El club de campo resultó ser mucho menos impresionante de lo que Paula imaginaba.
Cuando por fin llegaron a la fiesta, Paula pensó que el lugar era bonito; sin embargo, no más elegante que un hotel de cuatro estrellas de Baltimore. La entrada con columnas ¿tampoco era tan impresionante como la entrada de la mansión de Max, y en cuanto a las arañas de cristal y los muebles, resultaban simplemente elegantes.
La comida también resultó mejor de lo que esperaba, pero de los invitados no tuvo una opinión tan positiva. Pedro le presentó a varias personas, agradables en general, y algunos pensaron que eran pareja. Pedro no hizo nada corregir el error y ella se lo agradeció. Durante la velada, fue muy consciente de las miradas de la gente. Las mujeres la observaban con atención y se fijaban en su vestido y en sus joyas. Los hombres, en cambio, intentaban imaginársela sin vestido y sin joyas; y en las escasas ocasiones en las que se encontró a solas, siempre se le acercó alguno.
Hasta el momento, los invitados se comportaban con ella tal y como lo habrían hecho en el Flanagan, pero con más educación.
-¿Te estás divirtiendo? -preguntó Pedro, que acababa de volver con dos copas de vino.
Paula se encontraba junto a las puertas que daban al jardín, observando a las parejas que bailaban en la pista.
-Sí.
-Hasta ahora, nadie te ha tomado por una impostora...
-La noche aún es joven.
Pedro la miró con intensidad y ella se estremeció. Ciertamente, la noche todavía era joven. Y estaba deseando acostarse con él.
-¿Tienes frío?
-No, estoy bien.
-Entonces, vamos a bailar.
-Oh, no, bailar no es una de mis habilidades. Pedro le quitó la copa de la mano y la dejó en una mesa.
-Limítate a seguirme y lo harás bien. Paula estaba aterrorizada ante la perspectiva de bailar, así que pasó al ataque.
-Por si no te habías dado cuenta, no tengo la costumbre de seguir a ningún hombre.
Pedro la tomó del brazo y se inclinó sobre ella.
-Ya lo sé, pero sígueme en la pista de baile. Solo es una excusa como otra cualquiera para poder abrazarte delante de todo el mundo.
-Dicho así...
Paula vio que Max los estaba observando. El anciano asintió y sonrió al verlos; todavía estaba hablando con los organizadores del evento, del que pretendían sacar fondos para obras de caridad. Aquello mejoró todavía más la buena opinión que ya tenía de Max. Al parecer se estaba gastando una verdadera fortuna en ayudar a niños con problemas.
-¿Paula? -preguntó Pedro.
Pedro la miró, esperando que lo tomara entre sus brazos para bailar, y ella no tuvo más remedio que hacerlo.
-Nunca he bailado nada serio -se excusó ella-. Mi experiencia con el baile consiste en pasar los brazos alrededor del cuello de un hombre y frotarme contra él antes de ir a un sitio más íntimo y desnudarnos.
Pedro rio.
-No me importaría bailar contigo de ese modo, pero creo que será mejor que esta vez lo hagamos de un modo más clásico.
El hombre comenzó a moverse y ella lo siguió. Paula se sorprendió mucho al observar que no resultaba tan difícil y que aprendía con rapidez. Enseguida, se sintió completamente relajada entre sus brazos. Poco después pasaron frente a un espejo, y al ver su reflejo, sonrió. Se sentía, exactamente, como la Cenicienta. Sin embargo, pensó que Pedro no era en modo alguno como el protagonista del conocido cuento. A diferencia de él, nunca confiaría en un zapato de cristal para reconocer a su amada; le bastaría con mirarla para saber quién era. Pero después se dijo que, en la vida real, seguramente habría seducido a la Cenicienta y la habría dejado con dos palmos de narices.
-Veo que bailas muy a menudo. Eres muy bueno.
-Mi madre nos obligó a Agustín y a mí a dar clases de baile cuando éramos niños -explicó-. Pero tú también lo haces muy bien, aunque me gustaría probar con tu baile en alguna ocasión. A fin de cuentas, no me cuesta nada imaginar lo que llevas bajo la ropa.
-Pues siento decepcionarte, pero no llevo nada.
-¿Nada? ¿No llevas ropa interior?
-Bueno, llevo el sostén. Pero no llevo braguitas.
Aquella confesión lo dejó tan desconcertado y excitado que tuvo que hacer un verdadero esfuerzo para concentrarse en el baile. Pero no lo consiguió del todo y tropezó varias veces,
-Eres terrible -dijo él.
-Pensé que ya lo sabías -dijo, arqueando una ceja-. Sin embargo, debo confesar que llevo ropa interior casi todo el tiempo.
-Menos esta noche... Ella se encogió de hombros. Siguieron bailando, apretados el uno contra el otro, suavemente.
Creo que a mí también me gusta tu forma de bailar -dijo ella.
-Me alegro, porque me has provocado tal erección, que no podría salir de la pista de baile en este momento -declaró él, en voz baja-.¿Vas a decirme por qué no llevas braguitas?
-Porque eran demasiado pequeñas y me resultan incómodas.
-¿Y no podrías haberte puesto otras?
-No -respondió-. Este vestido es precioso y no llevo nada en mi equipaje que le haga justicia.
Él asintió.
-Estoy de acuerdo con tu razonamiento. Además, así es mucho más especial. Pero hay un problema, desde mi punto de vista...
Paula lo miró con curiosidad.
-Es un vestido de seda y con la seda se nota mucho la humedad. Será mejor que tengas cuidado y no te excites -declaró, mientras acariciaba su espalda con malicia.
Paula se puso inmediatamente tensa,
-Oh, ¿tal vez es demasiado tarde? -preguntó él.
-Probablemente será demasiado tarde antes de que regresemos a casa. Pedro se estremeció al imaginarla dispuesta y excitada. Recordó la noche anterior, sus caricias y la forma en que había gritado cuando se introdujo entre sus piernas. Solo deseaba una cosa: entrar en ella una vez más.
-Vamonos de aquí -dijo él.
-¿Y qué hay de Max?
-Hemos venido en coches distintos. Paula sonrió.
-Qué suerte...
-Si Max no se hubiera marchado por su cuenta, yo habría encontrado alguna excusa para que viniéramos en coches diferentes.
-¿Cómo?
-No lo sé, pero se me habría ocurrido algo. Paula se apretó un poco más contra él y sintió su erección.
-Parece que ya ha ocurrido algo...
-Sí, y me temo que va a seguir así, de modo que tendremos que seguir bailando para ocultarlo -bromeó.
La mujer pensó que era hora de tomar cartas en el asunto y se apartó de él para marcharse de allí, pero lo hizo de forma tan brusca que chocó contra otra persona.
-¿Ansiosa?
-Sí.
-Yo también.
Paula consiguió mantener la calma unos segundos más, hasta que Pedro se relajó un poco y pudieron salir de la pista de baile. Caminaron hacia Max para contarle que se marchaban a la mansión y al anciano no pareció importarle en absoluto. De hecho, les comento que él pensaba seguir en la fiesta un par de horas más y acto seguido los miró como si supiera exactamente lo que se traían entre manos.
Una vez fuera del club de campo, esperaron a que el aparcacoches les llevara el vehículo. Pedro ni siquiera la tocó, porque no quería excitarse más antes de alejarse de allí; y ella tampoco lo tocó a él, por razones idénticas.
Cuando por fin entraron en el coche, Pedro arrancó y lo detuvo a unos docenas de metros del lugar.
-Lo siento, pero no puedo esperar más...
-Yo tampoco.
Los dos se quitaron los cinturones de seguridad y se besaron apasionadamente.
-Te deseo tanto -murmuró él, apretándose contra el cuerpo de su amante.
Pedro la tomó entre sus brazos y la sentó en su regazo. Ella se frotó contra él y de inmediato sintió su erección.
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