jueves, 7 de mayo de 2015

Entre Dos Hombres: Capítulo 11

—Hablame de ello.
Paula se aclaró la garganta.
—Te estás sonrojando, seguro —bromeó Pedro.
—No creo que eso puedas oírlo.
—¿De verdad no te estás sonrojando, no sientes calor y debilidad en las piernas?
—Bueno, a lo mejor tienes razón —admitió.
—Hablame de ese baño —le pidió de nuevo.
Paula  se mordió el labio un instante, sin estar muy segura de que pudiera hacerlo. ¿Paula Chaves manteniendo una conversación erótica por teléfono? ¿Y si sonaba como una *beep*? ¿Y si lo hacía todo mal?
—Bueno —comenzó a decir—. Me preparé un baño con un montón de espuma y encendí unas cuantas velas que había comprado por la mañana. Después estuve en la bañera durante más de una hora.
Pedro  sonrió, mientras se recostaba en la cama del hotel desde el que la llamaba.
—Sigue.
—La fragancia del aceite del hotel olía a lilas y me dejó la piel suavísima.
—¿Y cómo estaba tu piel antes de que te secaras? ¿Sedosa? ¿Resbaladiza?
—Muy resbaladiza —casi ronroneó Paula—. Podía deslizar la mano por todo mi cuerpo con muchísima facilidad.
—¿Por tu vientre? ¿Por tus muslos?
—Sí.
—¿Por tus senos?
—Aja. Como la bañera no era suficientemente profunda, cuando me tumbaba, mis senos asomaban por el borde del agua. Y los pezones, en contacto con el aire se endurecían.
Pedro reprimió un gemido, consciente, por el tono soñador de Paula, de que había perdido la timidez y comenzaba a entregarse a su fantasía.
—¿Te los acariciabas?
—Sí.
Pedro  cerró los ojos, imaginándosela. Y deseándola a cientos de kilómetros de distancia.
—¿Y qué te imaginabas mientras te tocabas?
—Pensaba en que tus dedos eran mucho mejores que los míos. Pensaba en lo mucho que me gustaba que me tocaras. En lo que sentía cuando posabas los labios sobre ellos y los succionabas, o cuando deslizabas la lengua sobre los pezones.
—Me estás matando.
—Tú has empezado con esto...
—Y me gustaría estar allí para poder terminarlo. ¿Qué otras partes te tocaste?
—Otras...
—¿Y te restregaste la parte posterior de la rodilla, esa zona que es tan sensible que aullas cuando te la acaricio?
—Yo no aúllo.
—Claro que aullas, ángel. ¿Te la frotaste con la esponja o con las manos?
—Con una esponja de esparto.
—¿Con una de esas esponjas tan ásperas?
—A veces las cosas ásperas pueden ser muy agradables.
—¿Ah, sí?
—Como la aspereza de los callos de tus dedos comparada con la suavidad de tu boca.
Pedro  se desabrochó los pantalones.
—Continúa.
—Y algunos rincones son demasiado delicados para acariciarlos con la esponja.
—¿Entonces utilizabas tus manos?
—Aja.
Pedro  se quedó sin habla durante algunos segundos. Permanecía en la habitación en penumbra, imaginándosela, recordando el óvalo de su rostro y la suavidad de sus hombros. El tacto de su piel bajo sus manos. Y su eterna sonrisa.
—Tengo la sensación de que esta noche voy a tener unos sueños muy agradables —consiguió decir por fin—. Si es que consigo dormir después de la ducha fría que me voy a dar en cuanto cuelgue el teléfono.
—¿Y por qué una ducha fría? ¿Por qué no un baño caliente?
—No necesito que nadie me caliente.
—Pero una ducha caliente podría ser muy agradable. Y asegúrate de lavarte tan concienzudamente como lo hice yo la otra noche.
Aunque le había dicho a Claudia que llegaría a su casa el jueves por la noche, el miércoles por la tarde ya estaba allí.
Su padre estaba evolucionando estupendamente y les había pedido a sus hijos que regresaran a Florida.
Y el número de teléfono de Claudia había sido el primero que había marcado Pedro en cuanto había salido del aeropuerto.
Al oír una voz femenina al otro lado de la línea, Pedro dijo:
—He vuelto y me muero de ganas de verte. Dime dónde podemos encontrarnos para que pueda desnudarte inmediatamente.
—Lo siento, amigo, si estás buscando a mi hermana, la propietaria de este teléfono móvil, te has equivocado. Y si eres un pervertido que se dedica a hacer llamadas de teléfono, vete al infierno.
La hermana. Aquella debía de ser la hermana adolescente.
—Tú debes de ser Sol. Escucha, lo siento de verdad...
—Olvídalo —respondió ella riendo—. Tengo la sensación de que ya sé quién eres: el tipo al que conoció este fin de semana en el congreso.
—Sí, ¿puedes decirme dónde está?
—Ha venido a casa después de clase y se ha ido a trabajar a la galería comercial. Y creo que se ha olvidado el móvil.
—¿A la galería comercial? ¿A qué galería exactamente?
—A la Galería Comercial Alfonso's. Pedro se llevó tal impresión que estuvo a punto de salirse de la autopista.
—¿A la Galería Alfonso's, de Boca?
—Sí. ¿Sabes cómo ir hasta allí?
—Sí, sé —tartamudeó Pedro, confundido por aquella coincidencia—. Y Sol, si hablas con tu hermana, no le digas que he llamado. Quiero darle una sorpresa.
Cuando el miércoles por la tarde se acercaba a fichar, Paula vio a Federico en la puerta de su despacho, hablando con su secretaria. Estaba distraído, mirando hacia otro lado y no se fijó en ella. Mejor. Porque no habría sido capaz de fingir que no se lo estaba comiendo con los ojos. Y tampoco quería verlo antes de tener oportunidad de quitarse la cola de caballo y cepillarse el pelo.
Ni siquiera sabía que iba a ir aquel día a trabajar. Y no se habría enterado de que estaba allí si Zaira no se lo hubiera dicho en cuanto había llegado del trabajo.
Y sabía que Federico no tardaría en ir a verla.
Las suelas de sus sandalias retumbaron sobre el suelo mientras corría a través del departamento de ropa. Su anticipación crecía a cada paso, y también la velocidad de los latidos de su corazón. Porque en muy poco tiempo, y por primera vez desde aquel mágico fin de semana, iban a estar juntos en el mundo real.
En cuanto llegó a su pequeño rincón, Paula se dejó el pelo suelto, se lo atusó, se pintó los labios y se puso unas gotas de perfume en las muñecas y en la garganta.
Y comenzó a preguntarse con qué Federico  iba a encontrarse. Rezó en silencio para que fuera el amante del fin de semana. No creía que pudiera soportar que se presentara convertido en el Federico estirado y conservador que hasta entonces había conocido. Quería ver su sonrisa traviesa, contemplar sus ojos oscurecidos por el deseo cuando la viera. Y, sobre todo, quería que la besara como si nunca fuera a saciarse de ella.
Sentada en el sofá, frente a la puerta, se alisó la falda y esperó. Y esperó. Y siguió esperando.
Pero Federico no llegaba.
Cuando miró el reloj y se dio cuenta de que en realidad había pasado más de una hora desde que había visto a Federico en el despacho, tomó aire y descolgó el teléfono de su escritorio.
—Soy Paula Chaves. ¿Podría hablar con el señor Alfonso, por favor?
—En este momento está terriblemente ocupado —replicó el perro guardián que tenía por secretaria.
—Es muy importante.
Tras unos minutos de tenso silencio, la secretaria contestó:
—De acuerdo, le diré que quieres hablar con él y veremos lo que dice.
La siguiente voz que oyó fue la de Federico. Cuando contestó con un distraído «¿diga?», Paula se puso tan contenta que no vaciló.
—Estaba esperando a que volvieras. Y ahora mismo voy a empezar a quitarme las bragas. Así que ven inmediatamente a saludarme como me merezco.
Silencio.
—¿Federico? ¿Estás ahí?
Federico se aclaró la garganta.
—¿Eh, Paula? La verdad es que... no me esperaba esto. En este momento hay alguien en mi despacho.
Paula  hizo una mueca. Debería habérselo pensado mejor antes de decidirse a iniciar una conversación de ese tono en el trabajo.
—Vaya. Lo siento. Olvida que he llamado. Pero ven a verme en cuanto estés libre, ¿de acuerdo?
Colgó el teléfono sintiéndose como una beep. Pobre Federico. Podía imaginarse lo rojo que se debía haber puesto. Esperaba al menos que no tuviera el despacho lleno de ejecutivos.
Los siguientes treinta minutos transcurrieron de forma desesperadamente lenta. Paula intentó hacer algunos bocetos, pero no conseguía concentrarse y terminó tirando su cuaderno al suelo. Acurrucada en el sofá, se quitó los zapatos y encogió las piernas. Se sentía como si estuviera a punto de dormirse. Algo que no podía sorprenderla, teniendo en cuenta lo poco dormía últimamente. Además de las clases en la universidad, estaba sufriendo la presión de los exámenes finales.
Y no se dio cuenta de que realmente se había quedado dormida hasta que no oyó el carraspeo de una garganta masculina. Abrió los ojos desorientada, miró alrededor de la sombría habitación y vio a Federico.
Permanecía a varios metros de distancia, observándola con aire ausente y frotándose la barbilla. Parecía definitivamente concentrado e interesado en lo que estaba viendo.
Paula siguió el curso de su mirada. Mientras dormía, la falda había subido por encima de las rodillas, quedando a la altura de sus muslos. El top de algodón caía por uno de sus hombros, dejando al descubierto la curva de su seno derecho.
—Has vuelto —musitó Paula suavemente.

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