viernes, 1 de mayo de 2015

Herencia de Amor Parte 3: Capítulo 22

—Voy retrasada —gritó Belinda cuando Pedro entró en su estudio fotográfico—. Siéntate, ahora iré.
Él sonrió a la recepcionista y fue al espacio abierto en el que realizaba la mayoría de su trabajo.
Belinda, una pelirroja de mediana edad que se vestía como una gitana, estaba fotografiando a dos gemelas idénticas sentadas en una bala de paja.
Las niñas llevaban vestidos rosa y blanco y tenían el pelo oscuro cuidadosamente rizado y peinado.
—Bien, las cabecitas juntas —dijo Belinda con una sonrisa—. Pero nada de golpes. Sólo las juntan por arriba.
Las niñas obedecieron.
—Ahora piensen en la mañana de Navidad. Están despiertas, pero es demasiado pronto para bajar.  Recuerden  los nervios. Hay un montón de regalos y pronto podrán  abrir los paquetes. Es muy divertido, pero tienen que esperar. Piensen en eso.
Las niñas sonrieron con los ojos brillantes y las caritas animadas. Belinda sacó varias fotos.
—Es buena.
Pedro se dio la vuelta y vio que Paula había entrado al estudio.
Su última reunión había acabado mal, gracias a su tía Ruth. Esperaba sentirse incómodo, desear estar en cualquier sitio menos allí. Sin embargo, sintió expectación y ganas de rodearla con sus brazos.
—La mejor —dijo él—. ¿Cómo estás?
—Bien. Ocupada con las clases, pero es divertido —miró a las gemelas—. Unas niñas adorables.
—Estoy de acuerdo.
—¿En serio? ¿Quieres tener hijos?
—Claro. Muchos. Siempre he querido montar mi propio equipo de baloncesto.
—Son demasiados —dijo ella—. Pero tres o cuatro sería un buen número. ¿Cómo piensas conseguirlos?
—No tengo problemas con tener una familia —contestó él—. Es a la esposa a lo que me opongo.
—Entonces, ¿adoptarás?
Los ojos de ella eran de un azul cielo perfecto. Le gustaba poder leer sus estados de ánimo y saber que no se sentía intimidada por él. Cuando acabaran con la boda quizá pudieran ser amigos..., suponiendo que él dejara de necesitar volver a hacer el amor con ella.
—La adopción es una posibilidad —dijo él—, pero me gustaría tener un par de hijos biológicos para que perpetuaran el nombre de la familia.
—Y heredaran el dinero familiar —bromeó ella.
—Eso también.
—¿Y qué harás? ¿Contratar a alguien para que tenga los hijos? ¿Un vientre de alquiler?
—Puede —él se encogió de hombros—. Es una opción.
—Bromeaba —Paula lo miró boquiabierta.
—Yo no. Todo está en venta.
—No quiero ofenderte, pero es terrible.
—¿Por qué? Las madres de alquiler no son tan raras. Tendría que tener cuidado.
—Claro. ¿En qué estaría pensando yo? se cruzó de brazos—. Es una elección complicada. Al fin y al cabo, la madre aporta el cincuenta por ciento de los genes. Y algunos estudios científicos sugieren que la inteligencia se hereda de la madre.
—Eso explica por qué muchos hombres de éxito que buscan mujeres bellas, en vez de inteligentes, acaban teniendo hijos decepcionantes.
Notó que ella irradiaba desaprobación. Lo rodeó como una niebla, pero no se inmutó. Era su vida y haría de ella lo que quisiera. Si eso implicaba hijos sin esposa, buscaría la manera.
—Suenas frío como un témpano —lo acusó ella.
—Soy práctico.
—Dado tu pasado, entiendo que no quieras confiar en nadie, pero yo opino que puedes tenerlo todo. Puedes enamorarte, casarte y tener hijos a la antigua usanza. Sin contratos.
—¿Es eso lo que quieres tú? —preguntó él.
—Claro. Es maravilloso ser parte de una familia.
—No pareces tener prisa en buscar a Don Perfecto.
—Sé que tengo mis problemas, pero estoy dispuesta a tener fe —admitió Paula.
—Eso es palabrería.
—Lo conseguiré. Eventualmente.
Él lo dudaba. Aunque fueran muy distintos, ambos tenían una gran falta de confianza en el amor. Ella tenía miedo de perderse, como había hecho su madre; él pretendía ser algo más que una pensión.
—Hace falta fe —dijo ella—. Un día encontraré a alguien que merezca la pena y daré el salto.
—Espero que él esté allí para recogerte —dijo Pedro con expresión de escepticismo.

La fotógrafá terminó con las niñas y fue a abrazar a Pedro y presentarse a Paula.
—Nunca me habían contratado desde China —dijo con una sonrisa—. Podría ser divertido.
—Les enviaremos a Julia y a Felipe  algunas muestras, si te parece bien —dijo Pedro—, Paula y yo elegiremos algunas.
—Desde luego. Tengo mis álbumes aquí. Les mostraré una selección y les diré cuáles están digitalizadas.
—¿Cómo se conocieron? —preguntó Paula, viendo la amistad entre Belinda y Pedro. Pedro gruñó, pero Belinda se rió y le dio una palmada en la mejilla.
—Los padres de Pedro me contrataron para que lo fotografiase en su decimosexto cumpleaños. Fue todo muy formal y solemne.
—Humillante —masculló Pedro.
—¿No tendrás ese retrato en los álbumes de muestras, verdad? —preguntó Paula, sonriente.
—Él me mataría si hiciera algo así. Pero puedo escanear una de las pruebas y enviarte una copia.
—Me encantaría —Paula se acercó a Pedro y apoyó la cabeza en su hombro.
—Si se la envías nunca te lo perdonaré —dijo Pedro.
Pasaron la siguiente media hora viendo las fotos de Belinda. Eran increíbles. Románticas sin ser sensibleras, claras, artísticas y perdurables.
—Capta la personalidad —dijo Paula, señalando una foto de boda—. Mira la sonrisa de la novia. Se nota que es alocada pero divertida.
—Sí, y él está loco por ella.
Ver a las felices parejas hizo que Paula se sintiera vacía. Quería eso mismo: amor y confianza. Alguien con quien contar siempre, pasara lo que pasara.
—Cualquiera de éstas valdrá —dijo—. Le diremos a Belinda que envíe las que quiera al correo electrónico de Julia y Felipe. Les va a encantar su trabajo.
Regresaron al estudio para decírselo.
—Muy bien, enviaré una selección —aceptó Belinda—. Pero dejen  que les haga un par de fotos. A veces ver a gente conocida ayuda mucho.
Pedro miró a Paula. Ella se encogió de hombros.
—Tengo unos minutos —dijo, sin entender bien el razonamiento de Belinda.
—Bien. Lo tengo todo listo para mi siguiente cita. Así que será rápido —Belinda señaló un fondo en tonos azules y grises. Había luces alrededor y una cámara delante—. Ponganse en el centro. Juntos. Probemos una pose tradicional. Pedro, rodea su cintura con los brazos. Paula, pon las manos sobre las de él.
Hicieron lo que les ordenaba. Paula intentó ignorar el calor del cuerpo de Pedro y que su cercanía hacía que le temblaran los muslos.

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