillas tapizadas de brocado.
—¿Dónde está Pedro? —preguntó.
—Ha recibido una llamada telefónica justo antes de llegar Fernanda. Estoy segura de que volverá en un instante —contestó Ana.
Reinó el silencio unos minutos. Fernanda  la evaluó con la mirada, pero sin disimulo y a Paula le costó un gran esfuerzo aguantar el tipo.
—Siento haberlos hecho esperar —dijo Pedro, al entrar a toda prisa en la habitación.
Paula levantó la cabeza y sonrió y el corazón le dio un vuelco al verlo. Él la miró a los ojos y asintió con la cabeza.
—Estás muy bonita, cielo —dijo con naturalidad.
Se acercó a Fernanda y le tendió la mano, pero ella se levantó enseguida para plantarle un beso en la mejilla.
—Me alegro tanto de que me invitaras a cenar, Pedro—dijo con voz sensual.
—Siempre es un placer tenerte entre nosotros, Fernanda. Estás tan preciosa como de costumbre.

3 comentarios:

  1. Pero qué desgraciado este Pedro, le quiere dar celos a Paula??? Se le va a ir y después q no se queje

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  2. Qué le pasa a Pedro que está tan amble con Fernanda??? Muy buenos capítulos! pero que bronca q haga eso!

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  3. mmmmmm ! acá hay gato encerrado... o gata jajajajqjqjq

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