—Sonrían—dijo Belinda—. Vamos, no quiero repetir el rollo de la mañana de Navidad. Piensen algo bueno, por ejemplo, vuestra última noche de sexo.
Ella lo miró y descubrió que él la miraba. Recordó todo lo ocurrido aquella noche. Sus caricias, su risa, cómo la había excitado una y otra vez.
—Perfecto —dijo Belinda—. Sigue mirándolo así. Vale, ahora piensa en algo divertido, por ejemplo, Pedro vestido con un disfraz de pollo.
Paula notó que su boca se torcía al pensar en esa imagen. Luego se echó a reír.
—Vaya, gracias —protestó él.
—Serías un pollo genial.
—Ahora mi vida está completa.
Paula seguía riéndose cuando Belinda les dijo que ya había acabado.
—También enviaré estas fotos a Julia y a Felipe —dijo—. Reservaré la fecha, a espera de confirmación.
—Gracias por todo —le dijo Paula—. Eres fantástica —Paula y Pedro salieron.
—¿Sigue en pie lo de la boda del sábado? —preguntó Pedro, cuando llegaron al coche de ella.
—¿Te refieres a la boda en la que quieres que nos colemos? A mí me da vergüenza.
—Vamos a oír a la orquesta. Eso no es colarse. No comeremos nada. Todo irá bien.
—Nunca me he colado en una boda —dijo ella—. Será algo muy especial.
—Te gustará
Ella se despidió con la mano y subió al coche. Él se marchó al suyo. Antes de arrancar, Paula pensó en lo que había dicho él de tener hijos sin una mujer en su vida. Aunque admiraba su deseo de tener una familia, la entristecía que se limitara tanto negándose a confiar en nadie.
Irónicamente, eran dos lados opuestos del mismo problema. Él confiaba en sí mismo y en nadie más. Ella confiaba en todo el mundo, menos en sí misma. Los dos necesitaban tener fe y arriesgarse, pero no sabía si serían capaces. Y si no lo eran, quizá nunca encontrasen lo que deseaba su corazón.
El sábado por la tarde, Pedro condujo hacia la universidad. Paula lo había llamado para que la recogiese allí, en vez de en su casa, para ir a escuchar a la orquesta. Le había dado indicaciones.
Encontró la calle, giró a la derecha y buscó el número. Vió a Paula antes de ver la casa. Estaba en el jardín con un tipo alto y guapo, y se hacían señas.
El tipo le dio un abrazo a Paula. Ella se rió y lo besó en la mejilla.
El sintió un latigazo frío y oscuro en el vientre. Estrechó los ojos mirando las señas que hacía Paula. Era obvio que conocía bien al hombre. Se preguntó de qué demonios estarían hablando.
Siguieron haciendo gestos, luego Paula se dio la vuelta, lo vio y saludó con la mano. El tipo lo miró, la abrazó de nuevo y entró en la casa.
Mientras iba hacia el coche, Pedro se debatió entre su irrazonable enfado y admirar cómo el vestido que llevaba puesto dibujaba sus curvas. Verla con sandalias de tacón alto, pendientes y el pelo recogido era todo un cambio.
—Estoy lista para mi noche delictiva —dijo ella, abriendo la puerta y sentándose—. Pensé en traer máscaras para que nadie nos reconociera, pero temí que eso llamara más la atención.
El ignoró la broma y miró la gran casa.
—¿Sales con universitarios?
—¿Salir? Ah, no. Es David, está en el último curso e interpreto para él. Tiene una cita y su coche se ha estropeado, así que le he prestado el mío. No suelo hacerlo, pero piensa declararse esta noche, así que me pareció una buena causa —aclaró ella. Lo miró con una mezcla de exasperación y humor en los ojos.
—Sólo me lo preguntaba —se defendió él.
—Ya. Por eso te has puesto primitivo conmigo.
—¿Primitivo? Qué va, no es mi estilo.
Nunca. Eso requeriría celos y los celos implicaban amor. Dulce le gustaba, pero sólo eran amigos.
—Eres raro, Pedro —murmuró ella—. ¿Lo sabías?
—Nada de raro. Encantador, guapo, sexy, misterioso.
—Complicado, diría yo, nada más.
—Eso es porque no quieres admitir cuánto te atraigo.
—Será eso —farfulló ella.
—La recepción es en Beverly Hills —dijo él, arrancando—. Entramos, sonreímos, damos la enhorabuena, escuchamos la música y nos vamos.
—Lo que tú digas —aceptó ella—. Tú eres el delincuente profesional. Esta será mi primera vez.
—Sólo vamos a escuchar la música, eso no va contra la ley.
—Los delincuentes siempre tienen una excusa. ¿Está Felipe al tanto de tus ilegalidades? Son socios, seguramente debería protegerse. Dentro de nada empezarás a sisar dinero de la empresa.
—Yo no siso —dijo él, con expresión dura.
—Claro que no. Eres un santo. Si tu tía Ruth te viera ahora...
—¿Te ha llamado? —aprovechó para preguntar él.
—¿Mi abuela? —Paula lo miró sorprendida—. No. ¿Iba a llamarme?
—No. No te preocupes —dijo él.
—No puedes decir algo así y luego dejarlo pasar. ¿Qué ha ocurrido?
—Me ha llamado un par de veces desde que estuvo en la tienda. Hizo un par de sugerencias poco sutiles para que pasáramos «al siguiente nivel».
—Supongo que no se refería a que volviéramos a acostarnos juntos —Paula hizo una mueca.
—No exactamente —pero su tía había hablado de «pasión» varias veces, llevando la conversación a un tema que Pedro no iba a comentar con ella.
—Esto no te va a gustar, pero también se lo cotilleó a Julia, que debe de habérselo dicho a Felipe.
—¿Tu abuela le contó a tu hermana que hemos tenido una relación sexual?
—Sí. He recibido un par de mensajes indignados de Julia. Le fastidia estárselo perdiendo todo.
—¿Qué le contestaste? —él se preguntó a santo de qué quería tener una familia, si funcionaba así.
—Que le daría detalles cuando volviera —le sonrió—. Estamos muy unidas.
Él supuso que estaba bromeando. Luego se lo pensó mejor. Las mujeres hablaban entre ellas, y sólo Dios sabía de qué. Al igual que cualquier tipo normal, a él no le interesaba saberlo.
—Lamento que Ruth se esté poniendo difícil —dijo—. ¿Puedes ignorarla o quieres que le diga algo?
—No es a mí a quien telefonea, con ignorarla me basta. ¿Supone un problema para ti ignorarla?
—No —quería mucho a Ruth, pero ella no iba a decirle qué hacer. Sabía que quería verlo casado, pero eso no iba a ocurrir.
—Lo del sexo seguramente fue un error —musitó Paula— Es buena idea que no vayamos a repetir.
El pensó en lo fantásticos que habían sido juntos. En cuánto había disfrutado dándole placer, saboreándola y tocándola. En lo fácil que había sido hablar y reír. En cuánto seguía deseándola.
—No podría estar más de acuerdo —dijo.
Paula pensó que el hotel parecía salido de una película, mientras recorría con Pedro el pasillo que llevaba al salón de baile con vistas al jardín privado.
Entraron sin que nadie les hiciera preguntas o los acusara de no tener invitación, pero ella se sentía como si toda la sala supiera que eran impostores.
—Relájate —dijo Pedro, rodeando su cintura con un brazo—. Debe de haber más de trescientas personas aquí. Nadie se fijará en nosotros.
—Vale, pero nada de comer o beber.
—No te gusta romper las normas, ¿eh? —sonrió él.
—Sólo lo hago en momentos muy específicos. Como cuando sólo dejan meter cuatro prendas en el probador. Esa me la salto siempre que puedo.
Rodearon la pista de baile, evitando las mesas que había al final. Un camarero se acercó y les ofreció un canapé. Pedro estiró la mano, pero ella se lo impidió.
—Se supone que no debemos comer —le dijo, con voz grave e intensa—. Mira, se preparan para tocar. Genial, podemos escuchar un rato y marcharnos.
—Cobarde.
—No pienso hacerte caso —miró a la pequeña orquesta sentarse—. Tienes razón, no son muchos. ¿En qué habías pensado? ¿En la sala adjunta al salón de baile de la abuela Ruth?
—O en el hueco que hay entre las columnas. El sonido sería mejor desde allí.
—Buena idea. Ojalá empezaran ya.
Una pareja mayor, muy bien vestida, se acercó.
—Somos Kitty y Jason Sampson —dijo la mujer, buscando la mano de Paula—. Les agradecemos que hayan venido.
Paula se quedó helada. ¡Los habían pillado!
—Todo es perfecto —dijo Pedro con una sonrisa serena— Impresionante. Un día tan feliz.
—¿Verdad? —Kitty sonrió de oreja a oreja—. Estamos encantados.
Cuándo se van a dar cuenta que están destinados a estar unidos??? Me encanta esta parte de la historia Naty.
ResponderEliminarmuuuy bueno.. Naty... me puse al dia con esta historia.
ResponderEliminarHermosos capítulos! Todo el mundo ve lo que ellos sienten y se niegan a reconocer!!!!
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