domingo, 3 de mayo de 2015

Herencia de Amor Parte 3: Capítulo 29

El martes, después del trabajo, Pedro revisó la correspondencia. Había un sobre grande y rígido sin remite debajo del montón.
Lo abrió y sacó varias fotos. Eran las que había sacado Belinda. Las muestras que había enviado a Julia y a Felipe. Por lo visto, la fotógrafa había decidido enviarle copias.
Estudió las fotos. Paula estaba en sus brazos, mirándolo, sonriente. Él la miraba con tal intensidad que se preguntó qué había estado pensando.
Había fluidez en su postura y una conexión. La cámara había captado lo que él no se había permitido ver: Paula y él parecían encajar juntos.
Vio algo más en los ojos azules de ella. Amor.
Llevó las seis fotografías a su despacho y se sentó tras el escritorio. Encendió la lámpara, extendió las fotografías y dejó que las imágenes hablaran.
En una se veía risa, en otra deseo sexual. Sus sonrisas sugerían un secreto compartido.
El dolor lo golpeó como un rayo. Lo desgarró, dejándolo expuesto y sangrante. Algo oscuro y feo rodeó su alma y empezó a exprimirle la vida.
La había perdido. Había estado tan seguro de que nunca querría a nadie que había decidido dejarla marchar antes de saber lo que era tenerla. Había asumido que ella no importaría, que no podía ser especial. Había rechazado su regalo de amor sin darse cuenta de que podía cambiarlo para siempre.
En ese momento, solo, sintió su pérdida. Anheló oír su risa, ver sus labios, tocarla, abrazarla. Quería que ella lo necesitara, no sólo en su cama sino también en su vida. Quería que lo echase de menos y envejeciera con él. Que lo amara.
Guardó las fotos. Ella había dejado muy claro que ya no estaba interesada. Que no lo quería.
Cerró los ojos un segundo y los abrió. Paula no era una persona que entregase su corazón a la ligera. Tal vez sólo había echado la llave a sus sentimientos porque todo lo demás dolía demasiado. Se preguntó si aún tendría alguna posibilidad. .
Se puso en pie comprendiendo que posibilidades, esperanzas y deseos no importaban. Siempre había sido un hombre que se partía la espalda para conseguir lo que quería. Si había dado tanto por algo tan poco significativo como un negocio, estaba dispuesto a mucho más para convencer a la única mujer a la que había amado de que le diera una oportunidad.

Paula estaba preparando café cuando llamaron a la puerta. Inmediatamente pensó que era Pedro, volviendo de rodillas para suplicarle otra oportunidad. La imagen le habría hecho gracia si no le hubiera provocado tanta tristeza. Aun sabiendo lo que él era y lo mal que había llevado la situación, deseaba con desesperación darle otra oportunidad.
Abrió la puerta y aunque no era Pedro, se alegró muchísimo.
—¡Julia! ¡Has vuelto!
Las hermanas se abrazaron, gritaron y bailaron ante la puerta. Después, Paula dio un paso atrás para estudiar los cambios de las últimas seis semanas.
—Apenas se te nota —dijo, mirando el inexistente bulto de su vientre—. Pero pareces muy feliz.
Era verdad. El rostro de Julia resplandecía.
—Soy feliz —le dijo su hermana—. Felipe y yo regresamos anoche y lo primero que he hecho es venir a verte. ¿Cómo estás?
—Estoy bien. De maravilla —entraron al piso.
—No puedes estar bien —Julia la miró poco convencida.
—De acuerdo, digamos que estoy adaptándome. ¿Qué te parece eso?
—Mejor —Julia la abrazó de nuevo—. ¿Sientes lo del bebé?
—Sí y no. Me emocionó la idea de estar embarazada. Me aterrorizaba y excitaba a un tiempo. Después, cuando Pedro reaccionó así, supe que tener un hijo con él sería un gran error. No está preparado para confiar en nadie. No puedo tener una relación con un tipo que está tan dispuesto a pensar lo peor de mí. Y menos un bebé suyo. Así que no estar embarazada es una buena noticia, ¿no crees?
Paula  hacía lo posible por hablar con calma, ser lógica, racional y sensata respecto al tema. Pero en realidad le dolía el corazón. Echaba de menos a Pedro y al inexistente bebé; era una locura porque no sabía cuándo volvería a sentirse como antes.
—Oh, Paula —murmuró Julia— Lo siento mucho. Todo. No debería haberos pedido que organizaran juntos la boda.
Paula le dio la mano y la condujo al sofá.
—Tú no tienes nada que ver con esto —dijo Paula con toda sinceridad—. Pedro y yo somos responsables de lo ocurrido. Pensé que estaba a salvo de alguien como él. No es mi tipo en absoluto.
—Por lo visto sí —la contradijo Julia.
—Ya. Lo cierto es que nos sentimos atraídos, yo me dejé llevar por esa atracción y metí la pata. Pensé que era más de lo que era. Acabó mal, pero al menos sé la verdad sobre él. No me pasaré el tiempo echando de menos a un hombre que nunca podría ser lo que yo necesito.
—Entonces, ¿lo has superado? —preguntó Julia, con voz dubitativa.
—Estoy trabajando en ello. La buena noticia es que si me enamoré de él, puedo enamorarme de otra persona. Sólo será cuestión de tiempo.
—¿Así de fácil?
—No creo que vaya a ser fácil —pensó en Pedr, en lo bien que lo pasaban juntos y en cuánto se parecían— Lo echo de menos. Lo echaré de menos mucho tiempo, pero me recuperaré y seguiré adelante con mi vida.
La verdad era que no se imaginaba queriendo a nadie como quería a Pedro. Peor aún, aunque nunca lo confesaría, por fin entendía a su madre. Ella también se conformaría con un trocito de Pedro, si no podía tenerlo entero. Gracias a Dios, no tenía esa opción.
—¿Qué me dices de la boda, del ensayo y de la cena preliminar? —preguntó Julia— ¿Será demasiado horrible para ti? ¿Preferirías no participar?
—Es tu boda —Paula movió la cabeza—. Claro que iré. Te quiero y quiero ver cómo Felipe y tú se casan. Además, he invertido mucho tiempo en la organización.
—Pero Pedro...
—Podré soportarlo —prometió ella, esperando que fuera verdad—. Es una noche y un día. Soy dura. No te preocupes por mí. Concéntrate en ti misma y en tu día feliz. Vas a casarte con Felipe.
—Lo sé. No puedo creer que haya tenido la suerte de encontrarlo —Julia sonrió con tanto amor que iluminó la habitación—. Gracias por todo lo que has hecho. Gracias por hacer que sea una boda perfecta.
Paula parpadeó para contener las lágrimas.
—No me des las gracias todavía. Aún no has visto nada. Dijiste que querías algo relacionado con la selva como tema, ¿verdad? Porque hemos encontrado unas preciosas jirafas de peluche como regalo para los invitados, por no hablar de un CD de «sonidos de la jungla» para ponerlo en la recepción.
—No es posible —Julia tragó saliva—. ¿Bromeas?
—Espera y verás.

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