jueves, 14 de mayo de 2015

Entre Dos Hombres Parte 2: Capítulo 7

Paula no miró a Pedro porque no quería ver el posible brillo de piedad en sus ojos. Nunca había sentido lástima de sí misma y no le agradaba que los demás la sintieran por ella. Sobre todo, si era un hombre por el que sentía un intenso deseo.
-A juzgar por tu fecha de nacimiento, es muy posible que fueras concebida justo durante las semanas que mi hijo estuvo en Nueva York. Y si tú fueras realmente su hija, se podría decir que la relación de tus padres fue extremadamente... breve.
Paula  se puso tensa y supuso que el hombre haría algún comentario insultante sobre la moralidad de su madre, cosa que ella jamás habría soportado. Se dijo que, si hacía la menor mención peyorativa, se marcharía inmediatamente de aquel lugar. Pero no lo hizo.
-Es posible, por tanto, que tu madre nunca llegara a conocer el verdadero nombre de mi hijo -continuó Max-. Tal vez solo conociera su nombre artístico.
-Sí, es posible -dijo Paula.
La mujer se sorprendió de sentirse tan aliviada por el simple hecho de que Max no hubiera hecho ningún comentario negativo sobre su madre.
El anciano siguió hablando en voz baja, casi como si estuviera hablando para sí mismo.
-Y también es posible que no consiguiera ponerse en contacto con él para decirle que estaba embarazada de ti. Imagino que debió sentirse desesperada. Puede incluso que enviara tu fotografía, con el nombre de Violeta, a un club de Los Ángeles. Y puede que la carta tardara mucho tiempo en llegar a él porque no iba dirigida a su nombre real, sino a su nombre artístico -declaró Max, mirando a Paula-. Pero cuando por fin la recibió, cambió su vida.
-Son demasiadas posibilidades, demasiada especulación -insistió ella.
A pesar de todo, Paula comenzaba a pensar que las coincidencias eran tan abrumadoras, que no podía pasarlas por alto. Y empezaba a estar realmente preocupada por ello.
No quería creer que su padre había fallecido apenas unos días, o tal vez unas horas, antes de poder conocerla. No quería pensar que su madre había estado esperando durante ocho años a un hombre del que estaba profundamente enamorada y que ya había muerto. No quería pensar que Trina hubiera estado esperando a que recibiera su carta, que él tuviera intención de volver con ellas, y que la muerte lo hubiera detenido antes de poder conseguirlo.
No, era una historia demasiado triste. Y a Paula no le gustaban nada las historias tristes.
Sintió que sus ojos se llenaban, de lágrimas y apartó la mirada de los tres hombres. Cuando consiguió recobrar el aplomo, se volvió de nuevo y alguien puso una mano en uno de sus hombros, para animarla.
Era Pedro. No dijo nada. Se limitó a tocarla para que supiera que no estaba sola y la miró con intensidad y un brillo de preocupación en los ojos. Paula respiró a fondo, se cruzó de brazos y volvió a mirar a Max.
-¿Puedo preguntarte algo?
-Por supuesto.
-Si todo eso fuera cierto, aunque lo dudo, ¿por qué habéis tardado casi treinta años en localizarme?
Max miró a Facundo.
-Mi sobrino pensó algo en lo que yo no había caído. Siempre habíamos supuesto que mi hijo mantuvo una relación con alguien en California, de modo que estuvimos investigando allí. Y por supuesto, lo investigamos con su verdadero nombre, no con su nombre artístico.
Facundo sonrió. Parecía muy contento de sí mismo.
-Siento no haber pensado antes en la posibilidad de que hubiera conocido a alguien en Nueva York. Si le hubiera pedido antes a un detective que investigara los registros del norte para ver si Max Longotti o Miguel Schulz aparecían como padre en algún certificado de nacimiento...
Paula  reaccionó enseguida.
-¿Certificados de nacimiento? ¿Quieres decir que has visto el mío?
La expresión jovial de Leo no desapareció.
-No, dejé el asunto en manos del detective privado que consiguió dar con tu pista. Yo me limité a utilizar la dirección que me dio para poder localizarte.
Paula pensó que la explicación resultaba creíble y razonable. Pero no terminó de creerlo.
-¿Piensa enviar el certificado? -preguntó. Leo entrecerró los ojos con un gesto de disgusto.
-Estoy seguro de que lo enviará ahora que el caso se ha cerrado.
-Mi madre adoptiva dice que ha encontrado algunos documentos sobre mi pasado - dijo Paula, para presionar a Facundo-. Me ha dicho que me los enviará a mi casa de Baltimore.
Leo la miró en silencio durante unos segundos. Acto seguido, sonrió y dijo:
-Magnífico.
Pedro, que había permanecido en silencio durante un buen rato, carraspeó.
-¿Quieres decir algo, Pedro? -preguntó Max.
Pedro arqueó una ceja.
-Parece que no llegaréis más lejos hasta que tengáis pruebas. Pueden charlar sobre nombres artísticos, certificados de nacimientos y coincidencias en las fechas durante toda la tarde y no llegarían a  ninguna conclusión.
Paula  pensó que su intervención había sonado como si fuera un ejecutivo en una reunión de negocios. Estuvo a punto de alzar la vista al cielo y se preguntó qué habría pasado con el hombre apasionado y seductor que la había besado minutos antes.
-¿No sería más sencillo que hicierais un análisis de ADN? -concluyó Pedro.
-Ya había pensado en eso -dijo Leo, tocando el brazo de su tío-. Y conociendo vuestra desconfianza en la ciencia moderna, me he puesto en contacto con un especialista en la materia. En cuanto sepa algo de él, lo traeremos a Atlanta y le pediremos que realice las pruebas necesarias.
-Sí, sí, por supuesto -dijo Max-. Eso será mucho más concluyente que ningún certificado de nacimiento, puesto que a fin de cuentas no son del todo creíbles. Una prueba de ADN sería irrefutable.

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