martes, 19 de mayo de 2015

Entre Dos Hombres Parte 2: Capítulo 25

Pedro se apiadó de ella durante el curso de la noche y dejó de contar en voz alta al llegar a cinco. Pero cuando por fin amaneció y el sol comenzó a iluminar la habitación, sabía que Paula había tenido al menos siete u ocho orgasmos.
Había sido una noche muy satisfactoria, y no solo para ella. Pedro no recordaba haber tenido una experiencia tan erótica en toda su vida.
No se cansaba nunca de aquella mujer. Adoraba cada beso y se volvía loco con el sonido de sus gemidos y de sus gritos. Paula se había comportado entregándose completamente a él, de un modo tan erótico que, cuando la llevaba a las más altas cotas del placer, lo retaba para que siguiera ascendiendo. Y ese era un reto al que no se podía resistir.
Habían hecho el amor durante horas. Pedro había tenido que concentrarse a fondo para centrase en ella, en tocarla, en probarla, en llevarla a un punto de absoluta desesperación antes de tomarla. E incluso entonces, se lo tomó con calma y lo extendió todo el tiempo que pudo.
Pedro se preciaba de tener mucha experiencia en la cama, pero aquella noche, en brazos de Paula, se había dado cuenta de que jamás había probado una piel como la suya. Entre ellos había deseo, sí, pero también había emociones.
-Esto es una locura -dijo mientras se levantaba de la cama.
Se dijo que efectivamente era una locura, una locura real. Paula le gustaba mucho más que ninguna de las mujeres que había conocido, y empezaba a sentirse algo confuso por los sentimientos que albergaba hacia ella. Si eso no era amor, no sabía lo que era.
La había deseado desde el momento en que se conocieron. Pero había algo aún más importe: le gustaba, le encantaba su carácter, sus lucidos y humorísticos comentarios, su confianza en sí misma, su actitud, su compañía y el hecho de que fuera tan imprevisible como para no saber nunca qué iba a hacer después.
Sin embargo, se iba a marchar el domingo. Y era una idea que lo desesperaba por completo.
Una vez más, se dijo que, si resultaba ser la nieta de Max, permanecería más tiempo en Atlanta. Max y Paula no habían vuelto a hablar sobre la posibilidad de hacer el examen de ADN, pero Pedro quería que las cosas fueran más deprisa. Tal vez fuera cierto y estuviera enamorándose de ella.
No quiso pensar en ello porque era demasiado temprano y porque no sabía si realmente podría sentar la cabeza con aquella maravillosa mujer.
-Paula...
La echaba de menos. La había dejado en su dormitorio dos horas antes para que no los encontraran juntos, así que se lavó un poco y se puso unos pantalones. Al salir de la habitación, se dirigió directamente al alojamiento de su amante, pero vio que la puerta estaba abierta y supuso que habría bajado a desayunar.
En lugar de ducharse y de vestirse para ir a trabajar, bajó directamente al piso inferior. Paula  le había comentado a Max la noche anterior que le gustaban mucho los parques de atracciones, de manera que Pedro imaginó que tal vez podía llevarla a uno cercano, aunque dudaba que la mujer tuviera demasiada energía aquella mañana.
Oyó voces en el salón y se dirigió hacia el lugar. Cuando se acercaba a la puerta, distinguió un brillo  y automáticamente su corazón se aceleró.
Entró, preparado para encontrarse con su atractiva y satisfecha amante, pero se quedó helado al contemplar la escena. Paula estaba alli sin duda, y sin más ropa que un precioso bikini. Pero se encontraba en brazos de otro hombre.
A pesar de la larga noche de pasión, Paula se había levantado pronto porque estaba demasiado alterada para seguir en la cama. Había sido una madrugada maravillosa. Pedro le había hecho sentir cosas que no había sentido en toda su vida, y a eso de las dos, cuando entraron en su jacuzzi y se encontró entre sus piernas, fue consciente por primera vez de que tendría que marcharse muy pronto, unos días más, se marcharía a Atlanta, regresara a Baltimore y saldría para siempre de la da de su amante.
De todas formas, y pasara lo que pasara con Max, no podía quedarse en aquella mansión, aquello había sido como unas largas vacaciones en las que había hecho el papel de Cenicienta, pero las vacaciones siempre terminaban y debía regresar al mundo real.
Además, echaba de menos a sus amigos, a su tío Gastón e incluso a su gato. Pero sospechaba que nada sería tan duro como alejarse de Pedro el domingo. En una sola semana se había convertido en la persona más importante en su vida y en algún momento había empezado a albergar un sentimiento hacia el que se parecía peligrosamente al amor.
Todavía no estaba segura de que lo fuera. Lo poco que sabía del amor lo había aprendido de su madre real y de su madre adoptiva. Pero ese era todo el conocimiento que tenía.
Confusa, se levantó y decidió hacer algo. Suponía que Pedro todavía seguiría durmiendo, así que puso el bikini con intención de dirigirse a la piscina.
Minutos más tarde, bajó al piso inferior y creyó ver a Pedro en el salón. Estaba de espaldas a ella y decidió darle una sorpresa. Caminó hacia él, se fijó en que llevaba pantalones vaqueros y admiró su beep antes de pellizcarlo.
-¿Por qué no te pones vaqueros más a menudo? -preguntó-. Te quedan maravillosamente bien...
Él no hizo nada salvo respirar a fondo, como si estuviera muy sorprendido. Lo quería y lo deseaba tanto, que cedió a la tentación de besarlo aunque sabía que alguien podía pasar y verlos.
Enseguida, sin embargo, comprendió que algo andaba mal. Pedro no la besaba a su vez.
Lo intentó de nuevo y al acariciar su cabello notó un brillo dorado. Llevaba un pequeño pendiente de oro en el lóbulo izquierdo; un pendiente que no estaba allí horas antes.
-¿Qué diablos llevas en la oreja? -preguntó, sorprendida.
-Es un pendiente -respondió la voz de una mujer-, y estás besando a mi marido.
Completamente asombrada, Paula  se apartó y miró hacia la puerta. Y allí, contemplando la escena, estaba Pedro.
-Oh, maldita sea...
Agustín  comenzó a reír a carcajadas. También lo hizo la mujer embarazada que apareció en aquel momento y que extendió una mano para saludar a Paula.
-Hola, soy Camila y supongo que tú debes ser Paula...
Paula estrechó su mano, muy avergonzada por lo sucedido. No podía creer lo que acababa hacer, ni podía creer que aquella mujer se comportara de un modo tan amable con ella. De haberse encontrado en su caso, de haber visto que otra persona besaba a su marido, probablemente le habría dado un buen ****azo.
-Lo siento tanto, pensé que...
-Sí, pensaste que Agustín  era Pedro -dijo Camila-. No te preocupes, no eres la primera se equivoca y probablemente no serás la ultima. Yo también tardé una temporada en distinguirlos.
-Es cierto -dijo Agustín.
Pedro no parecía muy contento con lo que había sucedido, así que Paula se disculpó otra vez.
-Pedro, lo siento muchísimo. Me siento completamente *beep*.
Pedro caminó hacia ella y dijo:
-Te enseñaré una forma de distinguirnos. Yo soy el que sabe así...
Entonces, sin importarle la presencia de su hermano y de su cuñada, ni la posibilidad de que pudiera aparecer otra persona, la besó. Paula gimió y se apretó contra él, excitada. No podía imaginarse en ninguna otra parte del mundo. Quería estar allí, entre sus brazos.
-Creo que ya lo ha aprendido -dijo Camila, entre risas-. Pero, ¿qué hacen besándose aquí, delante de todo el mundo? ¿No oyeron hablar de la existencia de los dormitorios?
-Tú no eres la persona más adecuada para hablar de eso. Si no recuerdo mal, acostumbras a tener experiencias intensas en los grandes almacenes...
-Está bien, está bien... ¿Cómo lo descubriste?  Agustín no deja de jurar que él no te lo contó. ¿Es verdad que olvidó apagar una de las cámaras?
Paula no sabía de qué estaban hablando, pero notó el brillo de satisfacción en la mirada de Pedro.
-Ahora mismo no lo recuerdo-respondió Pedro-. Tengo la impresión de que Agustín me comentó algo...
-Eso es mentira -protestó Agustín-. Y será mejor que no me hagas trampas, porque podría vengarme.
Agustín  miró a Paula como para indicar a su hermano que, ahora, él también tenía un punto débil.

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